—No veo nada —afirmó Elise, desde la relativa claridad del pasillo.
—Espera un minuto... ya regreso —dijo el violinista, antes de bajar las escaleras con paso acelerado y correr a su departamento.
Abrió la puerta, tomó dos velas que estaban en la despensa junto una caja de fósforos, volvió a cerrar la puerta de su hogar y regresó al lado de la dueña del Colonial.
—Gracias —ella dijo, recibiendo una de las velas, a las que él encendió enseguida.
Una débil luz llenó la abandonada sala de estar, dándoles una idea más clara de lo que en la actualidad era, y de lo que alguna vez había sido.
Las paredes, ahora descoloridas, ostentaban múltiples pinturas al óleo, de paisajes de Levon, Carcosa, y Merchant, de la familia de Elise, de algunos de sus amigos, y de otras cosas fútiles, sin mucha importancia. El suelo, una vez cuidadosamente pulido y encerado, ahora crujía como si estuviera cubierto de cáscaras de huevo; por las grietas del entablado del piso se podían ver pequeñas telarañas, exoesqueletos abandonados, y un centenar de insectos diminutos, que habían hecho del deshabitado recinto su casa.
Cruzando la habitación en silencio, Elise se dirigió a la primera puerta que vio. Abriéndola con extrema suavidad —para evitar que se desprendiera de sus bisagras—, tomó una bocanada de aire, se llenó de coraje y entró a su antigua habitación, donde todavía colgaban algunos tapices que su madre solía coleccionar. No había muebles, a excepción de un viejo armario de madera vacío en un rincón del cuarto. Todo lo demás, había desaparecido.
—Estos eran mis aposentos —sonrió, señalando a los alrededores—. Bastante elegante, ¿no? Tal vez sea demasiado colorido ahora, con tantos tapices, pero en esos años era considerado "a la moda".
—¿Hace cuánto tiempo no veías este lugar? —preguntó, ojeando con intriga la miríada de emociones que cruzaban por su cara.
—No lo sé con exactitud... ¿desde que era niña? —respondió con incertidumbre, recordando las agradables tardes que había pasado ahí con una expresión nostálgica. De pronto, giró la cabeza hacia una dirección desconocida, y energética, exigió: —Ven... Quiero ver si mi padre estaba en lo cierto.
Salió de la habitación, regresando a la sala de estar. Sin decir una sola palabra, él la volvió a seguir. Echando un último vistazo a su habitación —tragada por las penumbras—, Jean suspiró y cerró la puerta, de esta vez para siempre. Al mismo tiempo, Elise hacía lo contrario con la segunda puerta, ingresando a lo que solía ser la antigua habitación de sus padres. Casi en seguida, él entró.
—Mi padre una vez dejó escapar, estando ebrio, que mi madre mantenía un diario y que lo había escondido en su armario... Según lo que me dijo, él nunca logró encontrarlo, pero tenía la sospecha de que lo había olvidado en nuestra antigua casa, o sea, aquí.
El suspenso en sus palabras solo fue superado por la misteriosa atmósfera del ambiente. Las paredes, rojas como sangre, le recordaron al violinista a su propia casa de infancia en Levon. Además, combinaba a la perfección con las cortinas de una enorme cama de dos plazas, cubierta de polvo y mugre. Así como en la sala, el suelo de madera se hallaba enterrado bajo una espesa capa de polvo gris, que se agarraba a sus zapatos como melaza. Al lado de la ventana, apegado a la pared, un alargado armario de dos puertas se erguía. Elise caminó hacia el mueble, sujetando con confianza la vela en su mano derecha. Abrió la primera puerta y para su horror, una peluda araña salió caminando cerca de sus pies. Desviando la espeluznante criatura con el corazón tocando la garganta, Elise volvió a revisar el armario —que todavía estaba lleno de ropa—. Con una valentía espartana, tocó ciegamente el fondo del mueble, palpando su superficie en búsqueda de una saliente.
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Traición y Justicia: El pasado es un misterio / #PGP2024
RomanceEl ministro de justicia Claude Chassier siempre se ha negado a hablar sobre su pasado, pese a las constantes indagaciones de su hijo, André. Pero cuando una serie de violentos asesinatos comienzan a ocurrir a su alrededor, amenazando su seguridad, l...