77. Tatuajes

15 3 0
                                    

Yo quise echar a correr, fingir que no era yo, perderme con rapidez, pero, él ya estaba subiendo las escaleras a trompicones, corriendo como si le fuera la vida en ello. Me quedé quieta esperando a ver como se acercaba, y casi temí que me pegase una ostia por desaparecer de su vida de ese modo.

Lanzó sus brazos a mi alrededor y me apretó con fuerza contra su pecho, respirando mi cabello. Me mantuvo unos instantes de ese modo, yo estaba rígida como una escoba.

—Por la corona de Madre, Emma... ¿Dónde te has metido? ¿Has sido tú la que ha causado todo ese follón en la ciudad? ¿Qué has estado haciendo? —preguntó revisándome entera.

—He estado ocupada —resumí—. Dante, Chastel no te dio la cura del Ángel Blanco, habéis estado andando por un camino sin salida.

—Es la única que podía crear a partir del cuaderno de Nicholas Abell, yo mismo estuve...

—Pérfida la ha creado —confesé—. Hemos esparcido la cura verdadera por toda Valentia, sin seleccionar a los mejores candidatos. Ese era el sueño de Baron y Kalani, y el de mi madre y mi padre, salvarlos a todos.

—Pero... ¿Por qué no me dijiste nada?

—Porque tú estás con ese hijo de perra. Solo ves sus hazañas. Te dije que no te hacía falta, Pérfida lo ha hecho sola, sin laboratorios importantes, ni sustancias raras, ni libros extraños. Él te ha estado distrayendo.

—Debías decírmelo —apuntó dolido—, creí que confiabas en mí...

—En ti sí, hasta que lo metiste a él en nuestra casa. Me prometiste matarlo, Dante. Y me obligaste a vivir con él. No confío en sus intenciones, y rebelarte esto implica que si por un mínimo asomo, él me boicotea porque le has dicho lo más mínimo, os mando a los dos al infierno con Diablo.

—¿Qué habéis logrado? ¿Habéis avanzado por alguna parte? —quiso saber él.

—Ven al burdel esta noche.

Me fui con rapidez. No quería quedarme mucho rato más en esa fábrica. Sabía que Yanira y Chastel estarían escuchando cerca, incluso temía que hubieran puesto sobre Dante algún tipo de conjuro de control.

Abrí la puerta del burdel casi de una patada. Me fui a la cocina a por el agua caliente y una olla negra, enorme. Metí los dos sacos que tenía en la bolsa y lo mezclé todo. Gäal apareció en la puerta, oliendo en el aire.

—Eso no parece estofado de conejo del que hacía tu tía —bromeó—. ¿Puedo ayudarte? —quiso saber él.

—¿Sabes dibujar? —negó repetidamente—. Necesito alguien que sepa dibujar bien para que vaya haciendo los símbolos en las pieles de los Luceros que vengan.

—Akora sabe.

—Llámala, por favor —pedí.

La gemela de Ilenko. Ambos hermanos pasaban desapercibidos, los comparaba a veces con los espíritus del palacete de Kalani. Sus melenas blancas, normalmente adornadas con cuentas, trenzas y abalorios resaltaban en contraste con sus pieles morenas, color canela molida. De narices anchas, pendientes y argollas en nariz y orejas, y ojos rojos como la sangre fresca.

Akora llegó a la cocina cuando yo lancé sobre el preparado un poco de polvo del Ángel Negro para augmentar su eficacia en aquellos que deseaban luchar. Dante he había dicho que a él de niño Kalani le dibujaba medias lunas en los dedos para concentrarse en los hechizos, yo haría lo mismo, pero con cada símbolo del heptagrama.

—¿Qué necesitas que dibuje? —preguntó ella temerosa. Ilenko estaba tras ella, cubriéndola. Vestían ambos de color claro, vaporosos.

Nos fuimos a la barra del bar, mientras la henna se enfriaba. Cogí un papel y una pluma y tracé lo mejor que pude la estrella de siete puntas y sus respectivas runas de cada elemento.

—Quiero que dibujes sobre la piel de todos los que vengan estos símbolos. Cada uno de ellos. En el mismo orden para todos. Es la forma de que aprendan cuanto antes a familiarizarse con Diablo.

Dejé a Gäal, Pérfida, Ilenko y Akora de encargados de marcar a cada Lucero que se uniera. Luego los cité en la noche a las afueras de la ciudad, en ese montículo que hacía de cementerio a Kalani y Baron para que nadie nos viera. Debía haber un sitio despejado, para no cargarnos nada en el momento de practicar según qué cosas.

Me fui a la fragua para comprobar que empezaban a llegar los materiales y que las replicas de las armas estarían listan en poco tiempo. Y por último, me fui al palacete con Furia. Necesitaba ver a los pequeños. Necesitaba volver a mi casa, a la que fue mi guarida por tanto tiempo.

—¿Cómo lo lleváis? —Preguntó la espía.

—Creo que bastante bien. Si quieres irte un rato al burdel me quedo yo con los pequeños, Zuala está durmiendo. —Furia me tendió al pequeño Baron que estaba meciendo en sus brazos y se fue con rapidez tras dedicarme una bonita sonrisa.

Me fui a la habitación de Kalani, a la cama que fue de Baron y suya y dejé a ambos bebés sobre ella. Uno a cada lado, porque yo me tumbé en medio. Los arropé a los dos y dejé besos en sus frentes chiquititas. Miré al techo de esa habitación por un largo rato. Había pinturas medio descorchadas, pero pude adivinar un mapa... Necesitabas mucha imaginación, pero yo había mirado por mucho tiempo ese dibujo en un libro, y lo hubiese reconocido al tacto incluso. El mapa del mundo... En la parte más a la derecha, arriba, había una isla: "Impetua" rezaba bajo ella.

No había ninguna isla como esa en el libro de geografía. Alguien la había escondido o se la había inventado allí en ese techo. Pero ese nombre se quedó guardado para siempre en mi memoria.

Cuando dejé a los bebés con Furia, y volví al burdel, el jolgorio se escuchaba desde varias calles atrás. Cuando entré encontré un grupo grande de Luceros y Luceras esperándome.

—¡Queremos unirnos! —bramó uno.

—Mi hermano vino esta mañana a ti y esta tarde ha recuperado la voz, llevaba años sin poder hablar.

—¡Mi padre ha vuelto a caminar! ¡Es un milagro de Diablo!

La cura era efectiva... Buqué a Gäal con la mirada, y él acudió al acto a mí.

—Llévate a todos los que quieran unirse al cementerio y haz lo mismo que he hecho esta mañana con el heptagrama, luego que Akora les dibuje los símbolos y me los mandas al campo santo que hay en las afueras de Valentia.

—Bien —respondió. Levantó la mirada hacia el vulgo y ordenó: — Seguidme todos. 

Los Relatos de ValentiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora