Teníamos bajas. Ya habíamos perdido a unos pocos Luceros, abatidos por los tiros. Sus cadáveres se hundieron entre los adoquines de la calle junto a los guardias que se engullía la tierra. Las armas mágicas eran mucho más certeras, potentes y rápidas que las comunes, cualquier emboscada con esas cosas nos reduciría en número de forma inevitable.
Cruzamos por una calle más estrecha, buscando las mejores rutas para movilizar un grupo tan grande. Puede que fuera un fallo, ser tantos, pero, los guardias se habían dividido esperando varios ataques por varios flancos, centrarnos en uno solo nos daría ventaja.
La Biblioteca de Valentia estaba rodeada de más de una treintena de Guardias, con armas y barricadas hechas de sacos. Eso no se montaba con rapidez, no llevábamos ni un par de horas de asalto. Zuala me miró al ver eso, y ambas pensamos lo mismo: Chastel. Era descarado.
Furia se nos puso al lado, cuando nos habíamos detenido todos en un callejón cercano a la Biblioteca y mirábamos a los guardias, contando opciones de correr por otra parte o seguir por esa.
—Traigo esto —dijo la espía mostrándonos un frasco de color amarillento—. Es Duerme Duendes.
—En exterior no es tan efectivo —apuntó Zuala.
—Es tremendamente explosivo si se mezcla con fuego. Los tendremos entretenidos quitándose cristales del cuerpo. Me colaré por detrás y lo tiraré dentro. Reventará las vidrieras y los colgará de vidrios rotos.
—¿Cómo vas a prenderle fuego a esto sin reventarte tú? —quiso saber Zuala.
Miré esos vidrios, y luego miré el callejón. Le quité un látigo a la pelirroja, y le pedí el frasco a Furia cuando terminé de hacer cálculos. Entonces espeté:
—No es necesario entrar. Cuando estalle corred hacia arriba sin mí, os seguiré por los tejados.
Ellas asintieron. Lancé el látigo tal y como Zuala me había enseñado y usé las ventanas de escaleras, las rejas de los balcones, las tuberías, las canales de agua de lluvia, todo lo que había recopilado en una mirada. Llegué a lo alto del tejado de esa casa, frente a la Biblioteca y me levanté.
Anduve por esa cornisa mirando el punto exacto, y desaté la ballesta del muslo. Me rasgué un trozo de tela y la usé para atar el frasco de Duerme Duendes a la carga de la ballesta. Me agaché, hincando una rodilla sobre las tejas, ganando estabilidad y sentí el peso del arma en mis brazos.
—Esto va por ti, amigo... —murmuré con una sonrisa.
Disparé contra el rosetón principal, y rompí el frasco y el vidrio. Acto seguido, sin cambiar de postura, cargué una nueva flecha de madera, una estaca y dibujé sobre ella el símbolo del fuego. Se prendió como una cerilla. Disparé y entró por el mismo agujero que el frasco que había...
Los cristales llegaron hasta mí. Clavándoseme en los muslos un par de ellos, nada grabe, pero me pincharon.
La explosión fue tan bestial que se rompieron de la onda expansiva los ventanales de las casas contiguas. Una lluvia de cuchillos afilados, resplandecientes por las llamas, se avalanzó sobre los guardias, estos empezaron a chillar y a correr despavoridos, pero muchos habían sido alcanzados al grado de tener las venas seccionadas por la cantidad de vidrios que tenían clavados en el cuerpo. Una bomba con metralla.
Fue cruel. Fue despiadado atacar de esa forma, porque esos Burdos no tenían la culpa de lo que había hecho su Alcaide con esa ciudad. Ni de lo que había hecho su raza con los Luceros.
Yo miraba esa escena con el corazón rebatiéndose de dolor contra mi pecho. Quería la revolución, el caos, las cenizas para barrerlas y levantar algo nuevo, pero... El precio era caro.
Volví los ojos hacia la parte baja. Había fuegos por todas partes. Llamas y explosiones. Daba igual hacia dónde mirabas, había lucha. Había empezado algo grandioso, que solo podía terminar o bien, o mal, no había término medio.
Observé ese cuadro. Esa obra de arte, porque...
Valentia parecía más hermosa bajo las llamas, porque las ciudades son como bosques, hay veces que cuando se saturan, es necesario que un rayo inicie un incendio, es necesario quemar para renacer.
Y nuestra ciudad renacería como algo mejor. Más bella, más justa, más digna, más igualitaria, más bonita que nunca, y entonces sí, entonces sería un hogar para mí, para todos aquellos que estaban luchando por ella.
Corrí por los tejados del Octavo Nivel, en el Noveno las casas eran de grandes familias, de esa estirpe de burgueses que sí eran partidarios de Chastel en su mayoría, y se notó. Se notó de la ostia que nos metieron con su poder.
Había Burdos de alta cuna, puras sangres todos ellos que se habían levantado para proteger esa bonita burbuja en la que tenían sus mansiones y privilegios, viviendo de espaldas a las penurias ajenas. Teniendo Luceros como esclavos y mascotas.
Ese cristal azuloso que habían levantado nos impedía avanzar más arriba, además, los guardias que había esparcidos por el resto de la ciudad. Nos cercarían con facilidad si nos quedábamos ahí en medio.
Di un rodeo y me quedé plantada en un sito en el que no había nadie, pero se mantenía la barrera de igual modo. Dante apareció por detrás de mí. Iba herido de un balazo en el hombro y le sangraba el lado izquierdo del torso. Lo revisé y él le quitó importancia con un ladeo de cuello.
—En peores me he visto —rezó mientras cogía aliento—. Hay por lo menos unos doscientos guardias atrás, que subirán y nos cogerán si no abrimos una brecha en esto.
—¿Esto es el poder protector de Madre Luna? —pregunté. Él afirmó engullendo con dificultad.
Me planté ante la barrera y me centré en la media luna, visualicé esa marca que esa diosa les daba a sus hijos. Si esa barrera estaba hecha contra Luceros, no estaría hecha contra Burdos. Y yo estaba mezclada. Yo podía dominar ese tipo de magia.
Hundí los dedos sobre ella y el chispazo me dejó sin sentidos. Tiré atrás, con el calambre de todos los músculos y un grito ahogado. Me había electrocutado.
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Los Relatos de Valentia
FantasyEmma Da Miechi nos adentra en el disparate en el que se convierte su vida tras haber matado al hijo de Roswich, uno de los mayores dirigentes de la ciudad de Valentia. Edmond Chastel, amigo del difunto, la perseguirá en esta historia frenética dond...