32. Sonrisas

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Pasó un mes desde la muerte de Baron.

El invierno se había instalado sobre las calles de Valentia. Yo había salido un par de veces con Furia a realizar algunos recados. Cosas simples como dejar cartas en buzones de casas cercanas, comprar algunos alimentos en tiendas colindantes a nuestro hogar.

Hogar...

Así se sentía ese palacete en medio de la ciudad, ya no era una cárcel.

Todos los planes que teníamos se habían detenido. Entrenaba esos ejercicios que Zuala y Juvard me habían enseñado y lo hacía sola la mayoría del tiempo. Era lo único que podía hacer.

No se había vuelto a intentar salir de noche, ni asaltar ningún otro carruaje.

Me sentaba en los sofás cerca del fuego, cada noche, esperando que apareciera Dante, pero no. Él no aparecía. Estaba encerrado en ese despacho de la planta inferior. Solo Yanira entraba y salía de ese sitio.

Él subía a comer algunas veces, otras su espacio estaba vacío, al igual que el de Kalani. El duelo se había apoderado de nuestra casa, y yo no me atrevía a levantar la voz.

Quería irme al burdel, ver con mis propios ojos que todos estaban vivos, que nadie había perecido por culpa de Chastel, pero después de ser la culpable de la muerte de Baron, solo intentaba pasar desapercibida en ese lugar.

Esperaba a que todos se fueran a dormir para bajar a darme un baño y estar sola. Pensaba en todo cuanto me había ocurrido, repasaba las enseñanzas de Zuala, de Juvard e incluso de Baron o mi tío Bael.

Esa noche perdí unos minutos de vida hundida en el foso del baño, dejando que el agua caliente me limpiase por fuera, pero un poco por dentro. Quitándome el peso de la consciencia.

Subí las escaleras a plena noche, después de haberme bañado. Al llegar al rellano de la escalera, en el salón, vi la puerta de la habitación de Dante entreabierta. Mis ojos se corrieron sobre los sofás.

—¿Tienes planes para esta noche? —preguntó él desde delante de la chimenea. Negué y me acerqué lentamente.

—Creí que te habías ido de la casa, apenas te veo.

—¿Me echabas de menos, bestia gruñona? —quiso saber él.

—Casi tanto como a Yanira —contesté con guasa. Él ahogó una risotada.

—Seguro.

Me miró de soslayo mientras me plantaba cerca y lo observaba, con su cabello recogido en un moño bajo, vestido con un jersey oscuro de algo similar a la lana. Yo llevaba una camiseta ancha y enorme, nada más. Mis piernas descubiertas. Él me repasó lentamente, desde los pies hasta la cabeza, con un ladeo tenue de cuello observó mi cabello mojado.

—Te prometí salir de este lugar. —Miró la casa y luego poso sus ojos violetas sobre los míos—. ¿Quieres venir conmigo? Hoy es el Agua de Almas. —Bajé mis cejas en una mueca—. Cosas de Burdos. Ponte ropa caliente, y oscura. Te espero aquí, date prisa o no vamos a llegar a tiempo.

Cumplí al dedillo esas indicaciones. Corrí hasta mi habitación. Me puse pantalones forrados, un jersey caliente y una casaca oscura sobre este. Unas botas bien apretadas contra la nieve que podía haber en el exterior y volví al salón.

Él se había cubierto con un abrigo negro y se había puesto unos guantes de cuero. Me tendió esa mano enfundada y me llevó hasta la puerta principal.

Abrió ese portón, como Furia lo hacía cuando salíamos a comprar, pero... Había algo distinto, era la primera vez que tenía la sensación de salir porque sí, por ningún motivo, por gusto y libertad.

Los Relatos de ValentiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora