Acto 4: Capítulo 4

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Carcosa, 21 de marzo de 1888

Como era de esperarse, el secretario se despertó con una jaqueca miserable.

Según las fragmentadas memorias que tenía de la noche anterior, había conversado con los otros clientes del Triomphe por horas, rodeado de copas vacías de vino, ron, champaña, Chartreuse, whiskey; de columnas de humo de curiosos olores, fumadores de opio, consumidores de tabaco, y una sorprendente cantidad de cortesanas y bailarinas de cancán.

Cuando se aburrió de hablar, se levantó y se fue a la parte trasera del cabaret, donde ocupó su tiempo con incontables partidas de póker y de billar. Mientras se esforzaba por mejorar su puntería -apenas capaz de sujetar bien su taco-, escuchó una conmoción a sus espaldas. No supo decir cómo, cuándo, o qué había pasado con exactitud. Sólo vio una botella volar hacia la pared, oyó gritos furiosos a su alrededor y observó, pasmado, como un hombre era lanzado sobre la mesa a su frente, rebotando sobre su verde superficie y cayendo al suelo junto con las bolas. Asustado por la conmoción, se agachó y escapó a hurtadillas de la pelea masiva que se desató entre las paredes del Triomphe, deambulando por la calle hasta llegar al motel vecino. Mientras huía, ayudó a una prostituta a escapar de la reyerta —quien le gustó tanto, que aparentemente acabó contrató sus servicios—. Al abrir sus ojos y mirar a su lado, la encontró acostada en la cama, abrazando una almohada en un sueño profundo.

La mujer era una rubia escuálida, hermosa sin duda, pero maltratada por los gajes de su oficio. No lograba recordar con certeza qué había o no transcurrido entre los dos, pero a juzgar por la comodidad con la que dormía junto a él, la cercanía de sus cuerpos y las ropas descartadas de manera arbitraria por la habitación, suponía que nada de muy agresivo o no requerido. Se habían tomado su tiempo disfrutando cada beso, manoseada e interacción, y eso lo tranquilizó, porque, aunque fuera un amante de lo obsceno, lo indecente y lo impúdico, no quería jamás abusar de sus acompañantes, por más excitado e impulsivo que se pusiera. Ya tenía a suficientes degenerados en su familia, no quería aportar a la lista.

Exhalando con alivio, sumamente extenuado por todas las aventuras de la madrugada, Claude se levantó de la cama, sintiéndose desorientado y mareado. Recogió sus prendas con dificultad y se vistió en silencio, sin emitir una sola queja.

Dejó una generosa suma de dinero en la mesa de noche, suficiente para pagarle una semana entera de comida a la dama. Dios sabía que lo apreciaría. Con una última ojeada culpable a la delicada silueta de la mujer, salió de la habitación, del hotel, y cruzó la calle, donde alquiló un carruaje para que lo llevara de vuelta a casa.

Una vez sentado en la caja del landó, apoyó ambos codos sobre sus rodillas, hundiendo su cabeza entre sus manos. Pese a que se había divertido demasiado en las últimas horas, disfrutando cada peripecia embriagada con juvenil entusiasmo, ahora que la sobriedad lo había atrapado, se sentía triste, decepcionado consigo mismo... Como si se hubiera traicionado, de alguna forma. Aquella sensación era algo nuevo para él, pues nunca se arrepentía de sus hazañas; al contrario, las celebraba con orgullo, contento por cada experiencia conquistada. 

Era demasiado simple, decir que estaba confundido por el origen de aquel súbito disgusto. En verdad, estaba por completo pasmado. Pero cuando logró recordar el origen del dicho, cuando topó con la raíz de su vergüenza, cualquier curiosidad que tenía fue pisoteada por las sucias botas de su asco. Las memorias de la noche anterior se empezaron a conectar y de pronto, se veía abrumado por ellas.

Había intentado, durante toda la jornada, olvidar a la dueña del Colonial. Intentado esconder las memorias agradables que compartían con escenas nuevas, frescas, donde su nombre no fuera citado, donde su presencia no fuera esencial. Pero entre pestañeos intoxicados, cuando miraba al cuerpo y rostro de su acompañante, veía lo deseaba, pero nunca podría poseer. Se imaginaba en la oscuridad de su mente, con abundantes detalles, la sensual silueta de Elise, deslumbrando sus sentidos bajo las caricias expertas de sus dedos. Se imaginaba su voz, dulce y decidida, implorando más proximidad, más fuerza, más intensidad. Y se derretía por completo ante la distante reminiscencia de su fragante olor, al que anhelaba sentir cerca más que nada.

Traición y Justicia: El pasado es un misterio / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora