Acto 1: Capítulo 6

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Carcosa, 25 de febrero de 1912

Era un día tranquilo en Las Oficinas. Una floja tarde de verano con poco viento, calor desesperante y un sol capaz de causar desmayos. No había ninguna conferencia de prensa o reunión ministerial a la que atender. No había ninguna emergencia a la que solucionar, ni ningún escándalo que aclarar. Todo iba bien, dentro de sus aburridos parámetros.

De hecho, mientras revisaba las nuevas propuestas de ley enviadas por el ministro del trabajo —que al fin parecía haber oído las demandas de la clase obrera del sur, después de años de protesta—, Claude contempló aquella aparente paz, preocupado. En aquel infierno donde trabajaba, la bulla era de esperarse. El silencio, en cambio, era sospechoso.

Distraído en sus pensamientos, casi no alcanzó a escuchar los golpes que resonaron en su puerta.

—¡Pase! —instruyó, bajando su pluma.

—Buenos días, Chassier—dijo el garboso primer ministro, Paul Levi, al entrar en su despacho.

El anciano era enclenque y enjuto. Llevaba puesto un chaleco azul de rayas negras por encima de una estirada blusa blanca, demasiado apegada a su flacuchento cuerpo. Del bolsillo de su chaleco colgaba la cadena de un reloj de plata, que cada mes sustituía por uno nuevo y más caro. En su rostro calculista, una fina barba blanca cubría su mentón y mejillas, en un intento de esconder las cicatrices residuales de una varicela confrontada en su niñez. De su nariz con forma de gancho, se apoyaban unos lentes dorados de tamaño mediano, que ampliaban sus diminutos ojos hasta hacerlos parecer los de un búho asustado. Era toda una figura.

—Ministro Levi, que sorpresa. Por favor... —respondió Claude, luego de levantarse con cordialidad, señalando a las sillas paralelas a su escritorio.

—No será necesario, debo ser lo más breve posible—él se disculpó con una sonrisa charlatana—. Solo he venido a presentarle a mi nuevo secretario, y el auspiciador de los proyectos que hemos sido capaces de realizar en Carcosa durante estos últimos años...

Levi se dio vuelta y miró a la puerta. De la oscuridad del pasillo surgió un hombre alto, esbelto, vestido por completo de negro. Caminaba con el auxilio de un bastón de metal, decorado con minuciosos detalles en oro. Su barba gruesa acentuaba bien la sombra de sus pómulos. Su cabello castaño rojizo, peinado hacia atrás, era más largo de lo que dictaba la moda actual y arriba de las orejas, un leve toque de blanco empezaba a aparecer. Su ojo izquierdo estaba enmarcado por una horripilante cicatriz, que cruzaba su rostro desde la ceja hasta la mejilla. Pero no era la única. En su piel, muchos otros cortes se podían apreciar, de diferentes formas y tamaños, aunque estuvieran viejos y un poco desvanecidos por el tempo. Su apariencia le resultó bastante familiar, pero, por un minuto, Claude no supo decir por qué. Eso es, hasta que Levi reveló su nombre.

—Ministro Chassier, le presento al Monsieur Muriel Thompson.

De pronto, todo su mundo se le vino abajo. Sus cejas se levantaron solas y su boca se desplomó.

—Buenos días, ministro.

¡La voz! ¡Era la misma a la que había escuchado durante años en la casa de sus padres! ¡Una voz rasposa, profunda, sagaz, que ocultaba su mal genio con un tono tímido e indefenso! ¡Una voz que juró nunca más oír en su vida!

—¿Claude? —Paul lo trajo a la realidad, preocupado.

—¡Bien! ¡estoy bien!... —contestó, reprimiendo su pánico con todas sus fuerzas—. Y usted, monsieur...

—Muriel. Pero puede dirigirme por mi nombre materno que es Walbridge.

Levi se rio, pero su compañero de trabajo apenas pestañeó, acordándose de la infeliz nota descifrada por su hijo y del nombre que conllevaba.

Traición y Justicia: El pasado es un misterio / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora