4. Geografía

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Iggor los acompañó a la puerta, allí le esperaba un carruaje tirado por cuatro caballos negros. Los vi de refilón cuando partieron a toda velocidad. Relajé mi cuerpo sobre la barra.

Ese tipo había bajado de su pedestal de oro en la parte alta de Valentia para venir a buscar una prostituta. Algo no cuadraba. Ellos tenían a su entera disposición decenas de burdeles de alta categoría de la zona de los Burdos.

Guardé la tarjeta entre las páginas de un libro. Iggor se sentó en un taburete. Yo me giré, molesta con él. Cabreada por lo que acababa de hacerme.

Me dispuse a limpiar las baldas de la parte trasera, intentando pasar de largo sus ojos posados sobre mi cuerpo.

Él me miraba divertido. Miraba mi espalda, mi nuca descubierta, con mi pelo negro arrumado en un moño despeluchado. Repiqueteó sus dedos sobre la madera de la barra. Intentaba llamar mi atención, pero yo no estaba dispuesta a dársela.

—¿Estás cabreada por lo de antes? No ha sido para tanto.

Tiré el trapo andrajoso sobre la encimera trasera y me giré hacia él. Clavándole el violeta de mis ojos en el alma.

—¿Perdona? Me has obligado a fornicar contigo ante un extraño. Te he advertido de que podrían vernos. Te he pedido que parases ¿Por qué no me respetas?

—Tampoco has opuesto tanta resistencia. Además, te va el morbo de que te vean —Apoyé mis manos sobre la madera, ante él—. Si quieres termino el trabajo que he empezado... —Ronroneó sobre mi cara, acercándose.

—Ni harta de vino te voy a dejar que me toques ahora. Me has usado. Eres tú el que disfruta de que lo vean, porque eres un narcisista. Yo me dejo ver de esa forma cuando estamos con Zem, los tres. Eso me gusta. No que un viejo pervertido y asqueroso me vea mientras haces de mi lo que te da la gana, Iggorien.

—Pues sí que estás cabreada si me llamas por mi nombre de pila, sí.

—Podría llamarte imbécil, gilipollas y muchas otras cosas que me callo.

—Te he dejado a medias, querías correrte y no has llegado. No pasa nada, pásate luego por mi cuarto y termino el trabajo. No vendrá de un polvo más o menos —Lo miré de forma repulsiva.

—Que te den por culo, Iggor.

—Ah, ojalá —Se levantó del taburete—. Me voy a mi celda. Si viene alguien buscándome me lo mandas arriba. Te quedas aquí con tus lamentos. Yo voy a tener sexo igual, tú sin mí no.

—Será que no hay machos en este burdel, ¿Verdad? —Lo repensé un segundo— En realidad te aterra saber que puedo tener a otros. Por eso me llevas diciendo esto todo el tiempo. Mañana mismo podría tener a muchos tipos haciendo cola por mi cuerpo.

Se detuvo, con su mano posada sobre la esfera de madera que culminaba el pasamanos de la escalera.

—Hazlo —Se acercó andando hacia mí—. Ponte un solo día a trabajar de puta como yo.

Pasó tras la barra, buscándome con su cuerpo. Arrinconándome contra el alcohol de las baldas.

—Puede que empieces a comprender el verdadero infierno en el que nos mantiene tu tía.

Apretó la madera de la encimera con ira. Sus facciones bellas y estilizadas eran líneas tensas.

—Das rabia a cualquiera de los que viven en este lugar de mierda por ser la única que no debe pasarse su miserable vida abierta de piernas para cualquiera. Eres dueña de tu cuerpo, ninguno de los demás lo es. Buenas noches, Emma.

Miró por unos segundos mi boca. Luego se retiró de golpe. Marchó rápido a las escaleras.

Yo me levanté la camisa y me limpié la piel asqueada con el balde de agua en el que aclarábamos los vasos. Me daba igual, necesitaba quitarme eso de encima. Me senté tras la barra, después de haber limpiado un poco la zona.

Los Relatos de ValentiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora