Dante me ofreció acompañar a Furia a la fábrica de textiles que había en las afueras de Valentia. Jamás había salido de la ciudad, más allá del cementerio, me emocionaba poder ver qué había fuera de esos muros grises.
No era muy buena montando a caballo, pero me defendía con la poca teoría que tenía de mi tío Bael, y por las cuatro clases que Juvard me había dado durante esos meses con ellos.
Ambas salimos por la parte baja, volví al Distrito Bajo por unos minutos, pese a desviarnos y no poder ver el Burdel, yo me sentí en mi hogar... Rodeada de ratas peleándose por cachos de carne podrida, con vagabundos pulgosos, borrachos meados y vomitados y gritos de peleas en cada casa. Aspiré el hedor y Furia soltó una risita al verme hacerlo.
—¿Añoras tu antiguo hogar? —quiso saber ella.
—No exactamente. Ahora vivo mil veces mejor, pero... Siempre hay algo que me...
—Siempre hay algo que da nostalgia, aun de los peores sitios en los que hemos estado —afirmó ella—. Espero que algún día puedas regresar a él con libertad, y quedarte, si ese es tu deseo.
Lo dijo con sinceridad en sus palabras. Furia no hablaba mucho, solo lo necesario para decir lo que pensaba en ese momento. No era muy común que preguntase o se interesase por vida ajena, ni mucho menos que abriese conversación por su propia voluntad, pero agradecí sus palabras con un cabeceo.
Me guio por uno de los caminos que llevaban a la salida de la ciudad. En esa puerta había un punto de control, habría soldados. Yo me tensé, reconocerían mi rostro, mi color de ojos, cualquier cosa, y nos delataría a ambas. Al llegar ante los soldados estos nos mandaron parar. Yo quería morir.
—Sus credenciales —ordenó uno.
—Toma. —Furia le tendió una moneda de oro brillante, y le tiró otra al segundo guardia—. Al entrar serán dos más por cabeza si nadie sabe de mi salida.
Abrieron la puerta sin rechistar, solo complacidos con la "propina", la suficiente para que una familia promedio pudiera comer por una semana, o... La suficiente para que uno de esos tipos se diera una vuelta por cualquier burdel de la zona baja.
—Las máquinas funcionan con combustibles, los guardias con sobornos. Hay muy pocos que no aceptan pagos por sus favores. —Yo me encogí.
—¿Y los que no aceptan?
—Los mato.
Afirmé con un nudo en la garganta. A veces olvidaba que ella era la eficacia hecha ente vivo. Dante confiaba tanto en ella que si le daba una misión él se despreocupaba absolutamente de cualquier cosa. Ella hacía las cosas a su manera y salían bien. Siempre.
Esperaba más aventura al salir de la ciudad, pero... Todo era igual que en el Distrito Bajo, miseria, oscuridad y hedores. No había muchas edificaciones en el exterior de las murallas de Valentia.
Por la luz de la luna distinguía algunos campos de cultivo rudimentarios, regados con aguas fecales y desechos de la propia ciudad. Algún trozo con arboledas poco densas. Se escuchaban ladridos de perros a la lejanía, y se veía alguna ventana con luz en esos caseríos de piedra y tejados de pajas.
El paseo nocturno nos llevó a las puertas raídas por la edad de una manufactura de telas. Dejamos los caballos atados y me dispuse a escuchar las directrices para realizar un robo efectivo del tinte, pero, Furia llamó a la puerta con normalidad.
Se corrió una madera y tras ella aparecieron dos ojos rojizos. Se abrieron de sobremanera al ver el rostro de mi acompañante ante ellos y en segundos todos los seguros de la puerta se abrieron para dejarnos pasar.
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Los Relatos de Valentia
FantasíaEmma Da Miechi nos adentra en el disparate en el que se convierte su vida tras haber matado al hijo de Roswich, uno de los mayores dirigentes de la ciudad de Valentia. Edmond Chastel, amigo del difunto, la perseguirá en esta historia frenética dond...