Acto 2: Capítulo 4

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—¡Jean! ¡Ahí estás! —exclamó Elise, viendo al joven violinista correr hacia su dirección, cruzando la calle desierta—. ¡Pensé que te habías ido!

Así como el Colonial, la gran parte de los negocios y tiendas de la capital ya habían cerrado a aquellas tardías horas de la noche. Los diversos servicios del gobierno —como el registro civil, la biblioteca nacional, contraloría, o el supremo tribunal—, también. Los únicos edificios que permanecían abiertos, a la disposición del público, eran las comisarias, cuarteles de bomberos, hospitales y un par de líneas de tranvías —que funcionaban durante toda la madrugada—. Esto significaba que la mayor parte de la muchedumbre que durante el día circulaba por las veredas del centro, durante la noche, se encontraba ausente. En la acera donde ambos estaban —iluminada por la luz precaria de algunas farolas fernandinas—, poquísimos transeúntes eran vistos, apurando su paso, ansiosos por regresar a sus casas.

—No, no... No me fui. Solo acompañaba a mi madre a su hotel. No se sentía muy bien hoy y no la quise dejar regresar sola —el joven desaceleró su trote, deteniéndose frente suyo—. Ella está hospedada a unas cinco cuadras de aquí... así que decidí volver a pie.

—¿Y no podrías haber pedido un carruaje?

—No pasaba ninguno y no quería que pensaras que te había dejado plantada —apoyó una mano sobre su jadeante pecho, tomando una larga bocanada de aire—. Prefiero llegar sudoroso y oliendo a gato mojado, a llegar tarde.

—Qué considerado —bromeó la dueña del Colonial, alzando una ceja, ojeando con curiosidad al cansando violinista.

—Además... fui a comprar algo...

Su mano derecha, antes escondida detrás de su espalda, fue llevada hacia adelante. Una rosa amarilla como el sol, de rojizos bordes, apareció en su campo de visión. Jean sonrió, ofreciéndola.

—Es tuya.

—¿En serio?

—Sí —la dama recogió la flor, sonriendo—. Espero que te haya gustado.

—Me encantó... ¡Es preciosa! —afirmó, enamorada del aroma que de ella se desprendía—. Gracias, de verdad... Esto es... Es... —no consiguió seguir hablando, su mente perdió todo sentido de coherencia y de razón. Sintió sus mejillas sonrojarse y sus rodillas perder su estabilidad, mientras en su pecho, su corazón se derretía como nieve bajo la luz de la aurora. Muchos jóvenes le habían comprado flores antes, pero siempre con la misma intención, terminar en su cama. Esta era la primera vez que alguno lo hacía apenas por ser amable y eso marcó una gran diferencia—. Gracias.

—De nada —él contestó, igual de afectado por la intensidad de la interacción.

Algunos minutos se pasaron en silencio, ambos apenas atreviéndose a intercambiar miradas de afecto, mientras pensaban qué decir a seguir, quién hablaría primero, quién tendría el coraje y valor suficiente para deshacer la tensión apasionada que entre los dos se erguía. El encanto se rompió de manera inusual: Una jauría empezó a ladrar en un callejón cercano, asustando a los dos con sus feroces ladridos. Recuperándose del súbito sobresalto causado por los quiltros, ambos se disolvieron en carcajadas, divirtiéndose de la expresión de terror uno del otro.

—No soy una gran admiradora del amarillo, lo confieso, ¿pero alguna vez te he dicho que mi color favorito es el rojo? —ella comentó al superar el susto, otra vez examinando la rosa.

—No que me recuerde —frunció el ceño, inseguro—. Pero si no te gustó el color, puedo siempre volver y comprar otra, si es que el florista aún no cerró...

—No, no... Es perfecta tal y como es —aseguró, antes de sujetar su mano con osadía, mejillas enrojeciéndose aún más—. Y lo repito, gracias. Tuve un día muy estresante hoy y esto fue un gesto precioso de tu parte. Me subió los ánimos. Lo aprecio mucho y nunca me olvidaré de ello.

Traición y Justicia: El pasado es un misterio / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora