Capítulo treinta y cinco: Cambios

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Al bajar del coche en el club, entré y desemboqué en el campo, en el cual estaban todos entrenando. Los balones viajaban de unas piernas a las otras con rapidez, ligereza y con mucha destreza.

Mis ojos se quedaron fijos en Gavi y a medida que se iba moviendo, mis ojos viajaban en su dirección, memorizándolo, deseándolo y queriéndolo cada segundo más.

Sudando, corre hacia mí y me lanzo a sus brazos, enredando mis piernas en su cintura y sintiendo como me atrapa entre sus brazos.

—Te he echado de menos —confiesa, apretándome con fuerzas —. Has llegado bien —dice seguido de un suspiro.

—Estoy bien. Estamos bien —le digo y le estampo un beso en la mejilla —. Te eché mucho de menos, rulitos.

Nos abrazamos con más fuerza y tras darnos mil y un abrazos, entramos dentro del club y este se dio una ducha.

Una vez termina, nos vamos hasta su casa y dejó el coche en su garaje. Descargo algunas de las cajas junto a él y rápidamente llega la comida china que pidió Gavi.

—¿Dónde dejó esto? —le pregunto a gritos desde la planta de arriba.

—Donde tú quieras, mi amor —me respondió.

—Pero..., ¿dónde? Sitio exacto.

—En nuestra habitación, Gala.

—¿Y cuál es nuestra habitación?

Sube y me siento encima de la caja de lo cansada que me encuentro.

—Ahí, Gala. Enfrente.

—Gracias.

—Ni gracias ni leches, dame un beso.

Le doy un beso y doy la media vuelta, volviendo a la caja, pero...

—Vale y yo no quiero sushi.

No es que no quiera, es que no puedo.

—Gala...

—Tú comes mientras yo conduzco hacia el aeropuerto.

—Gala...

—¡Ayúdame con la caja!

—Trae eso anda —dice y la coge, poniéndola sobre su cama de matrimonio.

—Por Dios, que cansancio.

—Últimamente, te cansas de todo.

¡Estoy embarazada!

—Me estoy volviendo una vaga, no cabe duda.

—Y más guapa —me recalca.

Pero qué guapo que es, coño.

—Hablando de guapos, ¿te has visto?

Le doy un pico.

—Me veo todos los días a través de ti.

—¿Y cómo te ves?

Pone sus manos en mi cintura.

—Como si fuera una obra de arte.

—Lo eres. A ti te hicieron con ganas.

—Uy, señora Páez, se ha vuelto coqueta.

—Tú me sacas esa parte. Además, yo siempre fui coqueta. ¿Acaso no te acuerdas del besote que te di en el hospital?

—¿Acaso podría olvidarlo?

—¿Acaso podrías recordarlo?

—Yo recuerdo todo lo que tiene que ver contigo, Gala.

Amor infinito #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora