55. Naturaleza

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Deslicé la mano hasta la espalda, tenía el puñal, podía pelear. Por lo menos me iría de este mundo luchando, intentando vengarme. Me mataría, lo tenía claro, pero, me aseguraría de que él no estaría mucho tiempo más que yo en ese lugar. Ese se vendría conmigo a la tumba.

El tintineo de su magia empezó a crecer cuando se percató del movimiento que quería hacer yo. Mi magia chilló, protestó, pidió paso. Esa densidad oscura y morada que quería salir cada vez que notaba a Chastel cerca.

Usé lo que había aprendido. Saqué lo que mi cabeza había recopilado y lo apliqué. El símbolo sobre la piel, el poder que estaba destinada a reclamar por sangre, mi bautismo con ambos, Padre y Madre.

Me corté la palma de la mano y dibujé aquello que supe que respondería antes, porque su dueña lo había cuidado tanto que hasta en invierno salían flores. Con el chorro de sangre, usando mi pie, dibujé un medio circulo sobre la tierra, un palo y un triangulo invertido: La Naturaleza.

Hágase mi voluntad, ayudadme. Salvadla a ella. —Pateé el suelo, ordenándolo.

Chastel bajó de golpe las cejas. Se dio cuenta de que él mismo se había parado la trampa al ponerse en ese sitio. La sangre de Perjuro sirvió como aliciente, puede que ellas sintieran el dolor de la perdida, porque yo las escuché chillar.

Enredaderas, raíces, ramas... Todas cobraron vida a mi alrededor. Armas listas para atacar a cualquiera que fuera a dar un paso hacia mí. Observé el entramado de maderas que se había formado.

Él se levantó de la silla cuando sintió que las enredaderas empezaban a correr bajo sus pies. Las pateó un par de veces y las fulminó con una bocanada de fuego. Ellas rompieron los cristales de las puertas del comedor, colmando la casa a cada instante que pasaba.

Cuando quisimos darnos cuenta, todo el jardín había entrado en ese hogar. Las plantas crecían sin control, llevándome lejos de Chastel. A mí me sacaban; a él lo retenían.

Una descarga eléctrica, un rayo, me cayó encima cuando estaba casi en la puerta de salida. Las ramas que me habían empujado se quedaron en cenizas. Se me clavaron los huesos, todo perdió el color, me quedé ciega por unos instantes y temí lo peor.

Nin me golpeó la frente, recalibrándome.

—¡Levántate ahora mismo! ¡Está viniendo!

Recoloqué las piernas como creía que se corría, pero en ese punto no sabía si estaba de pie o bocabajo. Los adoquines de la calle eran mil veces más resbaladizos, y las calles se torcían intentar levantar los ojos.

¡Emma corre! —chillaba mi alma guía de forma desesperada.

Debía volver al palacete. Llegar hasta el siguiente nivel, alcanzarlo. Pero no podría. Me tiré al suelo, metí la daga y levanté la tapa de la alcantarilla.

La sangre que corría por mi mano iba dejando rastro en la nieve que todavía había en la calle. Debía desaparecer, y tirarme ahí borraría cualquier rastro de mí misma. Volver a ese sitio no era algo que me fascinase.

El agua caliente, en plena fermentación de heces y desechos me llenó la boca de nuevo. Escupí tanto como pude. Debía apagar mi poder. Chillaba todavía y él me oiría. Me pegué a la pared, colmada de mierda costrosa y mohosa y respiré hondo en medio de ese torrente de estiércol.

Piensa en la mujer a la que amabas —propuso Nin.

Hice memoria de el cabello claro de Zem, de lo bonita que era su sonrisa por la mañana. Ella agradecía cuando podía traerle algún pequeño detalle, aun que fuera una simple flor robada a un tendero cuando iba a por pan seco. Nuestras noches de charlas en la barra del bar, esperando clientes, rezando para que no vinieran y nos obligasen a estar lejos.

El tintineó cesó. El mío, y el de Chastel. Por un segundo fantaseé con encontrar su cadáver, consumido por las plantas. Jamás volvería a insultar a alguien llamándolo ficus, me habían salvado la vida. Pero mi mano aun sangraba, y las ratas-anguilas aun vivían en esa alcantarilla.

Esa vez circulé a favor de la corriente. Esperé a pasar los trechos más cerrados y seguí aún más. Salí a la altura del vertedero, pero, no me detuve.

La alcantarilla desembocaba al río que corría por el lado de Valentia. Y a las afueras había un lugar seguro que bebía de ese corriente de agua: La fábrica de telas.

Usé el río como transporte, pero llegué hecha mierda, literalmente. Me esperaban en las orillas tres vigilantes con tres armas apuntándome en la cabeza. Solo tuve fuerzas para murmurar:

—Doña Virtudes me conoce, soy hija de Kalani...

Lo siguiente fue un baldazo de agua fría, perfumada. El calor era insoportable. Me tenían en la zona de tintes, con los operarios. Había algunos que me miraban como si fuera una atracción de circo.

—Bueno... Venías cansada, sin duda —afirmó Virtudes sentada ante mí, con la silla vuelta, abierta de piernas.

—Necesito volver con Kalani... Por favor —mastiqué con el sabor del jabón mezclado con la alcantarilla.

—Podría devolverte a tu dueña, pero... Chastel ofrece mucho dinero por tu cabeza.

—Agh, mierda... —susurré. Sacudí la cabeza y la encaré—. Mató a uno que iba a entregarme. No te fíes.

—Oh, a mí no va a tener agallas de hacerme nada.

—Le sobran agallas para atreverse con muchos más. Kalani me necesita, cuando el plan salga bien...

—Si sale bien, claro —apuntó interrumpiéndome.

—Saldrá bien —espeté—. Cobrarás y comerciarás y harás mil virguerías, pero si no me ayudas ahora, no podré hacer nada. Tengo poder, he aprendido de lo que me dijiste, no tardaré en derribar a Chastel. Diablo está de mi parte —afirmé.

—¿Diablo? —preguntó ella incrédula con una risita—. Se cuentan leyendas sobre los híbridos, Kalani tiene un muchacho que lo es, y ahora también a ti, pero nadie sabe qué sois capaces de hacer. Dicen que sois monstruos... —afirmó con una sonrisa, yo parecía un perro pateado, ni rastro de alimaña peligrosa.

Respiré hondo, bajé los ojos al suelo, en el que se acumulaba tinte en polvo y mugre. Lo pensé pon unos segundos, y lo único que se me ocurrió fue demostrarle algo, darle un motivo para creer en mí. Moví el pie de nuevo, dibujando el símbolo del agua, dos olas pequeñas una encima de la otra.

Se buena, acércate a mí y obedece mis deseos. —pedí.

Miré un balde lleno de agua y este tembló ligeramente. El líquido se volcó y corrió hasta mis pies. Ella se levantó formando un pilar de líquido ante mí, se separó en varias mangueras y bailoteó alrededor.

—Bonito truco de feria —espetó ella.

El agua se detuvo al mismo tiempo que a mí me hervía la sangre. Sin más dilación se acercó a ella y le subió hasta la cabeza para dejarla sumergida. Estaba ahogándose. La veía sacar burbujas como si le hubiesen metido la cabeza en una pica llena. Los guardias se apresuraron en sacarle eso, pero no pudieron.

—¡Basta! —bramé.

Y obedeció, empapando a la señora Virtudes, desparramándose sobe ella. Levanté el mentón, aun anonadad de lo que yo misma había provocado. Fingí una fortaleza que no poseía, ni por asomo, soné orgullosa y poderosa:

—Eso es solo una diminuta parte de lo que podemos hacer los híbridos. Libérame —ordené.

—Te meteré en un barril, te llevaran como carga esta misma noche. Kalani me deberá un favor muy grande después de esto —bufó con saña—. No la desatéis —ordenó a los tipos que me vigilaban.

Se levantó y se fue entre tosidos y maldiciones. A mí me cogieron entre dos, y tal y como ella había indicado, me embutieron en un tonel en el que apenas cabía hecha un ovillo. Pasé algunas horas dormida, agotada y llorosa. Habíamos matado a una familia de inocentes, sin esperarlo, ni buscarlo, pero... Habíamos colaborado.

Y... Perjuro ya no estaba. Había guardado silenciosobre el paradero de su hija de forma magistral, a juzgar por el enfado deChastel. Yo sabía que Pérfida le había contado cosas a su padre en las salidasque Dante le permitía, pero él pobre Burdo jamás nos delató. 

Los Relatos de ValentiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora