Después de rondar por media hora la plaza de la iglesia, cortando su camino entre la bulliciosa multitud, y de cruzar unas tres o cuatro calles igual de abarrotadas, indiferente al jolgorio que la rodeaba, Lilian al fin encontró lo que buscaba.
De pie sobre uno de los puentes que cruzaba el río rojo, apoyado en el pretil con una postura arqueada, abatida, Jean-Luc miraba al agua que fluía bajo sus pies con una expresión vacía y melancólica, que parecía contemplar el real valor de su existencia y la posibilidad de terminarla. Su presentación maltrecha solo empeoraba el triste cuadro. En algún momento, se había quitado los anteojos y el corbatón. Su cabellera, sacudida por el viento, se había rebelado contra la cera que la mantenía en su lugar. Sus ojos verdes, hinchados, perdieron su vigor de tanto llorar, adoptando un lúgubre tono grisáceo, que reflejaba los mismos matices del cielo sobre su cabeza.
Desde el fin de la boda, un largo ejército de nubes había invadido Carcosa. Venían de la bahía de Levon y viajaban hacia el sur del país, decididas a regarlo de inicio a fin. Mientras algunos ciudadanos cruzaban los brazos o se hundían en sus abrigos, intentando resguardarse de la gélida brisa que había comenzado a correr, producto de su arribo, Jean parecía no incomodarse en lo absoluto con su presencia. De hecho, apenas notaba la garúa que rebotaba sobre sus hombros, mojando su desaliñada vestimenta. No tiritaba, castañeaba los dientes, ni hacia el mínimo intento de moverse. Apenas permanecía anclado a su lugar, observando cómo las pequeñas gotas de agua que caían se unían a la corriente bajo sus pies, desapareciendo entre sus olas.
—Jean... —la voz de Lilian lo sorprendió, pero él no se volteó a mirarla—.. ¿Estás bien?
Lo único que recibió como respuesta fue el cantar de algunos bienteveos, que, durante aquella época del año, construían sus nidos en los márgenes del río. El violinista se mantuvo callado por un largo tiempo, observando como las aves volaban hacia debajo del puente y hacia los árboles más cercanos, buscando un refugio dónde defenderse de la chaparrada.
—No deberías haber venido a buscarme —murmuró con timidez, finalmente volteándose hacia ella—. Vas a arruinar tu vestido.
—¿Tú crees que me importo por una maldita lluvia? —su rostro afligido lo confrontó—. ¡Lo único que me importa es saber si estás bien! Saliste de aquella iglesia tan apurado, tan triste... y me dejaste atrás, sola...
—Lo siento—la interrumpió, cabizbajo—. No te quería abandonar allá, pero no podía quedarme. Lo siento, de verdad, soy un idiota...
—No lo dije para que te culpes —corrigió, acercándose y sujetándolo del brazo, temiendo que se lanzara al río—. Lo dije porque estoy preocupada. Y aún no me has respondido si estás bien o no.
Luchando contra sus sollozos, reprimiendo todos sus sentimientos lo más que podía, él volvió a burlar la pregunta:
—¿Sabes cuál es mi problema?... mi problema es que soy una paradoja. Quiero estar contento, pero hago cosas que me dejan en la más profunda miseria. Paso mis días fingiendo no importarme por nada, pero en realidad sí lo hago, más de lo que debería. Y siempre me contradigo a mí mismo... No logro descubrir qué diablos quiero hacer con mi vida y es por eso que no logro ser feliz. ¡Por eso no logro avanzar!
—No entiendo.
Él sacudió la cabeza, respirando hondo.
—He tratado de convencerme a mí mismo durante toda la mañana, que debo estar alegre por Elise, por Claude... porque son mi familia. Y que por eso debo hacer el maldito esfuerzo de fingir que su unión me deja contento —sus cejas se curvaron, expresando su rabia y su tristeza—. Hasta la llevé al altar, por todos los cielos... ¡Llevé a la mujer que amo al altar para que se case con otro!... y lo hice esperando finalizar ese asunto, enterrar mi dolor yo mismo; dejar toda mi decepción atrás y caminar hacia adelante —la rubia frotó sus brazos, consolándolo—. Pero por más que me niegue a aceptarlo, por más que intente actuar como una buena persona, como un hombre resignado a la derrota, por más que me repita una y otra vez que la he perdonado a ella y a mi hermano por lo que me hicieron... no logro hacerlo. No los consigo perdonar. Soy una contradicción ambulante.
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Traición y Justicia: El pasado es un misterio / #PGP2024
RomansEl ministro de justicia Claude Chassier siempre se ha negado a hablar sobre su pasado, pese a las constantes indagaciones de su hijo, André. Pero cuando una serie de violentos asesinatos comienzan a ocurrir a su alrededor, amenazando su seguridad, l...