Corrí por la playa a gran velocidad, sintiendo la brisa del mar en mi cara mientras la música suena a través de los auriculares y siento como la arena se sigue metiendo entre mis dedos. Mi pelo viajaba de un lado al otro a cada paso que daba, rozando la piel desnuda de mi espalda, pero a la misma vez me sentía muy bien.
Me senté en la arena y el reloj pito, diciéndome que la media hora de ejercicio había finalizado. Apoyé ambos brazos en mis rodillas y miré las olas romperse, los surfistas cogiendo olas, los demás veraneando en la playa y el sol apretando fleje encima de mí.
Después de admirar, respirar hondo y coger un poco de sol, me levanté de la arena y comencé a caminar hasta la zona de aparcamientos, pero me saltó una notificación de que Gavi había publicado una nueva foto, pero la borré inmediatamente.
Me subí al coche, tiré el móvil al asiento del copiloto y comencé a conducir, cantando a todo pulmón mientras conducía hasta llegar a casa. Solo existíamos la música, mi nuevo corazón y yo. Sentirme completamente libre es uno de los pocos placeres que los seres humanos tienen que conocer a lo largo de toda su vida. ¿Sentir el poder de la medicina? Bueno, ese también es otro punto muy bueno. Siempre supe que la medicina, la música y las leyes iban en el mismo pack y no me equivoque. Sentir el ritmo de tu corazón a medida que la música suena por los altavoces del coche y presionas el acelerador, emociona y con la adrenalina a tope.
Después de recorrer la isla, llegué a casa y abrí la puerta. Deje la mochila en las escaleras de cualquier forma y atravesé el salón, bajando la pequeña cuesta y entrando en la cocina.
—¿Qué tal te fue? —me preguntó Fernando cuando colgó.
—Bien —le dije.
—Gala, tenemos que hablar de tu nuevo huésped.
Deje el vaso encima de la encima y lo mire.
—Vale —le dije y caminamos hasta la mesa.
—Hace más de un año que tienes un nuevo corazón, Gala. —Asentí con la cabeza y bebí agua. —Me has dicho que no sientes nada por Gavi y que ya no te emociona saber nada de él.
—Sí.
—Gala, ¿qué sientes?
—Paz.
—Gala, lo que soñaste en esos dos minutos y medios que estabas muerta, no es real. Tu donante no era como me la describes.
—Esa persona sentía amor por otra persona y, no sé, a veces sueño con esa persona.
—¿Sueñas con esa persona?
—Si, Fer. Tiene el pelo de color negro y los ojos de color azul.
—¿Y qué más, Gala?
—Y sueño que estoy surfeando con él, que me toma de la mano mientras caminamos por la playa y sonrió.
—Gala, te expliqué que los trasplantados tienen a confundir sus emociones porque el órgano que tienes ahí en tu pecho antes le pertenecía a otra persona, pero ahora es tuyo y tienes que crear tus propias emociones y dejar de buscar las emociones que sentía tu donante.
—Si estás intentando decirme que vuelva a sentir por Gavi, lo siento, pero ya no siento nada por Pablo Gavi —le dije y me levanté de la mesa.
—Gala...
—Me voy a estudiar —le dije y atravesé el salón, cogiendo la mochila y subiendo las escaleras.
Un año llevaba con la misma cantaleta, pero lo que no entiende es que yo ya no siento nada por Gavi. Me acuerdo de él, pero no causa nada dentro de mí. No siento nada hacia él. Mi mente le recuerda, pero mi cuerpo no.
Abrí los libros y comencé a estudiar. Había entrado en medicina, y aunque empiezo en septiembre, quiero ir preparándome para cuando llegue el gran momento de empezar y poder ser la mejor de la clase. Comencé a leer, a subrayar y a marcar con pósits lo que era importante para mí. Haciendo resúmenes de lo aprendido mientras escuchaba Perdón de Dudi y me entró la curiosidad.
Pablo GaviAparecieron mil enlaces, pero me fui directamente al apartado de imágenes. Salieron sin fin de imágenes de él jugando al fútbol, pero por más que intente sentir algo, no lo logré. No sentía nada por este hombre. ¿Tan difícil era aceptarlo?
—Regresamos a Madrid —dijo Fernando cuando abrió la puerta de mi habitación sin permiso y soltando un billete de avión sobre el escritorio.
—Vete tú solo si te da la gana. Yo no pienso ir. Yo no quiero regresar a Madrid.
—Vas a regresar conmigo porque te estoy dando una orden. ¿Entendido?
—Sí.
—Tendrás diecinueve años, pero aquí quien manda soy yo y eso fue en lo que quedamos hace un año y tres meses, Gala. Mañana regresamos a Madrid y más vale que estés a las seis de la mañana lista, porque te juro por Dios, Gala, que has logrado rebasar todos los límites que, como médico, conservaba. ¿Estás segura de que tienes lo que hay que tener para ser un buen médico? Porque, sinceramente, yo solo veo a una mujer egoísta y realmente insoportable.
—¿Estás enfadado? Dime, ¿estás enfadado porque no quiero regresar?
—No. Estoy enfadado porque eres terca. Llevas un año soñando con una persona que no existe, Gala. Te lo he explicado demasiadas veces. Los trasplantados tienen la ligera necesidad de sentir lo que su donante supuestamente sentía antes de morir, pero eso únicamente es psicológico, Gala.
—Muy bien, Fernando. Mañana regresamos a Madrid. Pero quiero que te quede claro, que no me voy a quitar de la cabeza a esta persona. ¿Sabes por qué? Porque sí que la siento dentro de mí.
—Muy bien, Gala —dijo y salió de mi habitación.
Volví a los libros, intentando relajarme, pero como era de costumbre, no logré concentrarme durante el resto del día. Sentía como mi corazón latía con fuerza y me acosté en mi cama, intentando relajarme.
Comí algo sobre las cinco, pero Fernando no salía del despacho, y aunque él tenía razón, yo no sentía el amor que mi cabeza recordaba. Por Dios, no sentía nada con esas estúpidas fotos. No sentía nada por ese jugador de fútbol.
Por la tarde empaqueté todo e hice las maletas, me acosté en la cama y estuve mirando las redes sociales de Gavi, pero una vez más, mi mente viajaba hasta un chico de ojos azules y el pelo negro.
Me quedé dormida y sobre las cinco, Fernando, comenzó a golpear la puerta como si fuera a tirarla abajo.
—Vamos, Gala.
—Voy —le dije adormilada.
Por Dios, qué presión.
Bajamos las maletas y el taxista las metió en el maletero mientras yo subía al taxi y apoyaba la cabeza en la puerta. Por Dios, estaba agotada.
—¿Cogiste todo, Gala?
—Joder que presión, Fernando. Que sí —le dije.
Yo regresaba a Madrid, pero si regresaba era para tomar posesión de lo que era mío. Gracias a Dios tenía a Gerard Duperly de mi parte y mañana íbamos a hacer historia en la junta semanal, en el corporativo, que por ley, me pertenece.
ESTÁS LEYENDO
Amor infinito #2
Novela JuvenilGala Ponce se sometió a un trasplante de corazón, pero los médicos la dieron por muerta. ¿Será eso cierto? ¿Un corazón nuevo podría volver a enamorarse de la misma persona? TODO LOS DERECHOS RESERVADOS. PROHIBIDA SU COPIA PARCIAL O TOTAL.