—¿Lista? —indagó Jean, deteniendo su automóvil frente a la imponente mansión de su hermano.
Su amada lo tomó de la mano y levantó la vista.
—Solo quiero decir que sea lo que sea que pase hoy, te agradezco por acompañarme.
—Ya lo dije, no tienes que agradecerme por nada, Elise. Es un honor estar aquí contigo —besó sus nudillos, antes de girar su cabeza hacia la propiedad, observándola con ansias—.¿Y entonces, estás lista?
Ella tragó en seco, exhaló sus temores y abrió la puerta del vehículo.
—Terminemos de una vez con esto.
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La casa estaba vacía.
Todas los empleados —incluyendo la señora Katrine y su chofer, Pierre—, ya se habían retirado.
Claude confrontó a su reflejo en el espejo del baño, contando los segundos para la apocalíptica llegada de su hermano. Llevaba puesto el mismísimo traje que había usado en su primera cita con Elise. Un antiguo blazer negro-turmalina sobre un chaleco avellana de rayas, pantalones oscuros y un corbatón verde musgo. Si por acaso moría aquella noche, lo haría recordando al amor que había perdido, gracias a su propia estupidez e impulsividad.
Abajo, en el primer piso, el jefe de los Ladrones al fin había logrado abrir la puerta de la mansión. Entró con el pie derecho, ajustándose su elegante sombrero de copa con una actitud prepotente, antes de ojear sus alrededores. No sabía si le daba rabia o lástima, ver que, en veintitrés años, casi nada había cambiado.
—Quiero que vayas al comedor. Escóndete ahí, entre las sombras; cuando te lo diga, únete a mi lado.
Si no estuviera tan desnortada por la realidad de la situación —que por décadas tan solo había podido imaginar—, Elise hubiera negado la proposición de inmediato; sabía que su único propósito era montar una gran sorpresa para entretener el dramatismo de su novio y causarle más dolor a su némesis. Pero, hipnotizada por una conmoción que no tenía cómo controlar, solo encontró en sí la energía para afirmar vagamente con la cabeza, aceptando el papel principal en su sádica obra sin ninguna queja, sin ningún rechazo. Al menos el guionista tuvo la decencia de abrazarla una última vez, antes de dejarla desvanecer como un espectro en la oscuridad.
Por el lado de Jean-Luc, el ánimo contrastaba. No lograba encontrar una sola gota de piedad en su alma, ni quería buscarla. Tampoco lograba contener su entusiasmo, su satisfacción; estaba exultante, eufórico, inundado de adrenalina. Su nerviosismo se basaba en una urgente necesidad de vindicar su reputación, nada más que eso. Ante el panorama de la noche, sonrió, emocionado. El momento de enfrentar al monstruo más atroz y cruel de su pasado había llegado. Un hombre que decía amarlo y que lo apuñaló por la espalda, múltiples veces. Un hombre al que consideraba un amigo, parte esencial de su familia... Su hermano.
—¡Claude Chassier! —sus roncas palabras rebotaron con júbilo por las paredes de la casa—. ¡Sale de dónde estés, maldito traidor!
Arriba, aún encarándose al espejo, el político se estremeció al escuchar su voz, sedienta de sangre. Cerró los ojos, respiró hondo y les dio adiós a los últimos vestigios de su paz. Su vida tranquila, acomodada, había caído en la ruina.
Abrió la puerta del baño, resignado a cumplir cualquier sentencia por el destino encomendada. En silencio, caminó como un preso encadenado, arrastrando sus pies hacia el cadalso. Llegó a las escaleras, se limpió las lágrimas de miedo con el reverso de la mano y comenzó su descenso hacia el infierno.
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Traición y Justicia: El pasado es un misterio / #PGP2024
RomansEl ministro de justicia Claude Chassier siempre se ha negado a hablar sobre su pasado, pese a las constantes indagaciones de su hijo, André. Pero cuando una serie de violentos asesinatos comienzan a ocurrir a su alrededor, amenazando su seguridad, l...