Capítulo dos: Cuentas pendientes

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Aterrizamos en Madrid sobre las siete de la mañana, y durante todo el viaje había dormido como un bebé. Joder, estaba muerta del sueño, pero tenía una junta a la cual asistir.

Salimos del aeropuerto y me fui a un hotel, donde solo pagué dos días. Tenía la intención de coger hoy mismo mis trescientos mil euros del seguro de vida de mi madre y los trescientos mil euros del seguro de mi padre, además de la empresa que me corresponde por ley.

Me di una ducha y cuando salí de la ducha, pase mis dedos por la cicatriz que tenía en mi pecho, y fue como tener un déjà vu conmigo misma. Me eché crema sobre mi cicatriz a la misma vez que la admiraba a través del espejo y cerré los ojos, provocando que viniera a mi mente sonrisas a mi cabeza.

Pum, pum, pum.

Salí del baño con un sentimiento de anhelo que me reconcome por dentro y, por desgracia, no me dejaba vivir tranquila. No sé que me pasaba, pero regresar a Madrid había provocado que quisiera llorar. Antes estaba enamorada de un hombre que ahora mismo no existe aquí dentro.

Me vestí con las lágrimas en los ojos y salí por la puerta del hotel, tomando el ascensor y bajando hasta encontrarme con Gerard Duperly Moore, mi abogado.

—¿Lista, señorita Ponce? —me pregunto a la misma vez que me entregaba una carpeta con los papeles.

—¿Debería estarlo? —le pregunté, nerviosa.

—Siempre hay que estarlo —dijo —. Si uno no está listo, ¿para qué hace las cosas?

—Tienes razón. Estoy lista, licenciado —le dije y salimos del hotel, subiéndonos al coche y repasando los papeles durante el camino a la empresa.

Repasamos una y otra vez los papeles de la empresa, quedándome claro todos los puntos que se tratarán en la junta.

—¿Quién es Juan Carlos Montealegre? —le pregunté cuando vi ese nombre que tanto me llamó la atención en los documentos de la empresa.

—El nuevo socio de la empresa —dijo —. Tiene el veinte por ciento del corporativo.

—¿Y cómo es eso posible? A ver, aquí se han cometido varios delitos.

—¿Qué delitos, señorita Ponce?

—Que yo no he dado la autorización.

—Pero su tía sí y ella era su representante legal —dijo y el coche se detuvo.

—¿Ah, si? Veremos como se queda cuando me vea.

Me bajé del coche cuando el chofer abrió la puerta, poniendo una pierna sobre el asfalto de la carretera a la misma vez que Gerard rodeaba la parte trasera del coche. Mire hacia arriba y vi la empresa delante de mí.

Trague grueso y comencé a caminar a la misma vez que Gerard lo hacía y entre al interior de la empresa, admirando como todos se volteaban hacia nosotros y se quedaban perplejos a mí caminar.

Apreté los botones del ascensor mientras hablaba con Gerard sobre lo que venía a continuación y entramos en el ascensor cuando las puertas se abrieron.

—Tranquila, ¿si? —me dijo cuando íbamos por el piso dieciséis.

—Yo estoy tranquila.

—La junta ya comenzó, así que hay que interrumpirla —dijo y asentí con la cabeza.

—Estoy lista.

—Así se habla —dijo y salimos del ascensor, caminando por la planta hasta llegar a la puerta de la sala de reuniones y empujarla con ambas manos.

Todos se quedaron perplejos ante mi llegada, ya que para todos los presentes, Gala Ponce estaba muerta. Caminé junto a Gerard Duperly y tomé asiento, al frente de mi tía mientras todos los presentes clavaban la mirada en mí.

Amor infinito #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora