Acto 4: Capítulo 12

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Carcosa, 03 de mayo de 1888

—¿Jean? —Elise lo llamó, acomodándose la bata de seda, descendiendo las escaleras de su casa.

—Aquí —lo escuchó responder desde la sala de estar, con una voz un poco más robusta que en la tarde anterior.

Cualquier alivio que sintió fue efímero.

—¿Qué diablos haces? —ella detuvo sus pasos de golpe, confundida por la escena en la que había irrumpido.

Con una expresión de sumo desagrado, el violinista removía las telas de algodón que cubrían su cabeza, dejándolas dobladas sobre su pierna.

—¿Qué crees? Estoy cambiando los vendajes —dejó al descubierto la herida, suturada algunas horas atrás por el médico familiar—. Tengo que ponerme esta pomada... —señaló a un ungüento verde, pastoso, al que se dispuso a esparcir sobre el área—. La recetó el doctor... ¡ARGH! ¡Mierda! —se interrumpió a sí mismo al tocar el borde de la laceración.

—No deberías estar haciendo eso solo, déjame ayudarte. — Elise le quitó el envase metálico de las manos, antes de que pudiera objetar su auxilio. Con precisión y cuidado, usó la punta de sus dedos para recoger una generosa porción de la crema, la que aplicó sobre el corte con la ligereza de una pluma. Por un momento se quedó callada, concentrando toda su atención en la tarea. Él, por su parte, no emitió ningún reclamo o gruñido, confiando en sus cuidados, relajándose como un gato mimado por su dueño—. No sé si te quedarás con una cicatriz o no, pero por lo que veo... la herida ha mejorado bastante desde ayer —cerró la tapa del envase, limpiando sus dedos en la bata—. Solo trata de que no te secuestren otra vez y estarás bien.

Jean se rio y le entregó las gasas nuevas que sostenía. Con una sonrisa gentil, ella se dispuso a envolver su cabeza con el material, cubriendo la sutura con capas y capas de algodón. Al finalizar, ató un nudo para asegurar los apósitos, tomando especial cuidado de no apretar demasiado la lesión.

—Serás una excelente madre —él comentó de pronto, para su total desconcierto—. Mi hermano es un hombre de suerte.

Ella pestañeó, sorprendida, antes de tomar asiento a su lado.

—No te entiendo... ayer decías que Claude me engañaría y hoy dices que será feliz conmigo.

—No dije eso —él desvió la mirada, retirando la pomada de sus manos y guardándola en el bolsillo de su abrigo—. Dije que tiene suerte de tenerte. Es distinto.

—Hoy es su despedida de soltero —ella cambió de asunto, negándose a seguir discutiendo, a seguir saboreando la amargura de su culpa—. Vino aquí hace un par de horas a asearse y cambiarse de ropa; aún estabas durmiendo. Dijo que saldría junto a Marcus, que te dejara descansar un poco más... me pregunto dónde estará ahora.

—Probablemente en algún bar, bañándose en whiskey —le contestó con una sonrisa que no alcanzó sus ojos—. ¿Y al final qué pasó con la Ley de Economía Familiar?

—La anularon —Elise se levantó otra vez y caminó hacia la chimenea, a calentarse los pies—. Lo que es un alivio... porque no quiero que mi padre me arruine otro noviazgo.

—¿Otro?... ¿ya lo ha hecho antes? —Jean fingió ignorancia.

Elise se quedó callada, de espaldas al muchacho. Miró el baile de las llamas a su frente con una expresión apenada, escuchando los diminutos estallidos que hacían al consumir los innumerables trozos de carbón.

—Sí —confesó—. Lo hizo. Tres veces.

—¡¿Tres?!

—Tres.

Traición y Justicia: El pasado es un misterio / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora