13 "Campamento"

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El grupo marchaba con paso firme hacia Redcliff. Aedan, quien iba a la cabeza estaba consternado. Le resultaba duro, que de todos los consensos a los que intentaron llegar, solo consiguieron ponerse de acuerdo con los elfos. Y con el voto en contra de Darrian. Era comprensible el desprecio que el elfo mostraba por los humanos. En fin de cuentas, si creció en denerin, como Amell le había informado, entonces debía haber tratado con la peor clase, los nobles. Aunque su padre siempre fue amable con sus criados elfos, la propia Nan era un tanto abusadora. Podía resultar complicado ponerse en su lugar, pero quería entenderlo.

Le buscó por encima del hombro, encontrándole tirando de uno de los caballos. O al menos intentándolo. Cailan parecía querer quitarle las riendas y se estaban peleando al respecto. Sabía que Darrian había salvado la vida de Cailan, y por alguna razón el rey tonto había resultado encontrarle el lado bueno. Aunque este tampoco parecía demasiado cooperativo. Para su placer, la situación no parecía tensa entre ellos.

Elissa conversaba animadamente con Alistair, y aunque no sabía de lo que hablaban la muchacha consiguió sacarle un sonrojo al templario. El corazón de Aedan se agitó, cubriéndole el pecho de un disgusto desagradable que no sabía a quién iba dirigido.

Apartó sus ojos de ellos. Intentando quitarse aquel malestar de su mente.

Encontró a Sereda intentando entablar conversación con Morrigan, consiguiendo solo que Amell se metiera y la bruja le dedicara un par de miradas heladas. Leliana caminaba junto al vagón de Bothan, y parecía ir conversando con Fergus y la chica Hawke... Bethany. Por algún motivo le costaba aprenderse aquel nombre.

Para su sorpresa, Surana andaba tranquilamente junto a Sten. El mago elfo leía atentamente un grueso tomo, que sujetaba solo con una mano. Sus brillantes ojos verdes recorrían las hojas con apremiante velocidad, como si devorase las palabras. Le costaba asimilar que un sujeto tan tranquilo hubiese dicho palabras tan duras en la reunión.

Notó entonces, que Zevran no estaba con ellos. Se detuvo, encolerizado. "¿El muy desgraciado se habrá escapado?"

– Estoy aquí – escuchó. La voz le llegó como el viento entre las ramas. Alzó la vista hacia los árboles encontrándose con una imagen... chocante.

El elfo se encontraba trepado en un árbol. Acuclillado sobre una rama fina observaba al grupo desde arriba. Sus dagas seguían ocupando un lugar preferencial en su espalda y su armadura se encontraba impecable. Pero lo que capturó la atención de Aedan fue la forma en que la luz del sol que atravesaba las hojas del árbol hacía brillar su piel morena. El viento sopló, removiendo las doradas hebras del cabello del elfo. Bajo tal atmósfera, el sujeto parecía casi... hermoso. Aunque aquella sonrisa socarrona que parecía quedarse pegada a su rostro hacía que su belleza fuese diabólica.

– ¿Qué estás haciendo allí arriba? – protestó el humano.

– Reviso el camino – contestó el Zevran como si aquello fuese lo más común del mundo. Al Grey Warden le resultaba curiosa su forma de hablar. Cada vez que iniciaba una oración arrastraba la primera palabra. Como si no pensase de antemano el resto de la oración.

– Ba-ja – la fiereza en la voz de Aedan solo pareció divertir aún más al elfo. Sin embargo Zevran obedeció.

Se levantó de su posición anterior, deteniendo el corazón del hombre. Sin embargo, y aunque aquella rama era demasiado fina para el asesino, no se rompió bajo su peso. Zevran caminó hasta el borde y saltó. Tampoco hizo ruido al llegar al suelo, ni cuando caminó hasta llegar junto a Aedan.

– Ese entrecejo es un desperdicio para un rostro tan apuesto. Un hombre tan atractivo como tú, debería sonreír más abiertamente. – Aedan alzó una ceja.

La Profeta de los Grey WardensDonde viven las historias. Descúbrelo ahora