19 "Maker"

5 2 0
                                    

Cuando las puertas del castillo de Redcliffe se abrieron para Elissa, ella no pudo más que recorrerla con una mirada inquisitiva. A primera vista, solo el patio resultaba más amplio y menos angosto que en la primera versión del juego. A pesar de que estaba rodeado por las murallas del castillo, la estructura en si no aparentaba la estreches que hacía dudar de las proporciones del que debía ser hogar de uno de los Arl más poderoso de Ferelden.

Los soldados tenían su propio terreno para entrenar, y este colindaba con un jardín de setos bajos que acogía un pequeño monto de flores plantadas en un diseño circular. La modestia del jardín resaltaba el porte del propio Arl e incluso le daba un toque femenino que la joven dudaba fuese concedido por la Arlesa. Sin embargo, no estaba dispuesta a dedicarle un solo pensamiento más a esa mujer. Ya había manifestado su descontento con ella a causa de los eventos pasados en el transcurso de la infancia de Alistair. Y aunque el templario era demasiado noble para siquiera despreciarla, Elissa no.

La razón por la que había salvado cada vez a esa mujer era únicamente para no perder puntos de aprecio con sus camaradas en la partida. Aunque estuviese mal, la Arlesa había traído esa desgracia sobre sí misma y hasta cierto punto fue beneficioso para Jowan, no lo hizo por la bondad de su corazón. En lo único que la compadecía consistía en la vehemencia de su amor por su único hijo. Eso dicho, e incluyendo los sacrificios realizador por Isolda para localizar la Urna de las cenizas de Andraste, Elissa incluso dudaba de sus sentimientos por su esposo.

Un guardia les informó que Bann Teagan y sus compañeros Grey Wardens los aguardaban en el gran salón. Sereda pidió que se les trasladase al interior, y toda petición en boca de Lady Aeducan poseía un aire de ordenanza que pocos eran capaces de rechazar. Elissa alzó la barbilla cuando comenzaron a Ascender por las escaleras, intentando no cruzar la mirada con Alistair.

Habían transcurrido días desde que su pequeño grupo había emprendido el camino de regreso. En el transcurso de ellos, nunca Alistair se dignó siquiera mi mirarla a los ojos, caminando siempre junto a Amell. La muchacha se sentía lastimada y herida en su amor propio. Su orgullo le impedía hacer algún avance sobre él, pues sabiéndose rechazada no encontraba el deseo de insistir. Sabía lo que debía hacer para ganarse los aprecios de Alistair. Aunque unos cuantos regalos y palabras bonitas desencadenaban un caudal de sentimentalismo y amor incondicional por parte del templario, en la vida real aquellos eran cimientos débiles y superficiales sobre los que construir una relación.

Elissa quería ser su amiga, su confidente si podía. Pero mucho de lo que realmente sabía para engatusar al templario eran diálogos preparados que automáticamente saldrían de la boca de su hermano. Y aunque Aedan nunca podría desbloquear los apoyos de romance, las diferencias en los puntos de origen eran demasiado circunstanciales como para que el templario no sintiese un constante deja vu.

Suspiró, chocando con la mirada inquisitiva de Morrigan y los ojos profundos de Wynne. Morrigan había estado pendiente de ella desde su demostración de abierto desprecio contra el círculo. Aquella acción parecía haberlas acercado, y aunque la noble humana se cuidaba de hacer comentarios frente a la encantadora, era complicado evitar no reírse de los cometarios mordaces de Morrigan. Aunque estos fuesen dirigidos al mismísimo Alistair.

Las amplias puertas de madera les abrieron paso al recibidor del castillo y a través del al gran salón que Elissa había visto tantas veces. Aquel lugar se sentía cálido gracias a la amplia chimenea que encabezaba el salón ocupado por las dos alargadas mesas de madera, destinadas al uso de la familia del Arl.

Instantáneamente reconoció a las cuatro personas que les aguardaban. El uniforme de Grey Warden de Aedan brillaba bajo la luz de las brazas de la chimenea mostrando con orgullo el emblema de los grifos. La expresión dura de su rostro se relajó al verla entre el grupo dejando entrever el nacimiento de una sonrisa. Fergus a su espalda fue mucho más expresivo. Pasó junto a su hermano menor y avanzó hasta la muchacha, envolviéndola en un dulce abrazo fraternal. La armadura plateada de Fergus le lastimó sobre las costillas, pero Elissa no se quejó. Entendía la actitud de Aedan, pues debía actuar con rectitud frente al Bann y su cuñada, pero la joven Cousland hubiese apreciado muchísimo otro abrazo.

La Profeta de los Grey WardensDonde viven las historias. Descúbrelo ahora