Acto 2: Capítulo 2

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Tal como lo alertado por el Inspector, su "apartamento" —o "departamento"— no era tan grande como aparentaba. Pero era acogedor y mantenía un techo sobre su cabeza mientras empezaba su carrera; para un músico forastero, era todo lo que necesitaba y más.

Después de dejar todas sus cosas en su diminuto complejo residencial —que se encontraba a dos cuadras de la Academia de Música— y de despedirse de Marcus, Jean decidió ir a conocer su nuevo local de trabajo.

Según le había contado Pettra, el restaurante quedaba a unas pocas cuadras de su casa y para llegar a él, uno debía salir del barrio inglés, pasar por la famosa Iglesia de Saint Joseph —más conocida por los habitantes de Carcosa como la Iglesia de Carbón— y caminar unas cuadras hacia el sur. Cruzando la arbolada avenida principal de su barrio, la Rue* Lumière, él logró divisar en la distancia el inmenso monumento.

Entre cientos de casas victorianas,  templos góticos, y esculturas del período rococó y neoclásico, se asomaba la punta de la torre norte. Al verla levantarse más y más entre los edificios, Jean entendió el porqué de su peculiar nombre. La iglesia poseía la característica de ser hecha —en su mayor parte— de mármol negro, piedra pizarra, hierro y madera de palisandro. Parecía un recorte en el azul del cielo. Y lo único capaz de darle cierto color a esa fúnebre y depresiva casa de Dios eran los vitrales que esta poseía. Eran absolutamente hermosos, y estaban construidos para contrastar a la perfección con su entorno.

La fachada —a la que logró ver segundos después de llegar a la plaza central— contaba con un vitral circular con la imagen de San José, Jesús y María. En la parte trasera del edificio, justo arriba del altar y al lado del techo de la capilla, otro vitral igual de magnifico, con una representación de Dios. Por un minuto, Jean contempló caminar hacia una de sus tres puertas en arco y entrar a explorarla, pero decidió no hacerlo, debía llegar al restaurante con brevedad.

Así que pasó a la iglesia de lado, cruzó el puente que daba al otro lado de la ciudad —que estaba dividida por un río— y se dedicó a buscar el establecimiento. Luego de pasar algunos minutos caminando al sur, observando sus alrededores con ojos de turista perdido, él al fin lo encontró.

Cerca del grandioso Teatro de Carcosa, halló el enorme cartel negro con letras doradas que exhibía, con toda pompa y circunstancia, la palabra "Colonial" en su centro. 

La fachada del edificio estaba cubierta con ventanas alargadas, que dejaban al transeúnte común husmear el ir y venir del interior lujoso del restaurante de dos pisos, así como ojear a sus engreídos clientes con miradas envidiosas y expresiones asombradas. 

El estilo de la construcción en sí, como casi todos los edificios de la capital, había nacido de una extraña mezcla de movimientos artísticos europeos. La ornamentación y colorida apariencia era rococó. Algunas estatuas y pinturas en su interior parecían haber sido retiradas de un castillo neoclásico. La simetría y la policromía era Beaux Art. Las balaustradas y arcos de las ventanas eran neorrenacentistas. No había manera de definir su belleza, uno tan solo podía decir que existía.

En aquel verano de 1888, la puerta giratoria que vendría a caracterizar al restaurante en el futuro aún no había sido inventada. En su lugar, estaban las antiguas e imponentes puertas doradas, ubicadas justo debajo del cártel. Jean las cruzó con una expresión maravillada; eran realmente preciosas.

—Buenos días, ¿puedo ayudarlo? —preguntó un mesero, con cierta descortesía, ojeándolo de arriba abajo.

—Sí, de hecho —dijo al fin, dándose cuenta de cuánto tiempo había gastado observando al establecimiento—. Conoce usted a  una madame llamada... —sacó de su bolsillo una nota que le había dado Marcus antes de que se fuera, con el nombre de la mujer a la que tenía que buscar —. ¿Elise Carrezio?

Traición y Justicia: El pasado es un misterio / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora