El Vial de Avernus

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Cuando Alistair se marchó, Aedan se encontraba adolorido. El peso de la armadura y el constante roce sobre los vendajes mantenían una agonía constante sobre su torso y extremidades. Sin embargo, como líder de los Grey el joven no permitía que se notase en su rostro.
Morrigan fue de mucha ayuda mientras estuvieron en el templo de las cenizas y en el camino de regreso. Pero Aedan estaba un poco cansado de su compañía y su presencia constante. Así que no le llamó a ella por ayuda, sino que zafó el mismo las correas de su armadura y pieza por pieza comenzó a retirarlas.
Un quejido escapó de sus labios al retirar la placa del pecho. El pus que escapó de su herida traspasó las vendas, fijando la placa en el sitio y causándole malestar al ser retirada. Pero aún sobre su propia voz, Aedan percibió el murmullo de los pasos pertenecientes a aquella familiar presencia que se escurría a su espalda.
– Luces terrible – le escuchó decir, tan cerca que le tomó por sorpresa. Zevran llegó a su lado antes de que pudiese voltearse. Sus delgadas manos reposaron sobre la armadura de Aedan, retirándola de su alcance antes de que pudiese volver a quejarse. – Te advertí que no le haría ningún bien a tus heridas marchar a la batalla tan pronto.
El Guerrero sonrió, permitiendo a la risa escapar de sus labios.
– Pensé que estabas molesto conmigo – dijo, observando las manos del elfo retirarle el resto de las piezas de armadura.
– Esa es una palabra fuerte – le contestó deshaciéndose de sus guanteles – en todo caso mi disgusto no iba dirigido a ti.
Aedan sujetó los hombros de su acompañante, obligándole a colocarse frente a él. A mirarle a los ojos.
– Zev – dijo, hundiendose en aquellos ojos amarillos. Su amante le observaba con un brillo particular. Algo que Aedan no supo si era miedo o inquietud. - ¿Qué ocurre? No pude despedirme de ti antes de marchar. Ni me permitiste verte a mi regreso, solo sentirte deambular entre las sombras – bajo su toque el asesino tembló, apretando los labios en un gesto doloroso a pesar de que el Guerrero no aplicó sobre él ninguna presión. – Te echo de menos.
– No seas dramático – se burló el elfo – Fuiste tú quien me envió en una misión aparte de la tuya.
– Sabes de lo que hablo – insistió el humano.
– Lo sé. – Advirtió Zevran – Pero no tienes de qué preocuparte. Solo tuve una especie de "crisis existencial". Superada del todo. Así que no te deprimas. ¿Si?
Aedan iba a protestar. No deseaba quedarse al margen del asunto que le mantuvo la cabeza lejos de la misión. Un pensamiento que jamás expresaría a Zevran. Pues no deseaba que se culpase por las nuevas heridas que plagaban su cuerpo. Más no tuvo tiempo de hacerlo, pues sus labios le envolvieron.
Aedan cayó rendido ante el toque de su amante. Cuando dijo que le extrañaba no mentía. Nunca había dicho una verdad tan sincera como aquella. Pero había más en aquel beso.
La forma en que Zevran se aferraba a su cuello, envolviendo sus dedos en el oscuro cabello del Grey era más íntimo. Y aunque había pasión, también una delicadeza y cuidados que nada invocaban sus encuentros anteriores.
– Eso fue agradable – se burló Zevran relamiéndose los labios cuando el beso se rompió.
– ¿Por qué paras entonces? – inquirió Aedan, exteriorizando el único pensamiento que había en su cabeza.
El elfo dejó escapar una risa baja.
– Por mucho que me gustaría yacer contigo esta noche, temo que solo empeoraré tus heridas. – Aclaró – Así que me limitaré a limpiarlas y vendarlas. Tengo algunos ungüentos que te harían muy bien. Necesitas todo el descanso que puedas conseguir antes de que decidas continuar el viaje. Hay además, unos asuntos de los que debo ponerte al tanto respecto a mi última misión.
– ¿No puede esperar a mañana? – sugirió el Grey Warden, consiguiendo torcer la sonrisa de su pareja. Volviéndola casi traviesa.
– ¿Estás hacienda tiempo para tentarme? – preguntó el elfo.
– Tal vez – reconoció Aedan.
Fue recompensado con un leve beso en la mejilla.
– Quítate los pantalones – ordenó Zevran – No puedes tomar un baño con ellos puestos – aclaró ante el entusiasmo del Guerrero por deshacerse de las prendas.
Aedan no admitiría que estaba decepcionado. Era consciente que se le veía en el rostro. Sin embargo dejó que su amante le condujese hasta el baño. Vertiese en el agua caliente los remedios que había preparado y le limpiase el cuerpo.
Quedó prendado de la dedicación del elfo. De la suavidad de su toque y la ternura de sus gestos. Demasiado tentadores para alguien cuyo amante estaba a su merced, sin camisa.
– ¿Sabes? – comenzó el elfo, sacándole de sus pensamientos. – En la casa de putas donde me crié, muchas de las mujeres prestaban este servicio a sus mejores clientes. Era considerada una muestra de favoritismo. Lo vi hacer un par de veces, muchas buscaban el favor de caballeros de alta clase.
– Tú no eres como ellas – Aedan se sorprendió de la dureza en su propia voz. Sabía de los orígenes del elfo, pero no le agradaba escucharle hablar de su relación de una manera tan sínica. – Nosotros no somos como ellos.
Zevran guardó silencio, sin detener el paño húmedo con que restregaba la espada de Aedan.
– Dime algo Warden – dijo finalmente tras un instante. – ¿Cuál es nuestra relación? Tú eres mi empleador. Me perdonaste la vida a cambio de mi lealtad y mi espada. Querías mi cabeza al principio. ¿Qué quieres ahora?
Aedan tragó en seco. Inseguro de que aquel fuese el momento adecuado para explicarle a Zevran lo que escondía en el interior de su pecho. Aquello que le hacía hervir las entrañas.
– Creo que tú sabes la respuesta a esa pregunta.
– ¿Sí? – Murmuró – Tengo mucha imaginación. Pero en cada escenario, no veo diferencia entre nuestro estatus y el de las prostitutas del burdel de mi madre y sus clientes.
– Ellos no tienen sentimientos por el otro – interrumpió Aedan.
– ¿Y tú? – Contestó Zevran - ¿Tienes sentimientos por mí?
Aedan sujetó la muñeca del elfo antes de girarse dentro de la bañera, agitando el agua enjabonada.
– Claro que sí. – dijo, sintiendo su voz rasposa y ahogada. Como si hacerla salir le hubiese costado mucho. Como si las heridas de su cuerpo se hubieran trasladado al interior de su garganta. – Me da igual que seas un asesino. Un elfo. Un Cuervo. Que hayas venido de Antiva o que te criaste en una casa del placer. Te quiero por quien eres. Por tu sentido del humor. Esa dulzura que dejas escapar de vez en cuando. Tu consideración. Por el Creador ¡Hasta tu sarcasmo me gusta!
Hizo una pausa, viendo los ojos de su pareja ampliarse como platos.
– Sé que soy joven – continuó – Como Grey Warden no tengo mucho para ofrecerte. Ahora mismo, no tengo nada para ofrecer realmente. Pero si me es posible, si me lo permites, quisiera estar contigo. No como tu señor. No porque me debas la vida. Sino porque crees que puede haber algo más entre nosotros que el placer de la carne y la lujuria.
Este fue el turno de Zevran de tragar en seco. Ya fuese porque se imaginaba lo que venía a continuación o porque el rostro de Aedan le intimidaba. Al muchacho no le importaba. Había llegado demasiado lejos como para retractarse ahora.
– Te amo, Zev – dijo. Pero apenas las palabras escaparon de su boca, fueron apagadas por los besos del elfo.
Zevran se metió en la bañera, empapando sus pantalones y manchando su piel oscura con la humedad del agua jabonosa de la bañera. Daba igual lo que hubiese dicho anteriormente, Aedan comprendió con aquel beso que él tampoco veía su relación como la de las mujeres del burdel con sus clientes.
No más.
Él no lo permitiría.
A partir de ese momento, no pondría distancia entre ellos. Zevran lo necesitase o no, Aedan iba a demostrarle lo que estar con él significaba.
Porque nadie sabía la profundidad con que amaba un Cousland.
– También te amo – murmuró el elfo contra sus labios y Aedan creyó que se le saldría el corazón del pecho.
Esa noche no tuvieron relaciones, sino que durmieron juntos, abrazados en la amplia cama del Grey Warden. Confesiones fueron hechas, secretos revelados de las desdichas que llevaron al elfo a cerrarse emocionalmente. Aedan aprendió sobre Rina, Talizen y el maestro del gremio. El Grey los odió a todos, por no apoyar a Zevran, por engañarlo y manipularlo. Pero no dijo nada, solo acarició la espalda de su amado mientras le sostenía entre sus brazos. Zevran atendió sus heridas como prometió, con la atención de un médico dedicado, llegando a quedarse dormido mucho después de que Aedan cerrase los ojos.
Pero el Grey no dormía, sino que contaba los latidos del corazón del hombre a su espalda. El mismo que velaba por sus sueños y que de ahora en adelante, tenía permiso para amar libremente.

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⏰ Última actualización: Sep 21 ⏰

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