79. Pelotones

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La ciudad amaneció preciosa. Tonos arrebol inundando el cielo de Valentia, llenando el cabello rojizo de Zuala de matices vibrantes, de mil tonos de naranja, amarillo y rojo. Como una llama refulgiendo en medio de la oscuridad.

Empezamos ese día a preparar las armas que cada uno de nuestros reclutas iba a llevar. Todos se pertrecharon lo mejor que pudieron.

Siguiendo un plano de la ciudad que nos había facilitado Furia íbamos colocando pelotones, indicándoles el lugar exacto en el que esperarían ser llamados de ser necesarios.

Las horas del día caían como un torrente, pasaban fugaces, como si el reloj se burlase de nosotras. Pérfida organizaba pequeños botiquines con fármacos y plantas que ayudarían a sanar heridas superficiales. Vivieres para que en caso de necesidad pudieran tener energía sobrante, pequeñas onzas de plantas machacadas con grandes contenidos de azúcar.

Zuala manejaba a la gente, les daba indicaciones de cómo huir en grupo de un cercamiento, o una emboscada, cómo defenderse entre ellos. Los repasaba las marcas, los conocimientos que tenía ella de la Magia de Diablo.

Yo ayudaba con las dudas que tenían aquellos que me habían demostrado mayor dominio de su poder. A todos esos los quería a salvo. Eran más puros de sangre, sus ojos eran mucho más rojos que los del resto, una pequeña aglomeración de unas veinte criaturas que desprendían mucho más poder que todo el resto juntos.

Los dejé en el último de los batallones, junto a Pérfida. En el burdel. Protegiendo el Distrito Bajo y el conjunto de los Luceros más vulnerables que restaban en él. Me llevé una bengala de las de Juvard por si en algún momento debía pedirlos como refuerzo, y los dejé otra, por si ellos necesitaban ayuda de igual forma.

Pérfida se llevó a Zuala a un rincón para asegurarle el vendaje de la herida. Ella no mostraba signos de empeoramiento, pero... No había visto esa llaga desde hacía días. Me fijé en su cuello, y me pareció ver una sombra oscurecida. Me acerqué tarde, ya estaba cerrándose la camisa clara que se había puesto.

—¿Por qué tienes más vendas? —pregunté— ¿Ha empeorado la herida? —Ella negó repetidamente.

—Es solo para fijarla mejor, no sé el tiempo que nos va a llevar esto y prefiero tener asegurada la llaga. Estoy bien —sentenció. Yo vi ese reflejo sobre su piel, más oscura en su cuello que antes. La tomé del hombro e hizo una mueca de dolor.

—Zuala, no me mientas —rogué—. Quédate abajo, con Pérfida, si estás mal. Por favor...

—Es solo efecto del ungüento, no te preocupes, es normal. Estoy bien, no pasa nada —aseguró ella y me apartó la mirada—. ¡Eh! ¡Te vas a sacar con ojo con eso, gilipollas!

Se fue a ayudar a unos jóvenes con alguna de las armas que estaban manipulando de forma un tanto peligrosa. Miré a Pérfida y esta se fue rápidamente huyendo de mis ojos. Resollé y seguí atendiendo a los que precisaban de mi ayuda.

Cuando tuvimos a todo el mundo listo, nos reunimos las cuatro. Pérfida pertrechada de materiales varios, y dispuesta a luchar si era necesario. Furia armada hasta los dientes. Zuala con varios látigos y cuerdas, incluso con una de las ballestas de Juvard atada al muslo.

Me tendió la otra para mí, él las amaba a esas dos armas, y nosotras, lo haríamos volver a nuestro lado, aun que fuera a través de ellas. Me até el arma al muslo y aseguré un cinturón con cargas en mis caderas.

Nos miramos con complicidad y nos apretamos, arropándonos las cuatro. Zuala empezó:

—Ya hemos ganado mucho, pase lo que pase, nosotras ya hemos vencido un monstruo. Y ya no se va a cobrar más victimas gracias al cerebrito de la señorita Pérfida. Has hecho una labor magnifica, estamos orgullosas de ti, pequeña. —La joven sonrió con emoción y miró a Zuala con los ojos llenos de lágrimas.

—Sin ti esto no hubiese sido posible, tú subiste y...

—Todas hemos logrado grandes cosas —la atajó la pelirroja—. Juntas. Vamos a patearle el culo a la familia Chastel al completo, y le dedicaremos el triunfo a todos aquellos que ya no están con nosotros —dijo mirando la ballesta de Juvard—, pero que llevamos siempre cerca. —Furia le tomó la palabra:

—Tened cuidado, estad muy atentas a todos vuestros flancos, no os relajéis en ningún momento y manteneos lo más juntas que podáis del un grupo de los nuestros. —Todas acatamos sus órdenes—. Es un honor ser parte de esto junto a vosotras, chicas...

—No importa la raza, ni el color de los ojos, ni de la piel —susurró Pérfida—, sois las hermanas que siempre soñé tener.

—Por la familia, entonces —susurré con una sonrisa poniendo una mano en medio, pidiéndoles las suyas.

—¡Por la familia! —bramó Zuala con una risotada—. Menudo cuadro de familia... —masticó con guasa.

Le pegué codazo riñéndola y ella dejó un beso largo sobre mis labios para luego susurrarme en el oído:

—Te quiero, chica de los ojos hermosos...

—¡Zuala! ¡Se marchan! —bramó Gäal. Ella se fue con rapidez. Me quedé vacía, mirando su espalda irse tras ese Lucero de piel oscura.

Pérfida y Furia se fueron con sus equipos, distribuidas en puntos ciegos de los barrios altos de Valentia. Dejé que se colocasen, y cuando todo estuvo en orden y escuché el silbido de Furia, me dirigí a la puerta sur del Distrito Alto. El sexto nivel.

Me tomé unos minutos de paseo lento, de admirar esas calles viejas y sucias del Distrito Bajo, de mi hogar. Recordé mis años siendo una niña correteando con su tío por esas zonas embarradas, tirando cuchillos contra dianas de papel, aprendiendo a leer y aprendiendo a luchar, para el día de mañana... Ser lo que era hoy.

Ese era el día de mañana, ese momento por el que mis tíos habían estado preparándome de un modo u otro, ese momento con el que soñó mi madre, y con el que seguramente seguía soñando mi padre. Ese instante en el que el mundo cambiaría a mejor, como deseaban Kalani y Baron, como Juvard esperaba, y como Perjuro hubiese deseado criar a su hija.

Un mundo en el que Agares, Gäal, Ilenko, Akora, Aradia, Iggor y Zem no tuvieran dueños, ni fueran esclavos de nadie. Un mundo más libre, y esa revolución empezaría en Valentia.

La portalada se levantó a pocos pasos de mí, justo ante ella, con los guardias ya reducidos, se encontraban el resto de nuestros supuestos socios. 

Los Relatos de ValentiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora