Capítulo cuarenta y uno: Besos infinitos

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Y ese «Algún día» sería más pronto que tarde. En nueve meses tendré un bebé entre mis brazos y comenzaré una nueva etapa al ser mamá. Y para mí, en lo que a mí respecta, ser mamá es algo que me da miedo. No hay manual y deseo con toda mi alma llenarlo de amor. Ese amor que me falto a mí y que nadie logró llenar hasta que no apareció Gavi y provocó que los colores estallaran y yo viviera de verdad, aunque cada día estuviera más muerta que el otro.

Salimos del mar, despidiéndonos de todos a medida que Gavi tiraba de mí. Su brazo rodeó mi cuello, atrayéndome hacia él mientras yo peleaba con el vestido empapado. Tire de él entre risas con Gavi, pero según llegamos a un hermoso camino que daba hasta una casa escondida entre árboles, la cremallera de mi vestido llegó a su fin y Gavi retiró las tiras con cuidado, rozándome con la yema de sus dedos hasta que este cayó al suelo.

—Gavi...

Me abrazó contra él cuando vio que moriría de frío por estar empapada, aunque hiciera calor, pero yo sí tenía ese frío por la brisa del mar.

Caminamos abrazados hasta llegar al pie de las escaleras con las velas haciéndome un camino, pero Gavi me tomó en brazos y subió las escaleras de caracol conmigo en brazos.

La escalera estaba llena de velas, plantas hermosas que llegaban hasta el techo y con un árbol real en medio de la casa, adornando el hueco que las escaleras de caracol dejaban en el centro.

—Wow —dije, alucinada cuando vi la increíble piscina llena de pétalos de rosas.

Gavi comenzó a quitarse la corbata con una sola mano, mientras que la otra permanecía al final de mi abdomen. Me giré y mirándolo a los ojos, comencé a desabrochar su camisa y sonreímos a la misma vez.

Su camisa cayó al suelo mientras nos besábamos de forma brusca, buscándonos, necesitados y hambrientos de deseo. Mis manos bajaron hasta su cinto y se lo quité, sintiendo su mano en mi nuca.

Me subió hasta su cintura con tan solo presionar su mano en la parte baja de mi cintura y me aferré a él. Besándonos y acariciando mi espalda desnuda, da unos cuantos pasos hasta el borde de la piscina, en el momento exacto en el cual me bajo de su cintura.

—Gala, no —dijo y tiré de él, cayendo en la piscina y sintiendo como sus manos rodean mi cuerpo al subir a la superficie —. Dime una cosa: ¿estás tratando de demostrar que tú mandas en la relación?

—Yo no mando — recalqué —. Pero si mando —le dije siendo atrapada entre sus brazos entre risas —. Gavi. Gavi, no —le dije entre risas mientras me removía entre sus brazos por sus cosquillas.

—Gavi, si —dijo y comencé a reírme más fuerte.

—Rulitos, para —le supliqué entre risas.

—Te amo —dijo cuando paro.

—Yo, en cambio, te odio —le dije contra sus labios.

—¿Me odia mucho, señora Ponce de Páez? —me preguntó tontorrón.

—Ya lo creo —le dije aún más bajito.

—Demuéstrame cuánto me odia —dijo aún más bajito que yo.

—Mucho. Te odio mucho —le dije sin pronunciar palabra y me colé en su boca, sintiendo como sus manos subían por mis muslos mientras yo lo agarraba de la nuca, besándolo y soltando un débil gemido en su boca cuando mi ropa interior comenzó a deslizarse por mi piel.

Baje mi cabeza un poco, sintiendo los labios de Gavi en mi cachete. Subí un poco más mis piernas, juntándolas y viendo como mi ropa interior abandona completamente mi cuerpo.

Amor infinito #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora