42. Candente

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El sonido de las cargas que Juvard estaba colocando en su ballesta me sacó del trance. Había bajado a ayudarlo a preparar todas las armas para la noche. Íbamos a entrar en el Palacio del Alcaide, en su fiesta de celebración de inicio de año.

Un despilfarre de comida, bebida y drogas. Espectáculos de todo tipo, dignos de cuento y de pesadilla según Zuala. Furia había conseguido robar algunas entradas que íbamos a usar Dante, Yanira y yo misma para colarnos en esa bacanal y distraer al personal en caso de ser necesario.

Una fiesta de máscaras y disfraces, con lujos por doquier y en la que estarían las altas esferas de todo el país, todos los lameculos de Brauda dispuestos a ensalzar a su repulsivo anfitrión, el gran Mag. Remont Chastel.

Bold, Jold y Kold habían trabajado en los atuendos que íbamos a vestir esa noche. Trajes con capas vistosas, plumas grandes de aves de corral pintadas a pincel para simular aún más detalles exóticos. Seríamos la envidia de muchos en esa fiesta de hipócritas.

Las máscaras que vestíamos los tres eran de animales, con la menor apertura en los ojos posible para esconder el color de los iris de Dante y los míos, y el ojo faltante de la tuerta de Yanira.

—¿Vas a pasarme el cargador? —preguntó Juvard con su mano extendida hacia mí.

—Ostia, lo siento —maldije mientras le daba el artilugio—. ¿Estamos seguros de que va a salir bien esto? —pregunté con la mirada perdida en una cuerda.

—No. En absoluto. Jamás estamos seguros de todo lo que hacemos, pero en eso consiste esto. Arriesgarse y festejar cuando sale bien.

—Tengo miedo de cagarla —confesé.

—Ese miedo lo tenemos todos, Emma. No he fallado un solo tiro en mi vida, hoy puede ser el primero, y ese fallo mío, puede ser la causa de tu muerte, o de la mía, y nadie puede controlarlo. Hay que vivir con el miedo —dijo finalmente con una sonrisa.

Me pasó el brazo por el hombro y me arropó apretándome contra su pecho, revolviéndome el cabello y dejando un beso lleno de pasión y cariño desenfrenados sobre mi pelo.

—Vamos a darle por culo a Chastel, sea como sea. Ese cabrón no se saldrá con la suya —sentenció mi amigo. Yo afirmé convencida.

Y tras algunos preparativos más, llegó el momento de dividirnos, de ocupar cada uno su lugar. Ayudamos a llevar la indumentaria necesaria a Juvard, que se quedaría en lo alto del Palacio del Alcaide, a través de las ventanas podría cubrir mejor a Zuala y Furia que se encargarían de entrar por la puerta del servicio y se colarían hasta las dependencias en las que se guardaban las llaves: El repositorio de llaves.

Llegar hasta allí era difícil, pero, tras encontrar la susodicha llave debían hacer una copia falsa para que nadie sospechase, al menos por un par de días que se había tocado esa maldita cosa. Si desaparecía, sabrían dónde íbamos a dar el siguiente paso, y nos descubrirían.

Tal copia debía hacerla Yanira, que tenía la suficiente habilidad para crear copias medianamente pasables con magia. Así que, en un momento dado, ella debía desaparecer para irse con ellas.

A unas pocas calles de distancia de la puerta de servicio nos separamos. Repasamos el plan de forma fugaz para que cada uno tuviera claro qué debía hacer, y nos deseamos suerte con choques de manos amistosos. Ellos tres se fueron.

Yo me enfundé el vestido y me coloqué la máscara en forma de ave, parecía de oro macizo, pero era solo una imitación hecha con pinturas y metales falsos. No íbamos a despilfarrar.

Dante se colocó una capa azul oscuro como la mía, y su máscara de lobo. Yanira igual que nosotros con una careta de gato, aun que le pegaba más la de zorra. En la calle principal del nivel más alto de la ciudad se amontonaban carruajes llenos de lujos y abalorios, dispuestos para la ocasión.

Los Relatos de ValentiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora