Acto 4: Capítulo 3

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Carcosa, 19 de marzo de 1888

—Buenos días, Monsieur Chassier —lo recibió Marcus Pettra, mientras el joven tomaba asiento al lado de su escritorio—. Por lo que me contaron, usted estará reemplazando al ministro de justicia... ¿estoy en lo correcto?

—Sí... aunque solo es algo temporal. Hasta que el Ministro mejore —respondió el muchacho, examinando de reojo sus alrededores.

El único funcionario que poseía una habitación propia en toda la sección de Investigaciones era el jefe del departamento de policía. Los demás tenían que trabajar en diminutos cubículos de madera, rodeados por archiveros, columnas desordenadas de documentos, cartas, y una infinidad de timbres de diferentes tamaños y propósitos. El inspector en ese entonces, era uno de aquellos desafortunados.

—Su madre me habló muy bien de usted.

—¿Usted conoce a mi madre?

—Desde 1862, cuando aún era la señorita Anne Leroux, sí —sonrió el hombre, reorganizando algunos papeles sobre la mesa—. Tome, estos son suyos —entregó la pila al secretario, que la revisó con apuro—. El ministro me pidió que le recordara que use tinta negra para los proyectos que apruebe y roja para los que rechace —se inclinó hacia adelante y murmuró:— Pero entre nosotros, no le haga caso, el color no importa, no es obligatorio. Solo lo hará perder tiempo y paciencia.

—Gracias por la información —Claude sonrió, carismático—. Le entregaré los proyectos mañana, hoy tengo que terminar algunos asuntos pendientes del ministro.

—Estaré aquí todo el día; no tengo ninguna reunión o evento de suma importancia. Puede venir cuando quiera.

—Lo más temprano posible entonces... ¿puedo venir a las nueve? Vendría antes, pero tengo un compromiso.

—Claro. Como ya dije, estaré desocupado.

—Excelente.

Asintiendo, el joven se levantó, dándole un apretón de manos a su colega. Antes de voltearse y abandonar el cubículo, volvió a revisar los documentos, por pura curiosidad. Fue entonces cuando del montón que sostenía, una carta cayó al suelo. Sorprendido por su aparición, se agachó, recogiéndola con una expresión severa. Tenía un sello negro.

"De: Ingrid y Thiago Pettra"

Por el apellido de los remitentes, deberían ser la esposa e hijo de Marcus.

—Oh, eso es mío —interrumpió sus pensamientos el Inspector, alzándose con una rapidez felina, rodeando el escritorio y agarrando el sobre. Al leer los nombres, palideció, pero disimuló su incómodo con una mueca de desinterés—. Es de unos p-parientes lejanos...

—Claro... —el otro respondió, incrédulo—. De todas maneras, lo siento. Un sello negro es despreciable.

—Lo es. Y gracias —Marcus exhaló, apenas conteniendo sus emociones—. La tuberculosis es una perra —casi en seguida subió su mirada, percatándose de su desliz: había pensado en voz alta—. Lo siento. No debería usar ese tipo de lenguaje en el trabajo...

—No, no... está en lo correcto —lo tranquilizó, sacudiendo la cabeza—. La tuberculosis es una perra. No tiene que disculparse.

El inspector se rio, entristecido, y se despidió del secretario, quien se escabulló entre los escritorios hacinados con apuro. Nuevamente a solas en su diminuta estación de trabajo, con ojos llorosos y arrepentidos, Pettra volvió a mirar a la carta, meditando sobre qué hacer con ella.

Quiso abrirla, pero no tuvo el coraje. Intentó romperla, pero no fue capaz. Al final, motivado por su necesidad inherente de escapar de aquel irresoluble problema, la metió con brusquedad a uno de los archiveros, decidido a olvidarla. Si no la podría destruir, haría algo peor; ignoraría su existencia —al menos, hasta que su jornada laboral acabara y la pudiera dejar arder en la chimenea de su casa—.


Traición y Justicia: El pasado es un misterio / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora