Ana condujo hasta detenerse frente a la casa de Verónica, sintiéndose a cada minuto como la adolescente hormonal que una vez fue. Había dejado dormida a su madre mientras su hermana y el esposo junto con los niños la cuidaban. Tenía un par de horas libres antes de que necesitara relevarlos.
Mañana... Domingo... Estaba planeando una cena familiar y seguiría el ejemplo de la castaña encargando una variedad de platos de Giovanni's. Pero ahora... En ese momento... Sólo quería estar con ella.
Llamó a la puerta y tocó el timbre a la vez. La ojiverde la estaba esperando y abrió sólo unos segundos más tarde. Se quedaron de pie mirándose la una a la otra y la mirada en los ojos de la mayor provocaron que su pulso se acelerara. Sí, como cuando eran adolescentes. Y al igual que entonces, Verónica tiró de ella hacia adentro, cerrándole la puerta al mundo.
-Estás sola, ¿verdad?- preguntó sabiendo que lo estaba.
La castaña se deslizó entre sus brazos, besándola lenta y suavemente, jugueteando con los labios de Ana antes de alejarse.
-me habias dicho que teníamos dos horas. No quiero pasarla hablando- dijo con una sonrisa mientras la llevaba hacia su dormitorio.
La morena le quitó la camisa en el camino, pegándose a ella tan pronto como entraron en el dormitorio. Casi gimió cuando descubrió que no había sujetador y luchó con el suyo, dejándolo caer en el suelo junto a su camisa, antes de atraer a Vero hacia ella, sus pechos apretándose entre sí.
-Dios, te extrañé- murmuró contra sus labios- Anoche fue interminable.
Las manos de la ojiverde se movieron entre ellas, desabrochando sus jeans y bajando la cremallera, lo suficiente como para lograr que su mano entrara.
-Yo también te extrañé- dijo, sus dedos, su mano, deslizándose por sus bragas y tocando su piel.
La lengua de la mayor era insistente y Ana le permitió tomar el control. Gimió cuando los dedos de Verónica se deslizaron, tocando su clítoris, frotándolo ligeramente.
-Voy a caerme- susurró ella.
-Abre las piernas- dijo en cambio la castaña haciendo caso omiso de su advertencia. Ana siguió su mandato, tratando desesperadamente de no perder el equilibrio. Apenas tuvo tiempo de pensar cuando los dedos largos y delgados la llenaron. Se aferró a ella, respirando con dificultad mientras Verónica movía sus dedos dentro de ella- Baja tus jeans- pidió, y sus ojos eran como fuego mientras la miraban.
La morena los empujó por sus muslos hasta sus rodillas, gimiendo en voz alta mientras la ojiverde comenzaba a frotarse contra ella, dentro de ella. Las caderas de Ana se movieron, imitando cada golpe. Trató de besarla, sus lenguas bailaban juntas, pero estaba jadeando por falta de aire y se apoyó pesadamente contra ella, ambas con sus pieles humedecidas por el sudor, jadeando a medida que sus respiraciones disminuían.
-Estás tan mojada- susurró Verónica ¿Puedes sentirme dentro de ti?
-Dios, sí- siseó, con sus caderas intentando mantener el ritmo- No te detengas.
-Nunca.
Sus piernas estaban temblando, amenazando con ceder a medida que se empujaban juntas. La mano libre de la castaña estaba alrededor de su espalda, sosteniéndola muy cerca. Cada golpe la traía más cerca y cuando sintió el pulgar frotando su clítoris, echó la cabeza hacia atrás, la presión creciendo cada vez más. Quería aguantar, para ir aún más alto, pero su resolución se hizo añicos cuando el orgasmo la dejó sin aliento.
Verónica la abrazó con fuerza y la morena se aferró a ella, respirando con dificultad. Apretó sus piernas, manteniendo un poco más los dedos en su interior.
-Si me sueltas me voy a caer- murmuró con los ojos todavía cerrados, ambas seguían de pie.
-Nunca te soltare...
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-Eres insaciable- la acusó Ana cuando se sentaron lado a lado en el patio.
-¿Yo?- rió- Creo que la ducha fue tu sugerencia.
La menor giró su cabeza, encontrándose con sus ojos- No quiero irme.
-Y yo no quiero que te vayas- habían pasado la mayor parte de las dos horas haciendo el amor y las dos aún estaban débiles, sus ojos soñadores. Ahora no era el momento para una plática seria. Pero abordó el tema de todos modos- Tengo habitaciones aquí, sabes?- la morena levantó las cejas- Para ti y Isabelle. La habitación principal más pequeña sería perfecta para ella. Y después de la cirugía, mientras tú y tú hermana inauguran y ponen en funcionamiento la tienda, yo podría estar aquí para ayudarle.
-No puedo pedirte que hagas eso, Verónica.
-No me lo estás pidiendo. Lo estoy ofreciendo- se sentó- Isabelle es como una madre para mí- dijo ella- Quiero ayudar- tomó la mano de Ana, dejando que sus dedos se entrelazaran- Quiero que estemos juntas, Ana. No simplemente robar unas cuantas horas aquí y allá, como lo hicimos hoy. Eso se siente como... Bueno, como si tuviésemos que escaparnos.
La morena dudó- ¿No crees que es demasiado pronto?
-Tenemos dieciséis años de retraso.
Ana la estudió por un momento, y su mirada se escapó hacia la piscina- ¿Qué crees que vaya a decir ella?
-Creo que estaría encantada. Y le daría cierto propósito. Isabelle es alguien que cuida. Necesita sentir que está cuidando de alguien. Me puede enseñar a cocinar, podemos plantar flores juntas- le sonrió- Te conozco. Vas a estar muy ocupada con la tienda y luego te sentirás culpable por haberla dejado sola.
-Sabes, cuando empezamos este proyecto, fue porque pensábamos que era hora de trasladarla dentro de un centro de asistencia.
Los ojos de la Castaña se agrandaron- ¿Hablas en serio? Ella no necesita estar en uno de esos lugares. No voy a permitirlo- dijo, sorprendida de que las hermanas incluso hubiesen hablado de una cosa así.
-Lo sé. Supongo que nos precipitamos un poco. Ninguna de nosotras estábamos a su alrededor por mucho tiempo y parecía que ella se estaba haciendo mayor, parecía cansada todo el tiempo. Había tantas cosas que ya no podía hacer- dijo la morena- Cuando comenzamos este proyecto, ni mi hermana, ni yo esperábamos vivir aquí de forma permanente. Eso, obviamente, cambió desde que ella trajo a toda su familia aquí.
Verónica tuvo un momento de pánico mientras buscaba los ojos oscuros frente a ella.
-¿Y tú?- se atrevió a preguntar.
La expresión de Ana se suavizó- Te amo, Verónica. No hay lugar en el mundo donde preferiría estar que aquí contigo.
La ojiverde dejó escapar un suspiro de alivio.
-Tenía miedo... Bueno, por un momento pensé que ibas a decir que no te quedarías. Quiero decir, sé que tienes un hogar, amigas...
-Mi hogar es una casa- contestó- Y mis amigas... Bueno, mis amigas pueden venir a verme como lo hicieron la vez pasada o yo puedo ir a verlas por cierto tiempo.
-¿Así que... Te quedarás entonces? ¿Aquí? ¿Conmigo?
-Si mi madre va a vivir aquí, vamos a tener que alterar los planes sobre nadar desnudas el próximo verano- dijo con una sonrisa.
-Oh, creo que todavía podemos lograr hacerlo a escondidas- tiró de Ana acercándola aún más, besándola suavemente, permitiendo que sus labios permanecieran por largo tiempo.
Retrocedió cuando su deseo estalló. Sabía que ella tenía que irse.
-Si estás segura de esto, ¿qué te parece mencionárselo mi madre en nuestra cena familiar mañana?
Verónica amaba ser incluida en la familia. Todo lo que había aprendido sobre la familia, lo había aprendido de Isabelle, no de su propia madre. Su relación con Cristian se había basado en cómo había visto interactuar a la mujer mayor y a Ana, en cómo Isabelle trataba a Cristian. Si no hubiese sido por eso, probablemente habría imitado el estilo de crianza de su madre. Sólo podía imaginar el desastre que eso hubiese sido.
Cuando no respondió, Ana le dio un pequeño codazo.
-¿Eso está bien?
-Es perfecto- respondió con una radiante sonrisa.
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Para Siempre...(VerAna)
RomanceAna y Verónica se conocieron cuando tenían diez años de edad. Se convirtieron en buenas amigas, pero ambas sabían su lugar en la vida. Nunca hubo duda alguna que se convertirían en amantes, también nunca hubo duda alguna en que Verónica se casaría y...