Capítulo 34. El pasado de Koneko

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Los personajes utilizados en esta historia no son de mi propiedad. Créditos a sus respectivos autores.

La luz refractada a través de sus gafas penetraba la córnea de sus hermosos ojos azules que no se apartaban de la pantalla del computador. Resopló en diversas ocasiones, fatigada de permanecer durante tantas horas sentada en el mismo sitio. Llena de frustración y cansancio, tocó su rostro con ambas manos haciendo el intento de tranquilizarse y no dejarse guiar por sus emociones.

Otro intento fallido como quien sabe cuántos otros. Las opciones se le agotaban y al mismo tiempo podía sentir el cambio en su interior, algo horrible que ansiaba tomar el control de ella a como diera lugar para satisfacer sus descontrolados instintos. No sabía con claridad cuanto más podría soportar en esa situación y le aterraba la idea de dejar de ser ella misma en un efímero momento.

¿Qué más podía hacer? Había intentado cada cosa que se le pudo ocurrir y todo parecía ser en vano. No quería recurrir a usar esos objetos mágicos de los cuales emergía un dragón divino con la capacidad de conceder cualquier deseo. Y la razón principal era solo una. Quería evadir a las personas que suelen estar más involucradas con dichos artefactos. Tantos problemas y consecuencias que se presentaron en el pasado por culpa de la ambición de cierto ejercito empeñado en conquistar el mundo. Ya era suficiente con todo el daño causado años atrás, por lo que su objetivo consistía en no alterar esa paz que se había mantenido hasta ahora.

Sin embargo, de proseguir de la misma forma, no existiría otra manera en la que pudiera erradicar permanentemente esa ominosa entidad que espera pacientemente en lo más profundo de su ser.

Sin embargo, de proseguir de la misma forma, no existiría otra manera en la que pudiera erradicar permanentemente esa ominosa entidad que espera pacientemente en lo más profundo de su ser

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Recargó la parte trasera de su cabeza en su asiento. En ese planeta tampoco podría obtener algo de utilidad o que al menos le diera un indicio de alguna solución. Cuando pensaba que sus problemas no podían ser mayores, todo se complicó mucho más.

La puerta automatizada se abrió, dejando ver la figura de un hombre de gran estatura que ostentaba una vestimenta bastante llamativa. Él miró a la mujer delante suyo con preocupación y se acercó hasta ella.

— ¿Te encuentras bien? ¿Los análisis de los robots exploradores ya han arrojado los resultados? — preguntó suponiendo la situación.

— Ah, sí. No hay absolutamente nada en este planeta. Dime, ¿hay algo que quieras decirme?

Ante su pregunta, el hombre permaneció sin decir nada por un par de segundos, pensando si era buena idea decírselo. Sin más opción, comenzó a hablar.

— Hace aproximadamente una hora dejamos de recibir información de la Tierra.

Al escuchar eso, ella recompuso su postura y se volvió para verlo directamente.

— ¿Hay algún problema con los satélites? Tiene poco que les di el mantenimiento correspondiente, por lo que sería extraño que fallaran.

Él negó con la cabeza y respondió.

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