18 Phylactery

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Gracias a las habilidades de persuasión de Sereda, les resultó sencillo que el joven templario a cargo del bote les atravesase el Lago Calenhad. La tranquilidad del agua y la espesa bruma esparcida sobre las lánguidas olas le aceleraron el pulso y le revolvieron las entrañas. Mentiría si no se afirmase asustada. La simple idea de encontrarse a aquellas abominaciones que explotaban a los pocos segundos de matarlas o los demonios de lava era suficiente para hacerle vomitar. Estaba tan pálida que cuando la mano de Alistair descansó en su hombro, no pudo más que sentirse resguardada.

El templario que les sirvió de barquero desembarcó con ellos, guiándoles hasta la enorme puerta de hierro que separaba a los magos del resto de Ferelden. Los anunció como Grey Wardens que venían en busca del Night Comander Gregour. Los templarios que guardaban la puerta se miraron dubitativos y les informaron que la torre estaba fuera de los límites. Esta vez, fue Amell quien se adelantó, mostrándoles el brazo derecho, donde su uniforme mostraba el gran emblema plateado de los Grey Wardens.

– Estamos aquí en asuntos oficiales. – comenzó, hablando en tono moderado aunque levemente hostil. – Tenemos noticias alarmantes de Redcliff y necesitamos la asistencia del Círculo. – miró sobre su hombros, buscando por instante los ojos de Elissa – Además, - continuó enfrentando nuevamente a los templarios – hemos venido a prestar asistencia contra las abominaciones. –

Los soldados se quedaron estáticos, pero finalmente susurraron un leve "está bien". Uno de ellos dio un par de golpes en la puerta antes de apresurarse a tomar cada uno una agarradera. La puerta se abrió haciendo un estruendo metálico. No solo era pesada sino que las bisagras, rojas por el óxido de tanto tiempo inamovible, chirriaron como si estuviesen a punto de partirse. Desde el interior, dos templarios más empujaban la puerta, haciendo un total de cuatro hombres para abrirla.

A diferencia de Amell que emprendió la marcha al interior sin siquiera volver a mirar a los hombres, Elissa aguantó el aliento. Tomó la mano de Alistair y sin percatarse del sonrojo en las orejas del joven o la mirada de sorpresa que le dirigió permitió que le guiase al interior.

Para su tranquilidad el lugar se encontraba bien iluminado por los candelabros a pesar de la piedra oscura de paredes. Recorrió el lugar con la vista antes de que el grupo se detuviese a pocos pasos del umbral que recién atravesaron.Había pocos templarios, serían cuatro o cinco. Algunos tirados en el suelo, aturdidos, otros parecían desear encontrarse postrados, pues bajo el uniforme las piernas parecían fallarles de tanto que se sacudían.

Gregour acudió pronto a su encuentro, acompañado de dos hombres más. Su gesto se oscureció al ver el rostro del mago que encabezaba la expedición... y solo empeoró al verle seguido por una bruja apóstata. Aceleró el paso, casi abalanzándose sobre Amell. O al menos eso parecía que haría hasta que la mabari salió a su encuentro, como si creyese que podía proteger a su amo de él. Ante los gruñidos Gregour se detuvo, siendo consciente de lo letales que podían llegar a ser las mordidas de los mabari.

– Entonces... - dijo con tono lúgubre. – Has vuelto. Como un Grey Warden esta vez. –

– Oímos las noticias Greagor – contestó Amell. Aunque el tono de su voz se escuchaba sereno, Elissa pensó que se veía nervioso.

– ¿Y a qué viniste? – espetó el templario con claro disgusto. – Claramente hay poco que el círculo pueda hacer en estos momentos por los Grey Wardens. –

– Tienen una obligación con los nuestros. – intercedió Sereda, adelantándose hasta estar junto a Amell.

– Mi primer deber es con el círculo y con la capilla. Una vez que se haya resuelto este problema hablaremos. –

La Profeta de los Grey WardensDonde viven las historias. Descúbrelo ahora