61. Mal Necesario

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En el momento de la cena, cuando salí al comedor, lo vi sentado en el banco como a uno más. Dante se había cambiado de lado, así que Furia, Pérfida, Zuala y yo nos sentamos frente a ellos. Yanira al lado opuesto a Chastel.

Parecía que lo protegían entre Dante y ella para que nosotras no lo matásemos. En cuanto nos tuvo frente a él, el Burdo miró a la más joven, Pérfida no bajó la mirada, se mostró fuerte y confiada. Él sonrió con sarcasmo cuando espetó:

—Mi querida Rebecca...

—Eres un asesino —ladró Pérfida—. Y en algún momento pagarás por todo cuanto has hecho —amenazó. Él la miró fingiendo estar afectado por sus palabras cuando musitó:

—Pérfida Alevoso, de haberme dado tu nombre verdadero hubieses salvado cuatro vidas. No era tan difícil preguntar a los profesores por alguien tan poco común como tú. Supe tu nombre de inmediato —afirmó.

—Y aún así decidiste matar una familia de inocentes —gruñí.

—¿Hablas tú de matar a inocentes? —respondió él con hielo en la mirada.

—Callaos todos y comed en silencio —ordenó Dante.

Notaba claramente el poder de Chastel de forma latente. Le habían dado ropa, iba limpio y arreglado. Su cabello rubio estaba bien peinado, sus ojos azules fríos como el hielo de los carámbanos, mortíferos.

Mi magia pedía paso. Algo dentro de mí luchaba por soltarse de la correa con lo sujetaba. Un lobo salvaje dentro de una jaula de papel, eso era mi poder en ese momento. Un mínimo intento por su parte de moverse demasiado rápido, y dejaría que corriera la sangre. Sin remordimiento alguno.

Miré el muslo de Zuala y vi sobre él una daga colocada de la forma exacta para cogerla y arrojársela en medio de la cabeza. Ella también estaba al borde del homicidio. Por no decir que Pérfida podría haberlo matado solo con un pensamiento, o Furia de un solo puñetazo. Éramos cuatro hembras deseando darle muerte a un miserable como él.

Esperé a que la noche entregase la calma característica a nuestro hogar. Salí al comedor, a esos sillones frente al fuego y encontré el ser que buscaba: Dante.

Nin y Orly se apartaron de nosotros, dándonos espacio, o hablando entre ellas de lo que fuera. Se habían hecho buenas amigas. Me planté ante él con los brazos cruzados sobre el pecho y con el rostro hecho un cartel en el que ponía claramente "Dame un motivo para no matarte". Dante resopló y dejó el libro que estaba leyendo a un lado.

—Sé que estás dolida conmigo...

—Dolida es una forma muy sutil para decir que tengo las mismas ganas de matarte a ti que a él —espeté. Él retomó la palabra:

—Soy consciente.

—No. No lo eres. Es un puto asesino. El mayor de nuestros enemigos ¿Cómo quieres que te lo explique? ¿Te hago un dibujito? —pregunté burlona y ofendida al mismo tiempo.

—Hazle un teatrillo con marionetas —propuso Zuala saliendo des del pasillo. Dante rodó los ojos y nos miró a ambas.

—Edmond ahora mismo es uno de nosotros —afirmó él chico—. La sociedad lo repudia. Es un forajido, no tiene nada que perder si nos ayuda. Zuala lo atajó:

—Eso es lo que él te ha dicho. —Dante nos miró abatido y siguió:

—Por la ciudad se ha corrido el rumor. Remont Chastel ha repudiado a su hijo por cometer crímenes contra Burdos, supuestamente, por lo de los Wider. Aun que en realidad haya sido más por el... Incidente de la GAM. —Negué repetidamente y di un paso al frente, encarándolo cuando solté:

—Chastel sabía bien que su hijo era un salido sexual. Roswich los traía las putas a su casa. Remont Chastel es un pedófilo al que hasta sus mayordomos tienen calado, se sabe de sobras que son todos una panda de asquerosos. No es motivo para despreciarlo. Es un cuento.

—Edmond se va a quedar —sentenció Dante—. Necesito ayuda, necesito a alguien que sepa conjurar la cura... Entendedme a mí —rogó—. Yo os comprendo, sé que lo que estoy haciéndoos es un crimen, pero esto es un bien mayor. Juro que lo mataré, pero ahora no puedo hacerlo. No cuando él es una pieza importante. Perdonadme, lo siento, os prometo, me siento el peor de los monstruos, pero... No puedo hacer más.

Él bajó los ojos, frotándose el rostro, con los codos apoyados en las rodillas, casi hecho un ovillo sobre el sofá. Sus gestos... Su forma de encogerse... Yo leí lo mucho que lo frustraba todo aquello. Dejé caer una parte de esa mala ostia que llevaba conmigo y me tiré a su lado. Me miró y forcé media sonrisa cuando le impuse:

—Vas a dejarnos matarlo, cuando termine de ayudarte.

Él marcó una leve mueca de satisfacción y me arropó, pasándome el brazo sobre los hombros. Miró a Zuala, esta rodó los ojos y se encogió de hombros para afirmar:

—Vale, que se quede lo mínimo. Y luego, lo mataremos a nuestro gusto, y vamos a disfrutarlo mucho... —afirmó con una mirada perversa.

—Estaré deseando verlo en primera persona... —murmuró Dante sobre mi cabello—. Yo no quiero haceros daño a ninguna, sé lo que representa él para vosotras o para Pérfida... Pero...

—Es un mal necesario —apunté—. Por un cortísimo periodo de tiempo. Cortísimo —enfaticé—. Si se alarga mucho, no voy a soportar mis ganas de matarlo.

—Lo he encerrado en una celda, tiene sellos contra la magia por todas partes, y, además, está atado con una cadena del cuello. No va a salir.

—Sería una pena que alguien se fuera a esa celda y lo estrangulase con esa cadenita... —propuso Zuala acercándose, trazando un circulito con el dedo sobre el pecho de Dante.

—No me mates a mi mascota... —rogó bromeando—. Cuando esto termine, será vuestro. Le he prometido soltarlo, pero... No le he dicho si era una liberación física o espiritual —afirmó en una risita diabólica.

Me sacó una media sonrisa y me apreté contra él. Miré a Zuala y luego a Dante cuando murmuré:

—Aún así, esto merece una compensación muy grande.

La pelirroja me observó por unos instantes y luego se sentó en el respaldo del sofá, dejándose caer sobre el hombro de Dante. Corrió su mano, de uñas rojas y cuidadas, sobre la mandíbula recta del muchacho, lo atrapó con fuerza y le volvió la cara hacia ella de un giro brusco. Acercó sus labios a los de él, y la escuché ronronear:

—Se te va a cansar la lengua, y no de hablar conmigo... Cara bonita. Porque nos vas a compensar a las dos.

—Eso no sé si es un castigo o un regalo —apuntó Dante con una sonrisa nerviosa encubierta bajo una capa falsa de seguridad. 

Los Relatos de ValentiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora