La cabeza de Orel daba vueltas. El hedor del vómito impregnaba su camiseta y le revolvía el estómago. Un nuevo pinchazo en el brazo y el líquido corriendo por sus venas. Lo habían drogado dos veces, o al menos era lo que recordaba.
Necesitaba salir de ahí, pero ¿de qué manera? ¿Dónde estaba exactamente?
—Ian... —lo nombró una vez más, así como lo había hecho millones de veces durante el tiempo en que estuvieron separados. Con ardor y delirio, al borde del colapso y el desasosiego—. Ian, Ian, Ian.
Era veneración. Orel quería probar de ese fruto una y otra vez. En su mente borracha e intoxicada todos los momentos parecían incluso más placenteros.
¿No se trataba siempre de eso? ¿Placer y dolor? ¿Venganza y peligro? Tristeza que se mezclaba con la sutil esperanza que Orel mataba en las mañanas al despertar y que resucitaba durante sus sueños en las noches.
Orel intentó mover sus extremidades adormecidas, pero fue imposible. Sus párpados se sentían pesados y estabas amoratados. Las luces eran tenues, y aun así lo encandilaban. El lugar, ese sitio en el que se había descubierto a sí mismo y que le había mostrado el horror en primera persona. La música, el sonido que llegaba desde sus recuerdos más oscuros y que convulsionaba su cabeza. Había vivido esto. Había estado en la sucias manos de Jérome Charpentier en ese mismo lugar. Estaba en Flesh and Blood, sangre y carne, el club donde presenció la muerte y el descuartizamiento de dos seres humanos esa noche buscando respuestas. Había pasado el tiempo, pero el estupor seguía intacto.
Jérome Charpentier había intentado torturarlo hasta que su Yev, su hermano, Dennis, su cuñado, e Ian, su amor, lo habían rescatado, cargándose la vida de ese bastardo.
Un quejido de dolor vino del costado derecho y la dura realidad lo estremeció una vez más.
«Bryce».
El hombre estaba a su lado.
Recordó el desastroso plan y las macabras consecuencias de sus actos, el karma ejecutado por esas dos mujeres que llevaban en sus genes la maldad de Jérome.
Había caminado, seguro, a las escaleras en la compañía. En un momento incluso se había tranquilizado. Sus pasos ni siquiera se escuchaban cuando se desplazaba por la alfombra gris sumado a la indiferencia de la gente para la cual era uno más.
Bryce Morgan, al cabo de varios minutos, había llegado a su lado. Luego se escabulleron por las escaleras de emergencia, en donde colocarían los detonadores y fijarían el cronómetro. Un plan sencillo y contundente. La alarma de incendios se activó media hora después y el agua comenzó a caer por cada rincón, por lo que se procedió de inmediato a la evacuación del edificio, el cual quedaría bajo su control, así sus compañeros podrían llegar a las hermanas Charpentier.
Nadie tuvo en cuenta el tiempo. Orel no recordaba cuándo sucedió porque fue demasiado rápido. Pasos que vinieron desde atrás y desde arriba a través de las escaleras caracol. Los hombres los tomaron del cuello y Orel vio cómo uno de sus secuestradores colocaba un pañuelo con cloroformo en su nariz. El caso de Bryce fue diferente. Las cosas no fueron tan sutiles. El demonio no iba a rendirse frente a una intimidación sin importar que era una docena de matones. Bryce se defendió como un león al que buscan arrebatarle el territorio. Uno de los hombres le hizo un profundo corte en la pierna, así que cayó de rodillas. Orel, ya mareado y al borde del desmayo, también se desmoronó, siendo testigo de cuando esos bastardos sometían a Bryce, mientras que los otros activaban los sensores de los explosivos. Las lágrimas inundaron el rostro de Orel. Harían estallar el lugar. Azali, Mayka, Anael e Ian perecerían en medio de las llamas y los escombros.
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IAN - T.C Libro 2 (Romance gay +18)
Romance¿Hay amores que nos marcan, sin importar el tiempo, la distancia y las personas que vengan después? Ian Callum conoce ese sentimiento. Un dolor inmenso recorre su cuerpo cada vez que esos ojos miel vuelven a su mente, aun sabiendo que no tiene nada...