60. Desterrado

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Saqué la daga, y cuando golpeamos ambos el suelo, me aferré a sus ropas. Usé mi cuerpo como falca, lo retuve bajo mis piernas y lo envolví con los brazos por el cuello.

—Estás muerto, hijo de la gran puta... —murmuré con el filo pegado a su cuello.

Lo cogí el cabello, levantándole el mentón hacia mí rostro. Respiraba agitada, y a la vez, una sensación de satisfacción personal me llenó por completo.

—Ya me has arruinado suficiente la vida. Acaba con esto —rogó él.

Dante se quedó quieto observando el cuadro. Era el puto Edmond Chastel. El maldito psicópata que había estado dándonos por culo día sí, día también, y lo tenía reducido, medio muerto y magullado, pidiéndome la muerte bajo los pies.

—Espera un momento... Si lo matamos nos ahorramos sufrimiento, pero... ¿Y un rescate? —propuso mi compañero. Chastel soltó una risotada a carcajadas bajo mi cuerpo.

—Buena suerte... —murmuró.

—Cállate —ordené sin quitarle el ojo de encima.

—No van a pagaros una mierda por mí. Soy una escoria para la gran Valentia. Un corrupto que hizo estragos por venganza... Un loco... Que cumplía ordenes de su padre y su amigo —escupió eso con desdén.

—Poco me importa eso a mí. Voy a mandarte al puto averno... —murmuré contra sus ojos.

—Pues hazlo de una maldita vez, asesina. Así me reuniré con el amigo que me arrebataste. —Dante avanzó un paso más hacia nosotros.

—No lo mates —ordenó él. Yo levanté los ojos de una estocada.

—¿Perdona? —inquirí incrédula.

—Nos puede ser útil —razonó mi amigo. Lo miré con la boca abierta.

—¿Sabes como me va a ser útil a mí? —pregunté—. Muerto.

—Mátame de una puta vez —pidió Chastel.

—¿Ves? Muerto.

—He dicho que no. Nos lo llevamos —mandó Dante. Me puse a reír como una desquiciada y miré a Chastel.

—Que vienes con nosotros, dice... —Reí de nuevo—. A piezas —sentencié con el cuchillo deslizándose contra la piel del cuello de ese criminal.

Dante se me echó encima. Me apartó de él de un empujón. Conjuró unas esposas y ató a ese cabrón. Lo levantó de una estocada y lo irguió a su lado. Me di cuenta entonces, de que iba lleno de heridas. Sangraba por todas partes como si lo hubiesen apuñalado por varios sitios con cuchillos pequeños.

—Te han desterrado... —dedujo Dante observando igual que yo esas marcas.

—Qué perspicaz... —dijo Chastel rodando los ojos—. No os sirvo de nada.

—Eso lo decidiré yo —espetó Dante—. Y si no nos sirves de ayuda, nos servirás de carnaza.

—Me niego —bramé—. Si él entra por esa puerta, no cuentes conmigo. Me prometiste que lo mataríamos —le recordé dolida.

—No he dicho que no vaya a acabar con él —rectificó Dante mirándolo con una sonrisa. Acercó su rostro al de Chastel, apretándolo por el pecho y marcó media mueca, una mirada letal—. Vienes conmigo... Porque matarte de un navajazo, sería demasiado benevolente.

—No puedes estar hablando en serio... —murmuré traicionada.

No dijo nada más. Tiró de Chastel hacia el palacete. Yo lo seguía esperando que fuera una broma. Esperaba que en algún punto Dante pararía en un callejón, se pondría a reír y me daría el gusto de poder matarlo personalmente. Me lo había prometido. Hicimos un trato.

Los Relatos de ValentiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora