Acto 1: Capítulo 3

142 28 198
                                    


—Aquí estoy—dijo el recién llegado, quitándose el sombrero de la cabeza.

Al oír la familiar voz, Jean dejó de leer el libro que sostenía y suspiró. Enrigideciendo su postura, dio vuelta la silla giratoria en la que descansaba, dentro de su oficina, y encaró a uno de los grandes enemigos de su pasado, Antonio Camellieri.

El sujeto era alto, pálido y flacuchento al punto de verse enfermo. Sus ojos, bien abiertos y agitados, poseían cierta predisposición vibrante y energética, contraria a la demostrada por su semblante acerbo y austero. Daban la impresión de siempre estar calculando algún plan malvado, alguna acción inusitada... o de haber jalado una línea de cocaína antes de hablar. O tal vez, las dos cosas al mismo tiempo. 

Aquel hombre, de extraña apariencia y actitud recelosa, poseía uno de los cerebrillos más malvados y astucioso que él ya había visto en su vida. 

Lo odiaba tanto como lo respetaba.

—Tanto tiempo querido amigo. Espero que estos años no hayan sido tan crueles para ti de soportar.

—Ignorando la parte en la que pierdo mi empleo en el Times, me voy a la cárcel, soy dejado de lado por mi propia familia... Sí, estos años han sido bastante tranquilos.

—Pero te volviste un periodista del Denver, ¿verdad? También es un diario de prestigio. Además,  ahora que tu esposa ya no te engaña con tu jefe bajo tu nariz, mientras trabajas como un esclavo para publicar un artículo en un periódico que nunca reconocería tu talento... Ahora que no tienes nada mejor que hacer con tu patética vida... —Jean pausó, para enfatizar su punto—. Tienes la oportunidad de empezar de cero. De construirte una vida mejor. Y hablando de ello, creo que tal vez deberías comenzar con tu hijo...

—¿Entonces por eso me llamaste aquí, después de tanto tiempo? ¿Por Eric? —el desconocido se rio, irritado.

—En parte, sí... Sabes que trabaja para mí y es uno de mis hombres más leales. Debo velar por su bienestar y lamentablemente, eso involucra lidiar con sus familiares, ergo, personas detestables como tú—el criminal le respondió, sonriendo—. Él es un excelente muchacho... Educado cuando corresponde y agresivo cuando justificado. La mano derecha que necesito. Y por eso mismo, planeo darle un ascenso el próximo mes. Lo nombraré mi consejero, en mi próximo discurso. Seguramente ya lo debe sospechar, pero ¿te ha comentado algo al respecto?

—No he hablado con él en años, así que no.

—Pues deberías. El chico ha heredado tu metodología de "investigación" y es de mucha ayuda estos días...

—No me interesa saber nada sobre él—el periodista cruzó sus brazos—. No me gusta ese muchacho. Nunca me ha gustado. No planeo acercarme y no tengo porqué saber qué haces o no hacer con él. Así que, si me llamaste aquí para intentar reconciliarnos, esta reunión es inútil.

Al observar la cara de repugnancia del periodista, Jean no pudo evitar acordarse de la cara de su propio padre, quien a estas horas debía estar pagando penitencia por sus crímenes en el burbujeante lago de fuego del infierno.

Recordó la última vez en que lo vio con vida. De cómo se resuhó en aceptar sus fraudulentos pedidos de disculpa y se negó a validar sus justificativas superficiales para comportamientos abusivos, mientras asistía a la consciencia del viejo evaporarse como agua en un día abrasador. Recordó las últimas palabras que le había dirigido aquella remota tarde, derrumbando cualquier intento de arrepentimiento por él presentado. Palabras que, en un fugaz minuto, sintetizaron todo el tiempo que juntos convivieron:

"No te perdono y tus motivos no me valen nada. No me importan. ¿Y sabes porqué? Porque tú nunca te importaste por de todas formas."

Traición y Justicia: El pasado es un misterio / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora