Capítulo 22

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Comenzamos a alejarnos de manera lenta, rompiendo con suavidad la unión de nuestros labios, y dejando apenas un centímetro de distancia entre las puntas frías de nuestras narices.

El ambiente que nos rodeaba era casi completamente silencioso; lo único que se podía escuchar con claridad era nuestras respiraciones agitadas en extremo, de las cuales la suya inevitablemente chocaba contra mi rostro y me provocaba cierto cosquilleo que me estremecía de forma leve.

¿Qué acaba de suceder?

Si bien aquella no había sido la primera vez que nos habíamos besado, la realidad era que había sido totalmente diferente a la que ocurrió la noche en la que contrajimos matrimonio; pues el deseo de conectarnos de esa manera había sido genuino y la inseguridad a causa de mi inexperiencia no me había atacado en absoluto, ya que simplemente me había dejado guiar por Seonghwa, quien había tomado control del asunto con suma determinación.

Estaba tan sumergida en mis propias cavilaciones, tratando de entender lo que segundos antes había ocurrido, que no fue hasta un par de minutos más tarde que noté que las manos cálidas del joven monarca aún sostenían mis hombros con cuidado, y que las mías continuaban posadas sobre los costados de su pecho.

Me dediqué a mirarlo fijamente a sus ojos grises, a la vez que ambos íbamos recuperando el aliento que habíamos perdido. La intensidad y la curiosidad en la manera en que me observaba no sólo hizo que mi estómago se revolviera al instante, sino que también me obligó a desviar mi campo de visión, que terminó dirigiéndose hacia donde se hallaban sus rosados y gruesos labios. Y por un momento, mientras los analizaba detalladamente, sentí la gran tentación de lanzarme hacia ellos y probarlos de nuevo, pero no me permití llegar hasta tal punto porque había concluido que, tal vez, iba a ser demasiado apresurado de mi parte.

—Quizás debí haber preguntado primero y no haber actuado sin su consentimiento, Su Majestad —musitó Seonghwa, lo que me llevó a levantar la vista y encontrarme con que estaba observando mi boca detenidamente.

—Quizás... —repliqué, ante lo que conectó su mirada con la mía una vez más—. Pero ya es demasiado tarde para cuestionárselo, ¿no cree?

—Está en lo cierto —procedió a decir, todavía susurrando con aquella voz profunda que tanto lo caracterizaba—. Sin embargo, dudo que sea necesario pedir permiso a partir de ahora, ¿verdad?

Rogué desde lo más profundo de mi alma no haberme sonrojado estando tan peligrosamente cerca de él, pues esos vocablos que el muchacho había pronunciado con un tono juguetón escondían algo por detrás: eran una pregunta indirecta sobre si a partir de ese entonces las cosas entre ambos iban a cambiar, y si íbamos a dejar de tratarnos sólo como dos personas que obligadamente trabajaban juntas por el bien de un mismo país.

También sabía que, aunque el joven había soltado esa interrogante de una forma muy casual, se sentía bastante avergonzado, puesto que sus mejillas ligeramente ruborizadas lo evidenciaron de inmediato; después de todo, el chico era una persona tímida, y recordar ese pequeño dato había hecho que mi corazón quisiera explotar dentro de mi pecho: él realmente estaba apartando sus miedos y se estaba atreviendo a intentar algo conmigo.

Me estaba tardando un poco más de lo debido en contestarle y lo noté porque algo en su mirada había cambiado, como si hubiera comenzado a arrepentirse de sus palabras por una posible respuesta negativa; no obstante, no era que no estaba segura sobre qué decirle, sino que me hallaba tan embelesada por sus encantos que el simple hecho de aceptar que estaba románticamente interesado en mí me seguía pareciendo difícil de asimilar y, por ende, me hacía divagar en mi desastrosa imaginación.

—Claro que no será necesario —establecí por lo bajo, y lo vi dar una media sonrisa fugaz que casi me hizo estirar los labios.

Y una vez terminada esa breve pero significativa conversación, el chico me fue soltando con delicadeza, ante lo que me puse de pie de una manera un tanto rápida y torpe, y que hizo que mi consorte tratara de aguantarse la risa. Intentando no sentirme muy apenada al respecto, preferí ignorarlo y pasé a sacudirme la ropa de dormir que traía puesta, al mismo tiempo que el pelinegro se arrastraba hacia su lado de la cama y abría las sábanas, bajo las cuales se metió.

INFAMOUS | park seonghwaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora