Acto 1: Capítulo 10

132 23 213
                                    

13 de marzo de 1912

(Dos semanas después, algunas horas antes de que Claude se despertara.)

—Elise. Tenemos que hablar —Jean insistió, golpeando la puerta del cuarto de visitas, donde la mujer había pasado a dormir desde su llegada.

Adentro de los aposentos, su amante se sentía desolada.

—No quiero hablar contigo ahora.

—Sé que viste lo que salió en el periódico. Por favor...

—¡No!... No. Mataste a cuatrocientas noventa y seis personas. No quiero; no puedo hablar contigo ahora —se mantuvo absoluta en su respuesta, apoyando ambas manos en contra del marco de la ventana, respirando todo el aire que podía en un fútil intento de tranquilizarse.

Por más que lo deseara, no se podía quitar de encima la congoja que la aplastaba, vil y desesperanzada, como si los dedos incorpóreos de un titán la estuvieran abrazando, listos para cogerla de la tierra y llevarla a una boca de dientes afilados, que anhelaban devorarla.

La situación en la que se veía involucrada le causaba un disgusto superior a cualquier pecado que hubiera cometido en toda su vida; la impregnaba con un miedo tan profundo, que era incapaz de reaccionar con racionalidad.

Días atrás, cuando el sol nacía fiero en el horizonte, vio en la portada de un periódico recién entregado una fotografía horripilante, que impactó su ser con su carácter bélico y conflictivo. En la página, un medio-tono de la iglesia de carbón, hecha ruinas por una explosión, la confrontaba. El texto que la acompañaba narraba un atentado de proporciones inigualables y de crueldad despreciable. En la página siguiente, otro crimen nefasto era descrito, en par con una ilustración del primer ministro, muerto en el suelo de su oficina. Más abajo en el reportaje, un retrato del ministro Chassier, declarado el único testigo directo del supuesto asesinato.

 Más abajo en el reportaje, un retrato del ministro Chassier, declarado el único testigo directo del supuesto asesinato

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


En aquel entonces, ajena a la oculta realidad, nunca se hubiera esperado que el autor de ambos delitos estuviera sentado a su lado, escuchando sus opiniones sobre las respectivas tragedias con una sonrisa culpable, endeble. Nunca se hubiera esperado que su alma gemela, el hombre que amaba, fuera capaz de semejante malicia.

—Elise... tienes que entender que lo que viste es parte de mi trabajo en la Hermandad...

—¿Y EN QUÉ MALDITO TRABAJO TE PAGAN POR MATAR PERSONAS INOCENTES? —bramó, golpeándolo con la intimidante ráfaga de viento de la puerta, abierta sin previo aviso.

Sus ojos deslumbraban, incendiarios. Con una ira erinia, escondía su decepción bajo trueno y tempestad, bajo dientes apretados y labios espumosos.

—Elise...

—¡NO! ¡Nada justifica lo que hiciste! —añadió, zurrando el pecho del criminal con su dedo índice—. ¡Yo conocí a tu mentor! ¡Conocí a Frankie! ¡Y aquel hombre solo estaba preocupado con el bienestar de su pueblo, con el bienestar de la nación! ¡Él nunca habría hecho esto! ¡Ser un ladrón no justifica haber hecho esto! ¡No justifica tener sangre inocente en tus manos!

Traición y Justicia: El pasado es un misterio / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora