81. Bastiones

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Ellos corrían bajando hacia mí, huyendo de ese desparrame sobrenatural de cientos de litros de combustible ardiendo. Si eso cogía a un ser vivo, lo fundía. Saqué un carbón que llevaba guardado en el bolsillo y me fui a la una de las paredes de esas casas, luego corrí hacia la otra parte de la calle. Notaba el calor de las llamas, escuchaba el hervor del aceite sobre mi piel cuando terminé de dibujar un par de olas sobre el muro. Pegué patada al suelo y grité:

¡Apaga esto!

Una columna de agua salió despedida desde los grifos de cada una de las casas que había en ese nivel. Cientos de hilos de agua arrejuntados para formar una estructura colosal. Con las manos en el aire empujé esa ola contra la de aceite.

Al igual que al echar un pescado en una sartén el aceite crepitó exageradamente y me alcanzó en algunas partes del cuerpo. No fue grabe, pero las ampollas no tardaron en aparecer.

Los cinco Luceros que me habían cedido amablemente ese trío de patanes se quedaron anonadados, mirándome embaucados por la fuerza que había derramado en eso.

—Nos estaban esperando —afirmé—. Esto va a ser una cacería si no cambiamos el plan de Chastel. Decidme que habían planificado —ordené.

Ellos dudaron. Tal fue mi cabreo que el agua por un segundo se levantó a mi lado en forma de pilar, amenazante hacia ellos. Retrocedieron un poco y finalmente uno habló:

—Debían subir hasta la Biblioteca de Valentia para allí tomarla como bastión, y seguir escalando niveles hasta llegar a la Avenida Principal y tomar la GAM. Luego de afianzar esos puntos, iríamos a por Remont Chastel.

—Y por ese entonces Remont Chastel ya estaría en otra Dimensión, venga ya, no me jodáis —maldije.

Dante acudió a los minutos mientras ellos iban dándome pistas de lo que debíamos hacer según Chastel, él quería tomar la ciudad por fases, creando bastiones. No era una mala idea, si disponías de tropas suficientes. Nosotros no las teníamos. Cogí a Dante por la solapa de la camisa y lo encaré:

—¿Qué Chastel no iba a coger el mando? Casi te tiras a sus pies para que te pise más a gusto. —Él se sacudió el brazo de encima.

—No es tan sencillo, él conoce mejor que yo la forma de actuar de su padre, las tácticas de los guardias, y, nos está...

—Llevando a la masacre —terminé atajándolo—. Hay que atacar directamente al Palacio. Ya le hemos avisado, ya sabe que estamos subiendo, que vamos a por él, le estamos dando tiempo de prepararse.

—¿Y qué propones? ¿Plantarnos en medio de esa avenida con un par de cientos de Luceros y ponernos a atacar a Remont Chastel en su Palacio blindado?

—Básicamente.

—Es una locura.

—Es como se saca a las ratas de su madriguera. Echas agua y esperas en las salidas para darles con un barrote, funciona así de fácil.

—¿Vas a inundar el Palacio?

—Vamos a llenarlo de lo que tengamos a mano para hacer salir a Chastel, vivo o muerto —sentencié.

—Edmond no estará de acuerdo con esto —me advirtió. Yo me señalé el rostro.

—¿Me ves cara de que me importe lo más mínimo? —silbé para llamar a Furia.

En unos minutos acudieron Zuala con sus Luceros y la espía. Se quedaron mirando a Dante con asco ambas, cuando la pelirroja le soltó:

—Baron te metería una paliza si viera como te has rebajado con Chastel —lo advirtió Zuala.

—Se llama estrategia —replicó el chico.

—Se llama ser gilipollas —contestó ella con rapidez—. ¿Qué hacemos ahora? —preguntó mirándonos a Furia y a mí. Entonces empecé:

—Debemos ir a por el Palacio directamente.

—Eso debería de haberse planeado desde el principio. Lo de ir conquistando por fascículos la ciudad parece un juego de mesa —bufó Furia—. Y Baron te enseñó esto —le recriminó a Dante.

—Os estáis pasando conmigo —se quejó él. Zuala lo miró de reojo y le gruñó:

—Y agradece que no te haya despellejado los cojones a estas alturas.

Finalmente vi que tenernos a las tres delante de él apretándolo contra las cuerdas tenía efecto. Dante sacó pecho y miró a los Luceros que tenía él. Se volvió hacia ellos y ordenó:

—Avisad a grito pelado que vamos a derrocar a Chastel. Aclamadlo por toda la ciudad, sacad a aquellos Burdos que quieran unirse a la causa de sus hogares. Llamad a la revolución, hay que movilizar el máximo de gente posible.

Ellos empezaron esa tarea como soldados bien instruidos. Yo los miré apenada, ellos tenían el mismo derecho que los demás de ser libres y decidir si querían luchar o no, y parecían obligados. Dante se volvió hacia nosotras y con un cabeceó nos invitó:

—Coged a vuestros Luceros y subamos toda Valentia. Los Burdos que se unan se quedarán para los guardias. Nosotros vamos a esquivarlos.

—¿Vas a usar a los Burdos de carnaza? —pregunté anonadada.

—En toda revolución hay víctimas, Emma. Si no quieres sacrificar Luceros, lo harán los Burdos.

—La forma de reducir muertos es acabar con esto cuanto antes —apuntó Furia cogiéndome del brazo y tirando de mí hacia la parte alta.

Nuestro grupo era una marea de Luceros corriendo calle arriba. Cuando veíamos un pleito, un enfrentamiento de algunos guardias con Luceros o Burdos nos desviábamos. Nos dábamos prisa para cruzar todas esas calles cuesta arriba, cada nivel de menos era un paso más cerca del fin.

Furia tenía razón, para minimizar el desastre, debía ser rápida.

Desde una encrucijada nos llovieron las balas. Dieron a algunos de nuestros Luceros. Zuala me cogió por el brazo, cubriéndome tras un contenedor de basura. Los proyectiles chillaban cerca de nuestras cabezas. Furia estaba al otro lado de la calle. Uno de los guardias estaba a punto de girar la esquina, y daría con ella.

A nosotras nos estaban avasallando a balazos. También nos machacarían en algún momento. Zuala respiró hondo un par de veces y fue soltándome poco a poco. Cuando vi que pretendía levantarse contra más de veinte guardias armados la retuve.

—¡Ni se te ocurra, en medio minuto serás un colador! —mastiqué contra su rostro.

—¡En un minuto lo seremos las dos!

—¡A la de tres corred todos hacia arriba! —Bramó Dante.

Lo miré, estaba solo a unos pasos por detrás de nosotras, cubierto por una entrada de una casa junto con algunos Luceros más.

—¡Uno! —chilló. Movió sus manos lentamente—. ¡Dos! —contó. Murmuró algo contra su pecho—. ¡Tres!

Levantó los adoquines, como si sacudiera una manta. Toda la calle se volvió líquida cuando él corrió hacia el medio de esta y apoyó la mano en el suelo. Las balas dejaron de volarnos cerca de las cabezas.

—¡Corred! —chillé haciendo gestos con el brazo a todos los que quedaban en pie. 

Los Relatos de ValentiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora