39 Arl Eamon

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Elissa no podía explicar su felicidad cuando vio aparecer a la distancia las altas torres del castillo de Redcliffe. Aunque agradecía el tiempo de calidad que brindaban las noches en el campamento con sus hermanos y compañeros, echaba de menos el dormir en una cama suave y cálida bajo las mantas. Así se lo comentó a Morrigan. La bruja caminaba a su lado y aunque frunció el entrecejo y protestó, la joven Cousland sabía que se acostumbraba rápido a las comodidades del castillo.

Fergus caminaba a pocos metros tras las dos mujeres junto a Bryce, el mabari de Aedan. El sabueso tenía sobre su lomo dos inventarios para ayudar al mayor de los Cousland a transportar las mochilas de sus compañeros. Aedan y Alistair sostenían a Cailan para que pudiese caminar con estabilidad. Sus heridas habían sanado días atrás, pero el rey aún se encontraba débil. Y aunque la bruja rodaba los ojos y le decía que el sujeto era sencillamente patético, Elissa se preocupaba por su maldición.

Los miembros del grupo se habían estado turnando para acompañar a Cailan en las noches, donde se levantaba asustado por las pesadillas de su sangre contaminada. Y el dolor. Aedan en especial se había mostrado muy cooperativo. Incluso Alistair comprendían que era la empatía al compartir un destino similar. Y Elissa no podía dejar de sorprenderse de lo bien que se llevaban los dos líderes cuando no había política involucrada.

Los soldados les recibieron a las afueras del pueblo y para cuando alcanzaron el palacio Darrian atravesaba las amplias puertas de madera para tomar en brazos al rey.

- Deberían haberle quitado el casco - protestó el elfo.

- No podemos. - contestó Alistair, obteniendo una mirada desaprobatoria de Darrian.

- ¿Por qué? - espetó el muchacho, pero cuando Teagan e Isolda aparecieron en el umbral, fue el propio Cailan quien le contestó.

- Por eso. - Darrian resopló, sujetó al hombre por el hombro y lo apoyó sobre su cuerpo.

Elissa estaba acostumbrada a verlos juntos, pero solo en ese momento se dio cuenta de lo pequeño que era el elfo junto a Cailan.

- Voy a llevarte dentro. Necesitas descansar y un sanador. - dijo Darrian y aunque intentó hacerlo parecer una sugerencia había cierto tono de comando en su voz.

- Deja que te ayude - se apresuró a decir Alistair, pero Darrian alzó la voz para rechazarlo.

- No hay necesidad - espetó con maneras oscas y el joven templario quedó dubitativo.

- Oh, bien. - dudó, viendo desaparecer a su hermano tras las puertas de metal de la estancia de Eamon.

Elissa llegó a su lado. Le acarició el hombro en un gesto reconfortante mientras escuchaban al Bann y la Arlesa darles la bienvenida.

- ¡Cállense de una vez y déjenos descansar! - se quejó la bruja. Elissa rio por lo bajo al escuchar a Alistair refunfuñar, quejándose de lo mucho que le molestaba cuando Morrigan tenía razón.

- Con el mayor respeto - comenzó Isolde en un tono nada respetuoso - Ocuparnos de mi esposo es lo principal.

- Por supuesto, my Lady - intercedió Aedan. - Morrigan, Fergus y Elissa pueden retirarse. Si Teagan es tan amable de convocar a mis magos, podremos comenzar con los preparativos de inmediato.

- Entonces es verdad - el alivio en la voz de Teagan rasgó el nudo de disgusto que se estaba formando en el pecho de Elissa cuando preguntó - ¿Las tienen?

Aedan asintió y cuando giró el rostro encontró que Alistair ya había extraído la bolsita con la porción de las cenizas que colectaron para Eamon. EL jefe de los Grey la tomó en su mano, mostrándosela a la pareja. Elissa vio el brillo de la esperanza en los ojos del Bann por segunda vez desde que llegaron a RedCliffe. Teagan juntó las manos en  una palmada y exclamó.

La Profeta de los Grey WardensDonde viven las historias. Descúbrelo ahora