—¡Jean! ¿Qué diablos te pasó? ¿No deberías estar trabajando? —Elise indagó, sorprendida, al verlo entrar por la puerta de la cocina.
Decir que tenía una apariencia desaliñada era ser demasiado gentil, ella lo reconocía, pero su vocabulario se volvía exiguo al intentar describir el maltrecho escenario a su frente. Su novio se había sacado la corbata y —a juzgar por las extensas manchas de rojo que cubrían su camisa— no era difícil descubrir el porqué; la prenda debía estar arruinada. Su rostro estaba hinchado, ojos hundidos con moretones, nariz del tamaño de un pomelo maduro.
La brutalidad de la imagen no fue lo que más la sorprendió, sin embargo, sino su sonrisa alegre, despreocupada... casi maníaca.
—Lilian, hazme un favor —murmuró, caminando hacia el hombre, que se había sentado arriba de un taburete de madera con un exhalo cansado—, busca una toalla, mójala con agua fría y tráemela.
—En seguida —respondió la ama de llaves, siguiendo con apuro sus instrucciones.
—Dios... en qué lío te metiste ahora —balbuceó Elise, ayudándolo a deshacerse de su abrigo.
—Aquí está —regresó la mujer, entregándole el pañuelo—. ¿Estará bien? —examinó su nariz, alarmada.
—Ya la he roto más veces de las que puedo contar, estará de maravillas —él alzó su pulgar con entusiasmo, siendo abofeteado en el brazo por su amada.
—No hables y voltea esa cabeza hacia atrás.
—Como diga, su excelencia —bromeó, recibiendo otro golpe de reproche.
La rubia se rio de la interacción, echando una última mirada a la desafortunada situación antes de marcharse a los interiores de la casa, dándole un poco de privacidad a la pareja. El ruido de los pájaros afuera, del caldo del almuerzo aún hirviendo adentro, rellenó el silencio dejado por su ausencia.
Ignorando la violenta explosión de colores que se expandía por su piel, Elise depositó el trapo húmedo sobre su nariz machacada, con extremo cuidado y delicadeza. La expresión de agonía del criminal al sentir la helada tela conectar con su rostro comprobó lo inevitable; limpiar el desastre sería una tarea ardua y dolorosa. Sin embargo, para su asombro, él no se quejó en ningún momento. Solo apretó los dientes, cerró sus manos en rígidos puños y permaneció inmóvil, esperando a que finalizara su cometido. Luego de unos minutos de diligente atención, la mujer usó su mano para enderezar su postura y ver si el sangrado había parado. Cuando ninguna otra gota de sangre apareció, suspiró aliviada.
—¿Ahora me puedes decir qué te pasó?
—Nada de muy interesante —respondió con brusquedad, viéndola alzar sus cejas, incrédula—. Quiero que vayas a tu armario, escojas el vestido que más te guste y que te lo pongas. Hoy por la noche vamos a salir.
—¿Por qué? ¿A dónde?
—Le haremos una pequeña visita a mi hermano —reveló, levantándose del taburete, agarrándole las manos—. Y quiero que te veas hermosa.
De un minuto a otro, todo parecía haber tomado sentido. Su inusual deseo de salir a trabajar por la mañana, su prematuro regreso de Las Oficinas, su nariz rota...
—No me digas que fuiste a hablar con él —reclamó, angustiada—. ¿Él te hizo esto?
—Solo porque yo se lo permití — Jean confirmó, al mismo tiempo en que ella se volteaba, lista para salir humeante de la cocina—. Mi amor, por favor escúchame —vino su rogatoria para que se quedara. Y ella le hizo caso, aunque poco impresionada—. Ya tienes claro que, si quieres hablar con tu hijo, sabes que la única forma de hacerlo será pasando por Claude primero.
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Traición y Justicia: El pasado es un misterio / #PGP2024
RomanceEl ministro de justicia Claude Chassier siempre se ha negado a hablar sobre su pasado, pese a las constantes indagaciones de su hijo, André. Pero cuando una serie de violentos asesinatos comienzan a ocurrir a su alrededor, amenazando su seguridad, l...