Acto 4: Capítulo 10

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No sabía a lo cierto qué había pasado, o cómo había llegado allí.  Lo único que se acordaba era de estar hablando con Lilian en la puerta de su camerino y sentir un fuerte, repentino dolor en la nuca, enseguida viendo su mundo sumergirse en tinieblas.

Antes de recibir el dulce beso de Orfeo, registró haberse caído, pero sus recuerdos pos-aterrizaje eran vagos, casi nulos. Al despertarse, con la cabeza ensangrentada y con el cuerpo exhausto, lo primero que hizo fue mirar alrededor, buscando a la rubia, preocupado por su seguridad. Por lo poco que pudo observar, aún mareado y desnortado, él estaba en un establo, solo; la mujer ya no lo acompañaba.

En un entorpecido pánico, intentó levantarse sobre sus pies y buscar una salida, pero de inmediato notó que no podía. Estaba sentado en una silla, atado a ella con gruesas cuerdas de cáñamo, iguales a las que usaban los pescadores y marineros de Levon para amarrar sus buques a los norayes del muelle. Quién fuera que lo había secuestrado, conocía los materiales con los que trabajaba bien; esas sogas eran casi imposibles de romper o cortar sin un cuchillo o machete. En otras palabras, no lograría escapar sin el auxilio de alguien más.

—Jean-Luc Chassier... —una voz masculina se oyó a sus espaldas, triplicando su terror—. Un placer verlo de nuevo.

En su visión periférica, rodeando la silla para poder encararlo, apareció un viejo gordo, barbudo, de carácter severo.  El violinista no logró identificarlo al instante, de tan desorientado. Lo miró de arriba abajo, pestañeando varias veces, y fue recolectando información de a poco.

Su calvicie le daba cierto énfasis a su tez arrugada y sus cejas salvajes, que enmarcaban su mirada ruin, despiadada. Su postura encorvada, caminar animalesco, y rostro profundamente amargado lo asimilaban a un gorila violento, o una criatura de igual fuerza y complexión. El traje que usaba, decorado por algunas medallas y pendientes, era de un azul oscuro, casi negro. Por el color, asumió que el sujeto era un oficial de alto rango de la policía. Por el fuerte olor a alcohol que emanaba, al fin fue capaz de reconocerlo; su secuestrador era el padre de Elise, Aurelio Carrezio.

—Creo que te preguntas porque estás en este lugar... —el hombre comenzó su charla villanesca, sacando de su cinturón una luma de madera, redonda y dura, muy utilizada por los gendarmes del sur para "mantener la paz" en las cárceles regionales—. La respuesta es bien simple... no puedo dejar que arruines el matrimonio de mi hija.

—¿De q-qué hablas?

Aurelio se rio, llevando el arma a su mentón.

—No te hagas de idiota, Chassier. Sé que planeas vengarte de tu hermano con esa estúpida idea de exponer a una de sus amantes. No pude evitar escuchar tu conversación ayer en el Triomphe. 

—¿Estabas ahí?

—Claro que estaba ahí, soy un cliente de honor —afirmó con orgullo—. Yo soy uno de los hombres que mantiene a ese cabaret funcionando... ¿cómo crees que aún no ha sido cerrado por indecencia?

—Pero... ¿no estabas trabajando en Merchant?

Su pregunta pareció molestarlo.

—Regresé —respondió, bajando la luma, desviando la mirada—. Ayer, de hecho. Fui al Triomphe porque quería relajarme un poco, porque quería divertirme. Esa rubia con la que estabas...

—Su nombre es Lilian.

—Yo soy uno de sus clientes fijos —reveló al apartarse—. Solicité sus servicios por adelantado, antes de viajar. Pagué por adelantado... —añadió con irritación, caminando en vueltas a su alrededor—. Deberíamos vernos después del espectáculo, pero se estaba demorando en aparecer, así que me levanté de mi mesa y fui a buscarla, con la ayuda de una de sus colegas... Imagínate mi sorpresa cuando la vi al lado tuyo, besándote.

Traición y Justicia: El pasado es un misterio / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora