Las balas caían sobre ellos. Orel estaba estático. Entretanto, Ian disparaba como podía, intentando esquivar las balas y lograr un ángulo para dar con alguno de los hijos de perra.
—Ayúdame. —Le golpeó la espalda mientras estaba en el suelo—. Colócate detrás de mí y cúbreme.
—¿Cómo lo hago?
—Dispara cuando me adelante. Por favor, intenta no matarme.
Eran ocho. Ian los había contado minuciosamente y no había logrado hacer caer a ninguno.
Orel, manteniéndose a ras del piso, apoyó sus codos sobre las baldosas frías. Recordó los escasos pero sabios consejos de su amor.
—Ahora. —Ian se puso de pie y se movió hacia delante.
Orel, ayudado por la escasa iluminación exterior, comenzó a disparar, lo que hizo que los hombres frente a ellos se cubrieran.
Ian corrió al frente y se lanzó sobre uno de los tipos; sostuvo el cuchillo y rebanó su garganta. Oyó el sonido ahogado del hombre, que se atiborraba de su propia sangre mientras lo utilizaba como escudo frente a sus compañeros, quienes se mantenían alejados, dado que los proyectiles de la ametralladora todavía amenazaban.
Orel se puso de pie y comenzó a dar pasos a través del largo pasillo, acompañando el transitar de Ian. El chispazo de los disparos hacía que sus ojos parpadearan más rápido. Estaban en clara desventaja frente a hombres no solo entrenados, sino también con las herramientas para llevar adelante la misión.
Otro de los hombres se lanzó sobre Ian, desestabilizándolo. Forcejeó con él y logró que uno de los disparos de su compañero diera sobre las costillas cerca de la axila.
—¡No! —gritó Orel consumado por la desesperación.
Disparó a mansalva y corrió hacia donde estaba Ian. A la mierda con las municiones, iban a morir de todos modos.
—¡No, Orel! ¡Aléjate!
Ian luchó con el tipo, a quien le dio un puñetazo en el estómago y una patada baja, logrando que perdiera el equilibrio. Demasiado tarde, porque todos estaban sobre ellos en ese instante. Anael se acercó. Ian, herido, se puso de pie y lanzó un nuevo golpe, que fue esquivado por el ángel, devolviendo un tremendo golpe a la mandíbula que lo hizo saltar hacia atrás.
—¡Ian!
Uno de los mercenarios tomó a Orel por atrás y presionó un cuchillo sobre su cuello.
—Suelta el arma o tu amiguito se muere —siseó con una voz profunda, y Orel sintió que todo el esfuerzo había sido en vano.
Un nuevo puñetazo a Ian y Anael lo arrastró al sofá color chocolate. La herida escurría sangre y manchaba la camisa blanca del abogado. Orel corrió la misma suerte; lo arrojaron a su lado. El muchacho se abrazó a su amante, listo para esperar la sentencia que vendría de los sicarios. Anael se acercó en ese momento y se quitó la capucha. Las linternas iluminaron el espacio, encandilando al par de hombres sentados y desorientados. El holandés se colocó de cuclillas a su lado y sonrió. Ian tragó saliva.
—No puede ser.
—Hola, Ian —dijo con una sonrisa irónica—. ¡Sorpresa!
Movió las manos con su sonrisa desquiciada.
Ian estaba aturdido no solo por los disparos, sino también por la noticia.
—Mayka... —musitó. Sabía lo que le esperaba a su prima.
—Sí, la pobre conocerá el infierno, y no de la forma en que a ella le gustaba.
***
Mayka corrió a través del estacionamiento, logrando salir de la casa, rumbo a los establos. Las balas golpeaban cerca de ella, pero había logrado esquivarlas. Un muerto y dos hombres heridos, eso era lo que había logrado. Todavía quedaban cuatro, y estaba segura de que esta vez no sería tan sencillo.
