Capítulo treinta y nueve: Boda I

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***Se recomienda leer escuchando "A Thousand Years de Christina Perri".

Para la mujer de mi vida:

Ambos lo sabíamos. Yo lo sabía y tengo la certeza de que tú, en este año sin mí, sabías que terminaríamos así. Porque yo, desde que te vi por primera vez y el corazón se me aceleró como un caballo desbocado, supe que iba a perder la cordura por una rubia de ojos color café. Nuestro destino estaba escrito en hojas crujientes y con tinta imborrable, recalcando en cada latido que daba tu corazón ligado al mío, que eras el amor de mi vida, pero sobre todo, mi alma gemela, mi mujer y la madre de todos los hijos que vamos a tener, cumpliendo juntos las metas que tenemos y que vamos a cumplir de la mano del otro.
   Hoy te tomó como esposa y solo deseo poder hacerte un breve resumen de todo lo que hemos vivido juntos. Sé que te lo recordé de alguna manera con las trescientas sesenta y cinco cartas, pero quiero hacerlo antes de verte vestida de blanco, igual de hermosa que siempre, mi amor. Mi único y gran amor infinito.
   Ese día en el cual vi como la rabia se apoderaba de tu cuerpo tras ver aquello que indignaba, y con toda la razón del mundo, tuve la necesidad de admirar todo lo que tus manos hacían, siguiéndolas con mi mirada. En el momento en el cual te vi elaborando aquella obra de arte, no supe ni moverme, aunque debo de confesar que cuando tus labios se apoderaron de los míos, supe que ya había ganado en esta vida. Y confieso que desde ahí supe que tendría que aprovechar la oportunidad que aquel beso me brindó. ¿Qué si me arrepiento? En lo absoluto. Al contrario, volvería hacerlo mil veces más sin dudarlo. Volvería a enamorarme de ti a través de un amor de contrato siempre.
   Los días fueron pasando y cada vez que te veía en la grada en cada partido al cual ibas, sentía como el corazón se acelera cada vez que tus labios se fundían con los míos, queriendo que te quedaras siempre entre mis brazos. Siempre quería que te quedaras en los brazos de un futbolista, aunque yo no fuera lo suficiente para ti. Porque sí, llegué a pensarlo tras tu rechazo.
   El día que se rompió el contrato, quise morir. Sabía que había que soltar las cadenas y dejarte ir porque no había logrado que te enamoraras de mí, pero tampoco quería que te fueras. Y morí en el instante que te vi alejarte sobre el césped del campo, pidiéndote mentalmente que te dieras la vuelta y me gritaras en la cara que me amabas, pero no ocurrió.
   Los días siguieron pasando y sentía que estaba muerto en vida, o que, en efecto, me faltaba algo. Y ese algo era mi gran amor de contrato e infinito.
   Y sí, volví a vivir cuando corriste a mis brazos en el aeropuerto y me besaste, mezclándonos, sintiéndonos y causando que todos los colores explotaran a nuestro alrededor, volviendo a tener algo de esperanzas, pero me terminaste de destruir en el mismísimo instante en el cual supe que te ibas a morir. Me ibas a soltar para siempre. Y la verdad es que hubiera preferido mil veces verte con otro y feliz que ver como te morías mientras Fernando trataba de que aguantaras un poco más. Solo un poco más. Pero parece ser que en ese momento no lo fue, ya que te fuiste por más que te rogué durante el vuelo a Madrid, que no te fueras todavía, que te quedaras un segundo más para decirte cuanto te amaba y necesitaba. Pero en ese momento no sirvió de nada hasta que no te vi en Bali y solo quise tocarte y sentirte para hacerme entender a mí mismo que no estaba loco. Reteniendo el aire en mis pulmones cuando sentí que no era mi Gala. Tuve miedo de que en más de trescientos sesenta y cinco días te hubieras enamorado de alguien más. Y supe que nunca ibas a parar de destrozarme para coserme poco a poco y hacer que las cicatrices desaparecieran, provocando que volviera a confiar en el amor y en ti.
   Estoy amándote hoy e infinitamente, Gala. ¡Vas a ser mi esposa! Y sinceramente no podría haber encontrado a una mejor persona para que sea testigo de todo lo que pienso construir a tu lado. Desde el dos mil veintidós soy tuyo. Desde ahí para siempre.
   Te espero hoy en el altar para seguir escribiendo nuestra historia y ser aquellos que no envidia nada a nadie, provocando el efecto contrario y seguir siendo la prueba de que el amor si existe cuando se trata de una chica con ojos color café y un chico con unos pocos rulos en la cabeza.
   Y te amo, Gala Ponce de Páez.
   Te amo hoy y siempre.
   Te amo en un infierno.
   Te amo en un amor de contrato.
   Y te amaré siempre en un contrato de amor infinito.
Atentamente,
   Tu futuro marido.

Amor infinito #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora