22. Libros

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Furia se perdió por el pasillo de las habitaciones. Nos quedamos en silencio comiendo por un largo rato. Me estaba poniendo nerviosa esa calma repentina. No sabía si era porque ellos eran así, o porque al tenerme ahí en medio estaban dejando de hablar de sus cosas. Puede que mi presencia en verdad no fuera del todo cómoda.

Parecía que fuera Kalani la matriarca de esa familia peculiar que tenían montada. Si me ponía a preguntar parecería una espía recabando información, y no era así.

Me habían ofrecido asilo de alguna forma, todavía no entendía muy bien que estaba pasando, eran ladrones de los carruajes de Mag. Remont Chastel y su gobierno de hijos de puta. Eso me gustaba, si pateábamos a esos Burdos asquerosos, me apuntaba. Pero había algo más.

Yo había visto los músculos de Baron, la rapidez de dedos de Juvard y la habilidad de Furia de desaparecer y ser una maldita sombra. Todos eran buenos, demasiado para dedicarse a abrir carruajes, por mucho oro que quisieran atesorar.

Además, el hogar en el que vivían no tenía lujo en exceso ¿Si no era para vivir como reyes ellos? ¿Para qué narices robaban al tipo más hijo de puta de toda Brauda?

—¿Emma? —Salí de mis pensamientos cuando Baron me llamó— ¿Te ves bien para empezar mañana tu instrucción? —Afirmé sin pensarlo.

—Aún no han cicatrizado sus heridas. Empezar mañana... —Kalani dudó de eso con un cabeceo. Su marido la observó.

—Iré despacio, tranquila, no voy a matar a la niña antes de empezar, quiero que se quede, no enterrarla a pedazos —Me estremecí, lo miré con temblor en los iris.

—¿Qué vas a enseñarme? —pregunté.

—Todo cuanto alguien como tú va a necesitar pronto para realizar su cometido en el mundo —Fruncí el ceño—. Una hija de la revolución, Emma, eso eres... —dijo él con una sonrisa enorme y un tono amable.

Kalani palmeó un par de veces. Kold, Bold y Jold despejaron en segundos la mesa.

—Hora de descansar —dijo la burda de cabellos castaños—. Aprovechad para centraros en vuestros estudios.

Su cuerpo redondeado y tierno se deslizó por la estancia, hacia una puerta que tenía detrás, en dirección contraria a las habitaciones nuestras. Detrás de ella se fue Baron, tras dedicarnos una bonita sonrisa a cada uno de nosotros.

Juvard me tendió su mano, para animarme a levantarme de ese banco de madera. Andamos por el pasillo, mi puerta era la cuarta. Me detuve ante ella. Él también.

—Si necesitas algo mi puerta es la sexta —Señalé con el dedo la puerta que nos separaba a ambos—. Oh, esta es la de Zuala. No te preocupes, casi nunca duerme en su habitación. Tiene camas calientes esperándola en toda la ciudad.

—Bien... Gracias Juvard.

—Oh, no es nada. Si necesitas algo más puedes llamar a los espíritus, aunque si te dan miedo, yo estoy disponible. —Me guiñó el ojo.

Di un paso hacia mi puerta, forcé una sonrisa a ese tipo.

—Lo tendré en cuenta. Buenas noches. —Cerré la puerta.

Me quedé por unos segundos apoyada en la madera tentada de abrir de nuevo, coger a Juvard por el pescuezo, entrarlo en mi cuarto y molerlo a preguntas.

Desistí porque no era muy difícil saber que de intentar hacer algo similar, lo más probable sería que ese hombre me pegase un viaje que me quitase la tontería a guantazos. Me limité a tirarme sobre la cama y rodar unas cuantas veces agobiada y ansiosa.

Los Relatos de ValentiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora