53. Anillo

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Tuve que sujetarme a la silla que tenía al lado. Era... mi tío. Era... Mi... Abrí y cerré la boca cien veces por lo menos, no sabía qué decir, ni cómo actuar. No comprendía... Se me llenaron los ojos de lágrimas y conseguí tartajear:

—¿Mi madre...?

—Jamás creí que lograría conocerte. Había perdido toda esperanza cuando me dijeron que tu padre te había llevado a Ardania...

—¡No! Me dejó aquí, con mis tíos. En el Distrito Bajo.

—Te escondió por miedo, y esconder algo cerca es la mejor forma de que el ladrón no lo encuentre... Aubert era astuto.

Yanira pegó el filo de su daga contra mi cuello. Me quedé quieta mirándola de reojo, esa maldita loca pretendía matarme frente a mi tío. La Burda apretó el metal hasta que pude sentir que me abría la piel. Ella miró a ese tipo y amenazó:

—No vas a decir nada de este encuentro, y vas a colaborar conmigo. Si quieres que tu sobrina conserve la garganta, claro.

Él marcó media sonrisa, hizo una reverencia con el cuello y miró a Yanira con esa mueca relajada cuando habló con dulzura:

—Voy a colaborar, pero, tú vas a soltar esa daga si no quieres que tu corazón descanse en un charco de sangre al lado de tu cadáver, querida.

—Yanira, hazle caso... —susurré con un hilo de voz. Ella bajó el arma.

—Queremos los documentos que dejó Nicholas Abell, él inventó el Ángel Blanco —soltó ella sin filtros.

Miller hizo una mueca, complacido, y se apoyó sobre la mesa, sentándose a medias. Se frotó ligeramente la barba con la mano pensando el lugar, o bien, una forma de detenernos, o matarnos. Finalmente nos observó a ambas, particularmente a mí:

—Tu padre ya habló de eso, y tu madre lo creía. Ella decía que lo había visto en persona. No me creí nada, ni siquiera esa locura suya de quedar embarazada de un Lucero, pero... Lo hizo. De forma inexplicable cruzó nuestras razas siguiendo los consejos de su amiga. Creo que la utilizó de prueba, por miedo a morir ella —bufó eso con ira contenida. Di un paso hacia él y fui clara:

—Necesito terminar el trabajo que dejaron mis padres a medias. Ayúdame. Si eras hermano de mi madre... Me gustaría saber más de ella, pero primero, debo ayudar a mis congéneres.

—Los Luceros no son tus semejantes —gruñó él en respuesta.

—Lo han sido por veinte años. Me crie en un burdel, en el cuarto nivel. Viví toda mi vida entre esas calles oscuras, viendo penurias ajenas, y ahora que conozco de buena mano los culpables de esto, quiero vengarme.

Nos quedamos en silencio escrutándonos con la mirada. Finalmente él movió el cuello, frustrado y resolló. Rodeó el escritorio, abrió un cajón en este y sacó una cajita diminuta, me lo mostró y vi un anillo: Un sello de plata con una piedra azul enorme encastada en medio.

—La llave de los sellos mágicos —explicó mi tío—. Los catedráticos tenemos acceso a la Alcancía.

—Pues baja a por los papeles —ordenó Yanira.

—No voy a bajar a por esos documentos —replicó él—. Os daré el anillo porque le pertenece a ella —dijo señalándome—. Era de tu madre. Ella quería que lo tuvieras tú. Le di mi palabra de entregártelo, pero jamás supe de ti. Cumplo con la promesa que le hice a mi hermana, solo eso. No haré más que guardar silencio de lo que estáis haciendo, pero, si Nicholas Abell creó el Ángel Blanco fue para mantener el equilibrio.

—Ya, pues ahora se les ha ido un poco de las manos —gruñí.

—Tienes razón, pero desde la política y la justicia los Luceros... —Me puse a reír y lo atajé en seco:

—Estoy en busca y captura por la muerte accidental de Roswich, de cogerme como Lucera, me hubiesen matado en el acto. Él mató a la mujer que yo amaba y nadie hizo una mierda. La cura del Ángel Blanco es secundaría para mí, quiero derribar su bonito castillo de naipes, quiero vengarme de su despotismo.

—¿Vas a poner en riesgo tu vida por una muerta? —preguntó él—. Vengar a los muertos, luchar por ellos, es un sinsentido. No vas a devolverle la vida.

—No, y ojalá me manden con ella, pero antes, me los llevaré por delante —sentencié.

Me tiró la cajita cerrada sobre el pecho y la acogí como el mayor de mis tesoros. Mi tío rodeó de nuevo la mesa y se sentó. Con el mentón señaló la puerta echándonos a la calle. Sostuve la joya contra el corazón, y por primera vez la sentí... Sentí que estaba cerca de mí, mi madre. Antes de abrir la puerta me volví hacia mi tío y lo encaré:

—¿Hubiese estado orgullosa de mí? —pregunté. Él suspiró rendido y afirmó:

—Yo no, pero ella, sin duda alguna. Está enterrada en la cripta bajo el tempo de Madre Luna, si deseas ir a verla se llamaba Liliana Miller, Lili para aquellos que la amaron.

Contuve las lágrimas y afirmé. Yanira me empujó fuera del despacho. Cerró de un aldabonazo y remiró por los pasillos. Seguían escuchándose habladurías más abajo, quedarían guardias aún haciendo guardias toda la noche. Pero teníamos el sello contra la magia. Podríamos abrir las puertas.

—Volvamos arriba —ordenó la Burda—. Aférrate a esta cosa como si tu asquerosa vida dependiera de ello —exigió.

La seguí sujetando esa cajita oscura. Era tan raro, tan... Pequeño y a la vez tan inmenso, sentirla cerca. Mi madre. Lili... Esa hembra que yo aborrecí por abandonarme durante tanto tiempo, y ella... Ella había dado tanto por mí sin conocerme.

Al volver de nuevo al invernadero salimos por la ventana trasera, incluida Pérfida. Nos dividimos en grupitos y volvimos al palacete. Me senté junto al resto en la mesa del comedor, reunidos. Saqué el anillo y empecé a darle vueltas hasta que me detuve a mirarlo fijamente, y lo entendí todo.

Yanira puso al día todos de lo ocurrido. Incluido el encuentro con mi tío, y en ese momento Kalani levantó los ojos hacia mí y musitó:

—Tu madre era...

—Lo sé. Aquí pone una K con una L y un corazón grabado —señalé mostrándole la joya.

—Era como una hermana, yo...

—La sacrificaste —gruñí.

—Se sacrificó voluntariamente, como yo, Emma —replicó ella dolida.

—Vete a la mierda. Todos me habéis mentido. Todos me habéis escondido cosas ¡Todos! ¡¿Tanto cuesta ser sinceros desde el principio? —bramé sollozando.

—¡Emma! —chilló Dante mientras me iba.

Cogí el anillo y me fui escaleras abajo. Necesitaba estar sola. Lejos de todos. Lejos del mundo y de todo aquello. De las mentiras y las verdades a medias. Quería volver a mi burdel, a ese tiempo de mi vida en el que solo debía odiar a mis clientes y dormirme sobre un taburete.

Quería olvidar todo aquello, todo lo ocurrido... ¿Y dónde iba en ese momento? ¿Al burdel? Tras meses desaparecida, allí donde Chastel todavía tenía trampas paradas contra mí... Al cementerio, con Zem y mi tío Bael, y puede que Iggor... Pérfida se había quedado con ellos.

¿Necesitas hablar? —preguntó Nin a mi lado. Había parado en medio de un callejón a respirar, me había estallado el flato.

—Quiero morirme de una puta vez —gruñí.

Podemos ir al Burdel... —propuso—. Yo te cubriré primero, y miraré si hay alguna trampa. 

Los Relatos de ValentiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora