Ian acarició la mesa de madera negra africana con el dibujo de un león grabado en ella. Estaba en la sala de reuniones una hora después, solo. Detrás de él había una enorme pintura de sus abuelos y sus padres. Ian recordó cuando los retrataron. Fue en Essex, hacía treinta años. El sol resplandecía mágico luego de incontables lluvias durante toda la semana. El olor a hierba húmeda llegaba a sus fosas nasales, del mismo modo que la mente, que solía acompañar los arreglos florales de los almuerzos.
Era una habitación diferente al resto de la casa. Las paredes eran blancas, aunque los zócalos eran dorados y tenían dibujos de leones en relieve. Su abuelo siempre estuvo enloquecido por conocer a esas bestias feroces. Quizá fue eso lo que lo llevó a odiar y a envidiar a Dominic cuando su madre, en un intento por liberarlo del yugo familiar, huyó con él a Ciudad del Cabo.
No había estrategia posible. Ian estaba seguro de que todos se irían después de escuchar la nefasta confesión. Sin embargo, un golpecito en la puerta y la figura más entrañable atravesó el umbral para darle su calor.
—Amor. —Recibió a Orel, quien se sentó en su regazo en el cómodo sillón que estaba en la cabecera de la gran mesa oval.
—¿Qué vamos a hacer ahora?
—No tengo la menor idea, pero a esta altura solo hay que esperar dos cosas: la llegada de mercenarios entrenados a Casablanca o ir hacia ellos en un ataque de locura e inmolación.
Orel le besó la frente y empezó a desparramar «piquitos» en sus mejillas, nariz y comisura de sus labios. Le agradaba degustarlo como un manjar o una buena copa de vino que se disfruta gota a gota.
—¿Sabes por qué nunca tuve hijos?
La pregunta fue espontánea.
Orel le acarició las hebras doradas mientras su mejilla estaba apoyada sobre ellas.
—¿Qué te detuvo?
—Sabía lo que sucedería. Pobres inocentes almas que vienen al mundo y son moldeadas para la guerra. Casados por contratos ridículos y tradiciones rancias. Pensé en un hijo y me vi a mí mismo, asustado, queriendo escapar de ese lugar, rogando a mi madre marcharnos, y ella llorando impotente. Graduándome de una carrera que jamás me gustó, odiando a mi esposa. Dime, ¿cómo traer a un ser inocente a semejante sufrimiento? No quería ese dolor para nadie...
Orel cerró los ojos. Dios, y él decía que estaba roto. ¡Con Ian no tenía ni para empezar!
Las puertas se abrieron de par en par. Mayka, Azali, Bryce y Anael ingresaron en ese momento y se sentaron alrededor de la mesa.
—¿Qué hacen todavía aquí?
Bryce fue el primero en responder la pregunta del abogado.
—Pensé que teníamos un trato.
—Tienes el dinero en tu cuenta y estoy frente a ti para cobrar venganza —aludió resignado.
Orel lo abrazó con fuerza.
—Cuidado. Es una opción muy tentadora, pero pienso divertirme un poco más, y eso incluye a las hermanas Charpentier.
Ian sonrió y asintió. Luego se enfocó en Azali, que se mantenía en silencio.
—Pensé que irías con Jared.
—Él dejó muy clara su postura —expresó sin dudar—. Mi lugar es con ustedes, así que cuenten conmigo. A todo o nada.
—Me gusta cómo suena, aunque lo más probable es que mueras —advirtió Ian.
—He estado cerca de la muerte muchas veces. Creo que le gusto un poco incluso.
Todos rieron. Era difícil escuchar a ese moreno recio e implacable hacer bromas.
—Yo también estoy dentro. —Mayka unió su mano a Bryce, que tenía la suya sobra la mesa. Ian frunció el ceño, aunque en el fondo tenía la esperanza de que hiciera al demonio entrar en razón—. A todo o nada, como dijo Azali.
—¿Qué hay de ti? —preguntó Ian a Anael.
Este se miraba las uñas. Tenía los pies sobre la impecable mesa y fingía aburrimiento.
—Cuando llegué aquí, solo quería rebanarles el cuello —confesó—. Ese era el objetivo. Fue para lo que nos pagaron. Nuestro prestigio estaba en juego.
—¿Entonces?
—La conversación con tu hermano me hizo entender todo —aseguró—. Tú aborreces a tu familia tanto como nosotros, por lo tanto, eres mi aliado. Además, dudo que mi hermano mayor decida dejar a esta mocosa muy pronto.
Mayka se abrazó a Bryce. Era la verdad. Ahora que le había dado una oportunidad jamás lo dejaría marcharse.
—A todo o nada. Vamos por esas perras.
Eran pocos, insuficientes de seguro para el enorme peligro que se avecinaba. Sin embargo, no eran novatos y no les harían la tarea fácil a sus enemigos.
—Debo enseñarte unos trucos —susurró Ian cerca de la boca de Orel.
—¿De verdad?
—Por supuesto. Si vas a ir conmigo, debes aprender a defenderte.
Mayka se puso de pie y golpeó las manos.
—De acuerdo, hijos de su puta madre, como diría mi querido primo Dominic, ¡muevan ese culo flojo ahora!
Todos se levantaron. Orel quedó en el regazo de Ian unos segundos más; le costaba tanto desligarse de su calor.
—Eres valiente.
—No lo soy.
—Lo eres. Solo los valientes aceptan sus errores y asumen las consecuencias incluso cuando sus vidas están en riesgo.
—Nunca tuve opción, amor. Esa es la más genuina verdad.
Orel agarró su mano y la colocó en su corazón.
—La tienes ahora. Pudiste haberte mantenido alejado y permitir que me asesinaran, pero no lo hiciste.
—Porque te amo más que a mi vida.
—Y ese amor es el que te redime. Al menos a mis ojos siempre serás excepcional, incluso con tus miedos.
—Oigan, maricas —dijo Anael, molestándolos—, ¿la palabra «entrenar» les suena?
—Quizá no sea tan buena idea que se haya quedado —murmuró el muchacho.
—¡Puedo escuchar eso!
—Es insoportable —lanzó Mayka.
—¡Y eso también!
Bryce se acercó y le dio un golpe en la espalda con fuerza.
—Por eso lo dicen, tonto. Andando, hay trabajo que hacer.
Orel se levantó y besó a Ian. Fue un beso tan intenso, como sus fuerzas se lo permitieron. El hombre lo envolvió de la cintura y lo acercó más a él.
—Debo hablar con Yev primero. En un minuto voy.
—No hay problema. Te espero en la sala de entrenamiento.
—Ese nombre me da miedo.
—Has estado en una sala de boxeo con los mismísimos Gabriel Petrov e Iván Zhukov. Confía en mí, puedes con esto.
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IAN - T.C Libro 2 (Romance gay +18)
Roman d'amour¿Hay amores que nos marcan, sin importar el tiempo, la distancia y las personas que vengan después? Ian Callum conoce ese sentimiento. Un dolor inmenso recorre su cuerpo cada vez que esos ojos miel vuelven a su mente, aun sabiendo que no tiene nada...