10. Violetas

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Efectivamente, la voz era del rubio. Ese tipo que ordenó al otro, al rapado, que dejase de buscarme. El que me atrapó de un empujón. Engullí lentamente. Venían a buscarme.

Miré hacia las mesas. Había uno de los clientes habituales que me miraba como si supiera qué estaba pasando. Yo debía parecer un conejo en medio de un camino de bosque, alterada y temerosa. Me acerqué a él rápidamente y tiré de su brazo para levantarlo.

—Señor Fider, tiene que hacerse pasar por el dueño del local. Se lo ruego. Esos tipos de fuera me van a matar si me ven.

El hombre se asustó y afirmó. Pasó detrás de la barra. Me agaché a sus pies. Él me miró.

—¿Qué se supone que tengo que decir?

—Actúe como mi tío —susurré—. Usted se pasa el tiempo aquí, sabe mejor que nadie qué decir...

Los pasos de esos tipos resonaron con fuerza en el pavimento. Me quedé callada, quieta como una codorniz entre la hierba cuando ve al zorro. Casi sin respirar por el miedo a que me hicieran algo similar a lo que le hicieron a Zem.

Me sentí cobarde y despreciable. Yo había prometido matarlos, pero eran dos Burdos. Un lucero como yo no tenía nada que hacer contra ellos. Me matarían con un solo hechizo. Los pasos se acercaron a la barra. Fider sonrió con amabilidad.

—Buenas noches, señores ¿Qué se les ofrece?

Parecía que fuera el dueño de toda la vida.

—Buscamos compañía, que nos sequen un poco el agua que nos empapa la piel ¿Hay chicas bonitas disponibles en este burdel? —Habló el rapado— Pagaremos bien si son dulces y hermosas —dijo en tono baboso.

—Déjenme preguntar a las chicas, no sé cuál está disponible.

El rapado siguió ligeramente a Fider que emprendía el camino a las escaleras.

—¿Tienen a una morena, de pelo rizado oscuro, con un moño alto? Una chica delgada, con pechos jugosos y piernas fuertes, muy fuertes —añadió eso último con ira. Le había pateado los huevos, quería venganza y me buscaba—. Tiene los ojos morados, como violetas hermosas en sus iris.

Definitivamente, era yo. Fider negó con un ruido de su garganta.

—Me temo que no tenemos este perfil. Hay otro burdel dos calles más abajo, puede...

—Tampoco tienen a una chica como esa —lo interrumpió amenazante—. Así que solo queda este lugar... Y la otra muchacha, su amiga, venía de este sitio según tengo entendido.

—No tenemos a nadie de ojos morados. Tenemos chicas hermosas de igual manera. Preguntaré cual está libre para ustedes ¿Una para los dos? ¿O una cada uno?

—Una por cabeza, gracias —Dijo el rubio—. Paso de verte el gusano muerto otra vez hoy.

—Lo haces porque el tuyo ya no da para más y vas a irte a hacerle trucos de magia a la puta que te den. Deberías cómprate un perro para hacerte compañía.

—¿Para qué quiero un perro si ya te tengo a ti, Ros? —respondió con una risita en su tono.

—Mañana en la instrucción te meteré una paliza, por imbécil, Chastel.

Los pasos de uno de los dos empezaron a acercarse. Me embutí debajo de la barra, plegándome todo cuanto pude, escondiéndome a duras penas. Mi corazón hubiese partido mis costillas en ese instante. Retuve la respiración.

Cerré los ojos cuando vi las puntas de las botas, oscuras y relucientes, embetunadas y pulidas, ahora con restos de barro. Abrí poco a poco los ojos para ver al chico rubio, acercarse a las botellas de la balda trasera. No me había visto.

Los Relatos de ValentiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora