Capítulo veintidós: Celos

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Terminamos de desayunar los tres mientras Guzmán nos contaba lo que había pasado el fin de semana con los problemas de la gala benéfica, pero parece ser que su madre ya lo tenía todo controlado.

Después de desayunar, quise ir al gimnasio con mi prometido, pero al llegar me encontré con una sorpresa no grata.

—¿Por qué la abraza?

—Eso —dijo Elena detrás de mí.

—¿Ahora no se puede abrazar a una chavala o que? —Protestó Guzmán.

—Poder puede, pero vamos, que yo de esta tía no me fio. Me da malas vibras.

—Gala, no conocía esa faceta tuya de ser celosa.

—¡No estoy celosa! Pero mira como no se separa de ella. Joder, solo le falta tocarle el culo.

—No puedes ser celosa.

—Lo que pasa es que antes todo era un contrato y ahora no. No lo sé, pero siento que...

—¿Qué?

—Nada. —Unas lágrimas abandonaron mis ojos.

—Tienes miedo de no ser lo suficiente —me dijo Guzmán, poniendo su mano en mi hombro.

—Nunca estaré a su altura.

—Quizás es porque siempre has estado por encima de él —dijo Elena.

—No, pero vamos, que hostia tiene. Luego nos vemos.

—Gala, muérdete la puta lengua —me gritó Guzmán y asentí con la cabeza.

No le iba a echar la bronca, porque ¿quién soy yo para decirle que no abrace y casi le toque el culo a otra tía? Pues nadie.

Entré en el gimnasio cuando lo vi entrar y entré, tomando la atención de todos los presentes. Los tíos se me quedaron mirando a mí caminar y los ojos de Gavi encendieron cuando me vio con unas mallas cortas y un top que me recalca el pecho y dejaba al descubierto mi cicatriz.

—Uff —dijo cuando me vio.

—¿Duele?

—Más bien quema.

—Eso es para que sientas lo que se siente ver como nos quebramos.

—¿Estamos en crisis? Ahora me doy cuenta, porque anoche no decías lo mismo. Tus gemidos me decían que siguiera.

—Estamos...

—Perdona, ¿me das tu número?

—El número dice el otro ahora—dijo por lo bajo Gavi.

Gavi explotó en una risa llena de impotencia y sonreí.

—Lo siento, pero no tengo móvil. Se ahogó con tu intento de ser diferente, pero eres corriente y típico.

—¿Perdona?

—Que eres un tío supertípico. Vamos, que aburre tu manera de entrarle a una tía. Ni mi abuela de ochenta años, viuda y desesperada, caería en las garras de un tío como tú. Muy guapo y tal, pero vamos, que a las tías nos gustan con cerebro y parece ser que tú, mucho, no tienes.

—Gracias por el repaso, tía.

—De nada —le dije y se marchó flipando.

Miré a Gavi que tenía el codo apoyado en la cinta de correr y la mano sosteniendo su cabeza, mirándome con una sonrisa de oreja a oreja.

—Me cae mal Jennifer. Ala, ya lo he dicho.

—Espera, que me sorprendo.

—No me vaciles, porque me cae mal. Tiene algo que no me gusta. Y no son celos, ¿vale? Es que no la soporto porque sus caras me dan asco.

Amor infinito #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora