Centré mis oídos para determinar en qué punto estaba ese cabrón. Entre el batiburrillo de voces yo escuchaba ese sublime tintineo. Esas campanitas que parecían ser la banda sonora de mi muerte cada vez que las oía.
Algo en mi pecho pedía paso. Mi magia estaba al acecho, quería salir a cubrirme. Yo debía retenerla, sujetarla, porque si se salía lo más mínimo, estábamos muertos.
Chastel no fallaría tantas veces, o, a mí se me acabaría la suerte.
Empecé a seguir ese sonido, acercándome a mi verdugo a cada paso que dábamos. Yo controlaba mi miedo. Si no escuchaba mi poder, no podía saber que estábamos ahí. No debía temer nada, pero...
Un mínimo desliz...
Thunder Roswich se nos cruzó por delante. El padre del Roswich que yo me había cargado. Yo deseaba matarlo desde que lo vi en el burdel. Todo había sido culpa suya... Todo.
Y escuché el tintineo creciente, pero no el de Chastel, el mío.
Dante me tironeó de golpe, arrastrándome lejos de ese sitio, en dirección contraria a la que habíamos escuchado a Edmond para huir de él tanto como pudiéramos.
—Viene hacia aquí —dije en un aliento.
Las podía sentir, esas campanitas tan inconfundibles, repicando cada vez más rápido. Su poder crecía, y estaba acercándose. Quería chillar. Quería correr hacia afuera, pero, debíamos alejarlo de nuestros compañeros tanto como pudiéramos.
Mi amigo me arrastró hasta la sala exterior. Yo respiraba agitada.
—Haz lo que quieras, pero relájate —ordenó Dante.
El pico que llevaba mi máscara era lo bastante grande como para colar mi mano y cubrirme la boca con ella, intentando reducir mis respiraciones. Estaba temblando de ira, y de contención, porque mi magia quería irse a por él.
Deseaba arrebatarle la vida tal y como él se la había arrebatado a Zem. Quería descuartizarlo, triturar sus huesos con mis propias manos.
Él lo había arruinado todo. Mi vida. Mi amor. Mi familia. Todo destruido por su culpa. Yo odiaba esa ciudad, y mi existencia, por sus putas decisiones de mierda.
Mi poder crecía cada vez más. Escuchaba a Chastel cerca y veía aun al criminal de Roswich paseándose con una copita de vino en la mano, observando lujurioso las jóvenes desnudas en las fuentes de licor. Quería matarlo.
Un estallido me asustó. Desde la cúpula de cristal que había en el techo de ese salón se podían apreciar los colores del fuego. La pirotecnia iba a darme margen de error. Las detonaciones de los petardos eran ensordecedoras, había música, gente hablando, había tanto ruido que yo no podía escuchar bien a Chastel, y si me relajaba, él no podría encontrarnos a nosotros.
Hasta que lo vi plantado a dos pasos de mí.
Edmond Chastel, quieto, mirando hacia arriba, observando los destellos que hacían los cohetes sobre el tejado de su palacio. Iba a estallarme el corazón en ese punto como esa pirotecnia.
Me escucharía. Me estaba escuchando ya. Estaba segura.
La mano de Dante se cerró sobre la mía y me arrastró lentamente, intentando no llamar la atención de ese hijo de puta. Pero... Yo tenía la mano sobre la daga de mi muslo, solo una zancada, y de una estocada le hubiese abierto la garganta...
Chastel se volvió hacia nosotros. Yo estaba siguiendo a Dante ya, pero pude sentir sus ojos tras mi nuca. Pero él dudó. Se retuvo, por no montar espectáculo, o por la incredulidad de pensar que alguien como yo, fugitiva, y buscada personalmente por él, iba a estar lo bastante loca para quedarme a mirar los fuegos artificiales a su lado.
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Los Relatos de Valentia
FantasíaEmma Da Miechi nos adentra en el disparate en el que se convierte su vida tras haber matado al hijo de Roswich, uno de los mayores dirigentes de la ciudad de Valentia. Edmond Chastel, amigo del difunto, la perseguirá en esta historia frenética dond...