No sé decir si han sido minutos u horas, solo sé que estoy con el hombre que amo, el que he soñado devorar una y otra vez. Orel Romanov es mío con cada fibra de su ser. Entregado, libre, ansioso de mi cariño, de mis caricias, de todo el placer que busco darle y que voy a esmerarme en entregar sin importar lo que suceda.
Acaricio su hermosa cabellera ensortijada. Me recuerda a los dibujos de ángeles. Sus pestañas casi tocan sus mejillas y su boquita roja e hinchada me hace elucubrar mil perfidias y más.
«Más».
Ese es el vocablo que viene a mi mente, el cual llena todo mi sistema y enloquece mi sangre.
De pronto, siento miedo.
Ese monstruo tirano me hace odiar mi existencia y quién soy. Jamás detesté ser un Callum como lo hago ahora. No obstante, pienso que, si mi vida no hubiera estado orillada al peligro siempre, no habría sido capaz de proteger lo que amo, de cuidar a mi Orel como se merece.
Todo lo que tomo de él me resulta insuficiente. Su imagen en la frontera entre lo angelical y lascivo, una dulzura y un maleficio que me provoca querer llenarlo de mi esencia todo el tiempo. Nunca he sentido algo tan desgarrador, que conmueve y agita todo mi sistema, que toca partes de mi ser que ni siquiera sabía que tenía.
Orel es mío, y me lo ha demostrado con cada beso, con su entrega sumisa a un ser que no merece nada de este mundo. Sin embargo, lo encontró a él.
«Te amo tanto».
Beso su frente y me pierdo en su aroma a rosas, siendo consciente de que el tiempo que nos queda es efímero y que pronto deberemos enfrentarnos a la muerte una vez más. Quiero tenerlo en mis brazos siempre y mantener esta sensación que abriga mi corazón maltratado y duro, uno que ya ni siquiera pensaba latir, pero, contra todo pronóstico, se anima a seguir adelante y mantiene la esperanza.
La esperanza de que sobreviviremos, de que miraremos atrás y de que esto será solo un mal sueño. La vida tiene más que sangre, miseria y llanto, incluso para un Callum que toda la vida se enorgulleció de serlo.
No quiero terminar como Owen ni tampoco como Mayka, vacía y sola, con la pesada carga de haber traicionado a su único amor. Me niego a que eso me suceda a mí.
Miro el techo de la habitación. El espejo muestra la imagen más erótica que he visto en mi vida. Orel está de costado, mientras que yo me mantengo de espaldas sobre el colchón. Su pierna está sobre las mías. Duerme plácido, cálido, seguro. Quiero que siempre se sienta así cuando esté a mi lado. Y lo peor es que en este contexto ni siquiera soy capaz de protegerme a mí mismo.
Su pierna se mueve. Observo los dedos que se han tatuado en su piel blanquecina. Me acaricia con su pierna y una sonrisita traviesa se dibuja en su rostro. Ha despertado, y quiere más de lo que tengo para él.
Sus orbes miel iluminan la habitación. Se esconde detrás de mi hombro, y yo le devuelvo la sonrisa. Sus mejillas están rojas. Le avergüenza recordar todo lo que hicimos. Siendo sincero, a mí también. Es decir, no me siento yo cuando tomo su cuerpo.
—¿Dormiste bien? —Da una nueva risilla y deja un besito tierno en mi hombro y luego otro y otro.
No hay que ser un genio para saber qué voy a responderle. «Dulce» y «tierno» no son cualidades que me caractericen. Lo giro y me posiciono encima de él. Orel abre sus piernas al instante para recibirme gustoso.
—Me has dejado dolorido —reclama. Besa mi nariz y juega con mi barbilla.
—¿Sí? ¿Y por qué me provocas entonces?
—No te provoco. —Vuelve a besar mi nariz y a arrastrar sus ricos labios sobre mi cuello.
—Me gustas tanto, hermoso.
Lo beso con hambre, una necesidad que jamás satisfago cuando se trata de él. Nuestras lenguas se enredan y bailan. Me gusta cuando eso sucede. Orel juega con mi cabello y hace cosquillas en mi nuca. Nos friccionamos juntos y mis labios comienzan a deslizarse por su cuello cubierto de marcas y chupetones. Gime para mí. Su pelvis se levanta para colisionar con la mía. Mi lengua se arrastra por su piel, por lugares que he recorrido y que jamás me cansaré de hacerlo. Esta vez desciendo hasta su pecho y beso sus adorables pezones, esos que le duelen por todo el maltrato que les he dado. Después incursiono más abajo, hasta su lindo pene, que late ansioso, del mismo modo que el mío.
Salpico besos en su ingle, y cuando siento que está a punto de enloquecer, mi lengua se enreda en el glande y mi boca desciende por toda la extensión. Orel estira sus brazos y sus manos se enredan en las sábanas mientras su columna se arquea. No me pierdo detalle. Me gusta verlo así, al borde del delirio. Ojalá siempre pudiéramos vivir este idilio.
Abandono su pene y me muevo hacia arriba. Él abre sus piernas de nuevo y las engancha en mi cintura. Sus besos ya no son cándidos, sino tan crudos y febriles como los míos. Creo que esa es la gran capacidad de Orel, y por eso me tiene tan loco.
Empujo en su interior y doy un gemido, encontrándome una vez más con la humedad y la calidez, y mis caderas toman vida propia, iniciando un vaivén continuo, duro, profundo, mientras nos abrazamos a un punto que nos tornamos uno.
Me gusta estar sobre él. Amo dirigir en el acto sexual, marcar mi ritmo, estremecerlo. Y Orel es el amor para mí, ese que he esperado mucho tiempo. Me pierdo en el vaivén, en las estocadas que logran sacarle gemidos entre ardientes y dolorosos. Intento bajar el ritmo, y su respuesta es sostenerme de la espalda baja y llevarme más a su interior. Cielos, ¿cómo voy a controlarme así?
—Te amo —musita en mi oído, siendo consciente de que esas palabras me encienden más que nada en el mundo.
Lo beso tan profundo, como las fuerzas me lo permiten, y golpeo una vez más. Se viene junto a mí. Nuestras caderas danzan gozosas después de tal liberación. Lo tengo en mis brazos, y esta vez ni siquiera la muerte me lo arrebatará.
Me mantengo en su interior tanto como puedo. Siento cómo su corazón se tranquiliza y cómo sus manos suaves hacen dibujos en mi espalda.
—Debería volver a mi cama. —Acaricia con su nariz mi cuello.
—¿Qué? ¿No te gusta estar aquí?
—Necesito descansar. —Deja entrever el hoyuelo que se marca cuando sonríe.
Sus piernas liberan mi cuerpo.
Salgo de su interior solo para que él vuelva a apoyarse en mi pecho y juegue con el vello que tengo allí.
—¿Cuánto tiempo estaremos aquí?
—Algunos días. Tengo que sacarte de Europa lo antes posible. Al menos creo que tendré algunos refuerzos.
—Prometiste enseñarme.
Cierto. Ese pequeño desliz que he olvidado.
—Eso lleva tiempo, cariño —digo para calmarlo.
—No me importa. No voy a ser la princesa que solo espera ser rescatada. Quiero valerme por mí mismo.
—Me parece justo —aclaro—. Veré qué podemos hacer con Mayka.
Eso parece dejar a Orel conforme, y cierra sus ojos. Lo abrazo y me dejo llevar una vez más por este agradable momento. Es cuando el ruido de los motores fuera de la propiedad se escucha cada vez más fuerte que soy consciente de que no estamos solos y que quizá mi tiempo al lado de Orel haya terminado en este segundo.
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IAN - T.C Libro 2 (Romance gay +18)
Roman d'amour¿Hay amores que nos marcan, sin importar el tiempo, la distancia y las personas que vengan después? Ian Callum conoce ese sentimiento. Un dolor inmenso recorre su cuerpo cada vez que esos ojos miel vuelven a su mente, aun sabiendo que no tiene nada...