Los hombres buscaban entre las caballerizas. La madera del establo crujió, mostrándole que uno estaba cerca. Respiró profundo y sacó el cuchillo. Acarició el dibujo labrado y le pidió ayuda esta vez, esa misma que ella le había negado. El hombre se paró, y ella apareció detrás; lo agarró por el cuello y lo degolló. El tipo cayó de rodillas mientras intentaba cubrir la enorme herida sobre la que los chorros del preciado líquido rojo caían a borbotones y empapaban la madera. Los caballos relincharon, ansiosos y con los nervios de punta por los disparos que habían venido de la casa hasta hacía algunos minutos.
Una enorme mole de músculos quedó frente a ella y no tuvo posibilidad de escape. Debía hacerle frente como fuera. Corrió hacia él y se lanzó. Se montó en su cuello y sujetó el cuchillo con rapidez, pero, al parecer, ese truco esta vez no serviría. El tipo la sujetó de la cintura y la hizo volar por los aires, haciendo que cayera a un metro. Su columna dio de lleno en el piso. Mayka tembló de dolor y se puso de pie. El resto de los hombres se aproximó y le apuntó. Mayka esperó que la fusilaran, pero nada de eso pasaba. ¿Qué carajo significaba? ¿Un nuevo fetiche en materia de tortura?
Mayka no iba a rendirse, no sabía cómo. La mayoría de los Callum habían faltado a esa lección de la vida que muchas veces había sido una hija de puta con ellos. La muchacha volvió a la faena. Se movió de un lado a otro con el cuchillo en mano, simulando las prácticas de los hombres de las fuerzas especiales con los cuales comenzó a entrenar cuando tenía diez años. Sí, la infancia de Mayka había sido una «maravilla», como la de la mayoría de sus primos y hermanos.
Se lanzó hacia delante de nuevo con una patada alta voladora, y el tipo levantó la guardia, frenándola. Puño arriba y abajo. El sujeto conocía cada detalle de combate de la mujer. Un golpe con la palma de la mano sobre su tráquea la dejó sin aire.
La mujer dio un sonido ahogado, sujetó su garganta y cayó de rodillas.
—¿Vas a seguir jugando? —La voz hizo que todo cuadrara.
La figura de calavera y las rosas saliendo del cráneo en el hombro de ese mercenario enorme le mostró la verdad.
Mayka, todavía con su respiración entrecortada, se incorporó y limpió un hilo de sangre que había corrido de su boca.
—¿De verdad eres tú? —Su corazón vibró. La rabia, la angustia, el miedo y la alegría eran un cóctel que no cualquier músculo palpitante en medio del pecho aguantaría.
—Deténganla —ordenó Bryce mientras los hombres la sujetaban de ambos brazos y la ponían de rodillas.
Por fin el demonio se quitó la máscara.
—Dios mío... —Las lágrimas llenaron sus ojos cuando el hombre se acercó y estuvo a centímetros de su rostro.
—¿Dios? —indagó, y frunció el ceño.
Los orbes de Mayka lo recorrían en cada centímetro. Estaba más musculoso, fuerte, aguerrido. Su cabello se veía más largo, pero su belleza salvaje seguía intacta.
—Tranquila, lo vas a conocer pronto, aunque no creo que pases mucho tiempo en el cielo considerando tu prontuario.
—Bryce, por favor.
—Ni siquiera te atrevas a rogar. —La asió del mentón con firmeza, sintiendo que la puerta abierta entre ambos comenzaba a cerrarse con sangre—. Vamos a ver a tu querido primo. Hay cuentas que arreglar.
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IAN - T.C Libro 2 (Romance gay +18)
Romansa¿Hay amores que nos marcan, sin importar el tiempo, la distancia y las personas que vengan después? Ian Callum conoce ese sentimiento. Un dolor inmenso recorre su cuerpo cada vez que esos ojos miel vuelven a su mente, aun sabiendo que no tiene nada...