Carcosa, 01 de mayo de 1888
A apenas cuatro días de su matrimonio, Claude y Elise ya estaban viviendo bajo el mismo techo.
La mansión Chassier —ubicada en la periferia de la ciudad, cerca de Las Oficinas— había sido regalada por los padres del secretario al propio, para que pudiera dejar de una vez por todas su habitación de hotel y enraizarse definitivamente en la capital. Su estilo exterior era bastante similar al de la mansión escarlata en Levon, por ser anticuado y ostentoso. Su paleta de colores, no obstante, era mucho menos intensa y saturada, favoreciendo tonalidades grisáceas de azul, marrón y blanco. El terreno en la que había sido construida no era muy extenso, comparado con el de las casas vecina, pero el hecho de que la propiedad contara con un invernadero propio y un cobertizo donde almacenar carruajes contrarrestaba ese defecto por completo. El jardín frontal era bellísimo, ya el trasero, debería ser restaurado; las flores muertas reemplazadas por vivas, los arbustos y árboles aparados. Claude le pidió a su nueva ama de llaves, la señora Katrine, que se encargara de resolver este problema aquella misma semana. La mujer había aceptado la propuesta de dejar el puerto y trabajar para el secretario sin dudar al respecto; ya estaba cansada de soportar al teniente coronel y pensaba que mudarse a la capital también podría ayudarla a superar algunos problemas de salud.
Todo esto dicho, es importante aclarar que Elise no se había deshecho de su antigua casa, ni quería. Tenía dinero suficiente como para ayudar con las despensas de su nuevo hogar y mantener al antiguo incluido en su patrimonio. Además, tenía pensado usar la residencia como un almacén en el futuro. Su prometido encontró la idea interesante y la alentó en su decisión.
De hecho, estaban hablando justamente sobre esto cuando Claude —observando su reflejo en el espejo de cuerpo completo que yacía en un rincón de sus aposentos— se calló por un instante y dijo, con un tono ansioso:
—No sé si hacerlo o no.
—¿Qué?
—Hablar con Jean sobre... —tragó en seco—.Tú ya sabes.
—Bueno, necesitas de alguien que te ayude con tu traje.
—Y la despedida de soltero —añadió, terminando de abotonarse la camisa. Pero no creo que contactarlo a él en específico sea una buena idea.
—¡Es tu hermano!
—¡Y me odia! —le recordó, recogiendo su corbatín, que colgaba de un mueble cercano.
Con manos temblorosas e inseguras, intentó anudarlo, fallando dos veces seguidas. Ya en la tercera, corrió una mano por su rostro y apoyó la otra en su cadera, frustrado. Percatándose de su molestia, Elise se levantó de la cama y caminó hacia él, con gentileza recogiendo la tela, armando el moño en su lugar.
—Estresado no lograrás nada —aplanó su camisa con sus manos para terminar el trabajo.
—Lo sé. Y gracias —él alcanzó a murmurar, antes de ser callado por un beso reconfortante.
Los dedos expertos de su novia recorrieron su cintura y se entrelazaron en su espalda, encerrando su torso en un abrazo acogedor. Sus labios se separaron y colisionaron incontables veces más, perdiendo su precisión, sensibilidad e ingenuidad con el moroso traspaso del tiempo.
Teniéndola tan cerca de sí, los sentidos del secretario se agudizaron, priorizando su cuerpo y su esencia, excluyendo por completo su percepción del mundo exterior, o de cualquier distracción vinculada a él. Los movimientos de las manillas del reloj, del sol que coronaba el cielo, de los carruajes y transeúntes afuera, le eran indiferentes.
Lo único que le importaba, en aquella privada burbuja de intimidad, era explorar el caluroso mapa de su piel, trazar cada frontera con su lengua, expandir sus límites con su boca, respirar el petricor de la tormenta que entre ambos se creaba, erizando sus vellos, contrayendo sus músculos. Sentía que cada toque era la caída de un nuevo rayo. Cada ruido, un nuevo trueno. Cada suspiro, un nuevo relámpago. Sin embargo, la electricidad que chasqueaba a su alrededor no lo asustaba en lo más mínimo. Al contrario, lo motivaba a entregarse sin hesitación a la faena. Y como el aventurero baqueteado que era, disfrutaba aquella tensión con delirante regocijo, por más atrevida y peligrosa que se volviera. Un farsante sería, al decir que no estaba encantado por su fragilidad. Un mentiroso, al negar su excitación.
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Traición y Justicia: El pasado es un misterio / #PGP2024
RomanceEl ministro de justicia Claude Chassier siempre se ha negado a hablar sobre su pasado, pese a las constantes indagaciones de su hijo, André. Pero cuando una serie de violentos asesinatos comienzan a ocurrir a su alrededor, amenazando su seguridad, l...