49. Heptagrama

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Kalani se llevó a Pérfida hacia el pasillo de las habitaciones. Yanira esperó lo suficiente para que ella no pudiera oírnos cuando se acercó a Dante y a mí, fulminándome con el ojo.

—¿Se puede saber en qué cojones pensabas? —ladró ella hacia nuestro compañero. Yo me metí de por medio:

—Pérfida me salvó la vida, es una chica excepcional y no...

—Tú a callar —me atajó la serpiente—. ¿Acaso esto es ahora un hospedaje? Cada vez somos más y menos competentes ¿Cómo se te ocurre traer tal cosa? ¿La has visto? Un perro muerto tiene más agilidad que eso, con lo bola que está solo traga y no...

Le metí tal bofetón a Yanira que le moví el parche.

Ella se sujetó la mejilla con la mano. Le había dejado los dedos bien marcados sobre la carita, por imbécil. Se volvió hacia mí con total intención de atacar cuando me encaré a ella. Me planté contra su rostro y me atreví a sacar pecho y susurrar contra sus narices:

—Pérfida tiene mil veces más valor que yo, pero tú no llegas ni a pulga de perro muerto a su lado, tuerta asquerosa. —Ella se acercó más hacia mi boca para mascullar amenazante:

—Ponla bajo llave, a la que pueda ni la grasa que le sobra la va a salvar de la puñalada que le voy a meter.

—Inténtalo, y con el ojo que te queda me haré un anillo. No te tengo miedo, bruja malfollada —la reté.

—Deberías —respondió ella observándome de cerca con su iris azul.

—Lo mismo digo —repliqué.

—Emma, suelta el puñal —ordenó Dante.

Yo pestañeé un par de veces. Noté el peso sobre mi palma cuando lo vi allí, en mi mano. La daga que había sacado junto al libro... Un arma oscura, completamente negra. Un filo de un metal azabache... Yo la conocía. Yo tenía una igual. Mi tío Bael me la había dejado en herencia y Pérfida la tenía en su posesión.

No lo había hecho de forma consciente. Ni por asomo. No había siquiera pensado en que tenía semejante cosa en mi poder hasta que Dante me había ordenado que lo soltase.

Lo enfundé de nuevo, dejándolo junto al libro, sobre la mesa, con la mirada ida en mi mente, rebuscando en qué maldito momento había dado la orden de hacer eso a mi cuerpo, y no, no la había dado.

Miré a Dante con cierto miedo, y él supo perfectamente que yo estaba aún más confundida que él. Miró a Yanira y le indicó con un cabeceó que volviera a su sitio, junto al mapa.

—Vamos abajo —me pidió él con un ademán de su mano—. Coge esto —indicó con el mentón el libro y el puñal.

Bajamos a su despacho. Se tiró sobre su silla y se reclinó sacándose los nudos de la pechera de cuero, arrancándosela de un tirón. Yo dejé el material sobre su mesa y copié sus mismos actos.

—No quería hacerle daño a Yanira —empecé.

—Un poco sí, pero lo entiendo, ha sido muy grosera con tu amiga. Ella no suele tener filtros para este tipo de cosas.

—Es gilipollas —mastiqué con ira.

—Y tú también —replicó él—. Emma, te quiero, pero eres un grano en el culo. Esto —dijo apuntando el libro con un dedo—. Esto va a traernos problemas a ambos que no queremos, ni necesitamos.

—Somos híbridos, Diablo nos debe una parte de poder. Solo le rezas a Madre Luna, ¿Por qué no le pides a él cosas?

—Porque él responde mal. Es impulsivo. Es una parte de mí que no quiero que salga porque me da miedo —confesó frustrado y atemorizado en parte.

Los Relatos de ValentiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora