Me levanté de la mesa. Bajé al cobertizo que tenía Juvard las armas y llené un macuto con ellas. Necesitaría que me hicieran más cosas como esas. Los Luceros eran buenos replicando cosas de los Burdos. Teníamos capital acumulado para pedir armas.
Nos fuimos hacia el burdel. Cogí las armas y se las llevé a un herrero del quinto nivel. Furia venía conmigo. Cuando tiré el saco frente a Julius este lo abrió y luego me miró preso del pánico.
—¿De dónde has sacado esto? —preguntó él tomando una de las ballestas con admiración.
—Eran de un buen amigo. Haz buen uso de ellas —pedí—. Quiero replicas. Quiero que me copies el diseño cuanto antes.
—Me falta material. Pólvora... Hierro... Madera... —empezó él. Furia cogió un pedazo de papel y se colocó a su lado cuando inquirió:
—Hazme una lista. Apuntaré aquello que necesitas y lo tendrás.
—En menos de dos días, sino no podré hacer nada —se lamentó.
—Tranquilo. Dinos el material que quieres.
Él y Furia hicieron cálculos. El maestro forjador tenía una pequeña fragua en la que se hacían cadenas de hierro, y algunas herramientas de trabajo para el campo. Tenía a cuatro chavales trabajando para él. Los fuegos eran ventilados con fuelles, avivando el calor. El hollín se acumulaba en las paredes de ese viejo edificio.
—Ve a ver a Virtudes —ordenó Furia—. Esto es mucho dinero más del que vale en verdad esto, pero la hará trabajar más rápido y en silencio —dijo tendiéndome un saco con monedas.
Salí de Valentia con las ultimas luces del arrebol. El camino por el exterior de la ciudad se había hecho algo común para mí en el último mes, especialmente. Aun así, poder salir de esos muros altos, de esas calles cerradas, y apreciar la llanura de los campos de cultivo... Poder ver el horizonte más allá de las paredes de cuatro casas... Me hacía sentir libre.
Me planté ante Virtudes y tiré sobre su mesa la bolsa con monedas de oro. Ella me miró complacida y sorprendida a la vez.
—Esto es un pago por el material que necesito, pero también por tu silencio. No quiero que nadie se entere de esto. —Ella recontó el dinero, e hizo una mueca, satisfecha.
—Bien... ¿Y qué material necesitas?
Le tendí el papel que Furia había escrito. Ella lo remiró un par de veces, volvió a contar el dinero. Cogió una calculadora de madera y se puso a hacer deducciones sobre el coste de todo lo que le pedía. Finalmente me miró y asintió.
—Burdel "El Tiroteo" ... ¿Ese es el sitio de entrega? —preguntó ella. Afirmé—. Dame cuatro días.
—Tienes dos. Ni uno más.
—Entonces deberías pagar más. La rapidez es cara.
—¿Los caballos corren más con más oro? No. Lo quiero para dentro de dos días. Si puedes hacerlo, bien. Si no puedes hacerlo me llevo el dinero y busco otro proveedor. —Fui a coger la bolsa del dinero y la apartó, quedándosela.
—La mitad del cargamento llegará en dos días, la otra...
—También. Si no, no hay pago. Me da igual si hay otras entregas que hacer, puedes ganar mucho más después, o puedes ser la perdedora en esto. Decide.
—Maldita niña... Kalani te enseñó bien.
—No fue Kalani la que me enseñó a regatear —afirmé con una sonrisa, acordándome de mi tía Sidra—. Tráeme la carga cuanto antes.
—Dante no debe saber nada... ¿Me equivoco? —Me volví hacia ella lentamente—. Puede que mi silencio requiera...
Pensé en las sombras. Visualicé ese poder oscuro denso y servicial y lo invoqué sin apenas murmurar más que un:
—Venid a mí.
Una manga oscura danzó a mi lado, como una mamba negra. Una serpiente letal que obedecía a su única dueña: A mí. Virtudes la miró con un leve temblor de ojos.
—Tu silencio será gratificado, pero si se te va la lengua lo más mínimo... —La sombra avanzó hasta ella, la mandé a ronronear cerca de su cuello ancho, como si fuera mi mano acariciándola—. Te la arrancaré.
Salí de la fábrica esquivando a cualquiera que pudiera reconocerme. Me dirigí al burdel. Había jolgorio, pero no el típico, no había canticos ni borrachuzos peleándose, eso era gente hablando, en cantidades enormes. Me planté en la puerta, con la capa y la capucha puestas hasta la barbilla.
Un par de cientos de Luceros, de todo sexo y edad estaban amontonados. Me cogieron del brazo y cuando iba a lanzar un puñetazo me volví y encontré a Zuala. Ella me marcó que callase llevándose el dedo a los labios.
—¡Un poco de orden, por favor! —pedía Gäal desde la barra a la muchedumbre.
Mi amiga me tironeó hasta la planta superior. Me empujó por la escalera de la buhardilla, y ahí, encontré a Pérfida. Ante ella, un humo negro hacia jirones dentro de un frasco. Era sólido, pero se volvía líquido y luego gaseoso. Destellaba partículas azules, rojas y moradas, iridiscencias que se mezclaban dentro del frasco.
Pérfida me invitó a acercarme a esa cosa. Parecía un ente vivo. Parecía que el humo buscaba la salida de forma consciente. Lo observé detenidamente cuando la chica marcó una sonrisa satisfecha:
—El Ángel Negro...
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Los Relatos de Valentia
FantasyEmma Da Miechi nos adentra en el disparate en el que se convierte su vida tras haber matado al hijo de Roswich, uno de los mayores dirigentes de la ciudad de Valentia. Edmond Chastel, amigo del difunto, la perseguirá en esta historia frenética dond...