Capítulo 39 | Ledger

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La mano de Tate que sostengo ahora mismo se encuentra helada. Su piel morena ahora en sus dedos luce todo menos eso, morena. Está apretandome tan fuerte la mano que sus dedos están preocupantemente pálidos.

Estoy por decir algo tranquilizador cuando ella se me adelanta.

-¿Y sí no logramos convencerlo?

Sus ojos lucen como un cordero asustado. No debería reírme, pero una risa se me escapa por la nariz. Casi de inmediato lo remedio pasando mi brazo sobre sus hombros, besando su cabeza y acercándola a mí.

Por mucho que lo niegue, yo también estoy asustado.

-Ese es el problema, Tate. No tenemos que convencerlo -el cuerpo de Tate se tensa, así que agrego-. Quiero decir, no deberíamos intentar convencerlo. El cuerpo nos puede jugar una mala pasada, ¿Me explico? Simplemente tenemos que ser nosotros.

-Eso no me ayuda.

-Lo sé, lo siento -dejo otro beso sobre su cabeza-. Es que no sé cómo ayudarte. ¿Quieres agua?

Tate sacude la cabeza. -Quiero que esto termine.

Durante los últimos días, ninguno de los dos ha podido pensar en otra cosa que no sea nosotros en esa oficina con el entrevistador y a punto de vomitar. No hemos podido vivir tranquilos, en especial Tate, que tiene por lo menos dos noches sin dormir, quizás tres. Me despertaba en la madrugada y la escuchaba duchándose o sentada al borde de la cama con Sookie o frente al ordenador repasando las preguntas de una página en internet que encontró sobre el cuestionario para la green card.

Me he tenido que sumar al repaso cuando la encontré esta mañana dándole de nuevo una ojeada a las preguntas. Sabemos tanto uno del otro que dudo que no podamos pasar esto. Sin embargo, el problema no es la información, es cuanto podemos transmitir en esa entrevista al sujeto. Qué tanto nos va a creer y que tan enamorados puede vernos en cuanto entremos.

No digo que yo no quiera a Tate, tampoco digo que ella no me quiera. Cada pareja tiene su forma de demostrar cuanto se aman, y aunque la nuestra no es tan eufórica ni pasemos la mayor parte del día abrazados ni llamándonos por cualquier nombre menos por el nuestro, no significa que lo que sintamos sea poco. Es mucho, y nos queda claro cada que hacemos el amor antes de dormir.

-¿Ledger y Tate Calhoun? -escuchar su nombre con mi apellido me saca una sonrisa interior. Los dos asentimos- Por aquí.

Tate es la primera en levantarse. Está tan nerviosa que se ha olvidado de su bolso, así que me lo cuelgo en el hombro y la alcanzo en el pasillo hasta tomarle la mano. En cuanto entrelazo nuestros dedos, Tate me mira y me sonríe. Está nerviosa, pero su sonrisa es una caricia para mí.

Entramos a una oficina mediana y bien ordenada y reluciente, donde un tipo medio corpulento de tez negra nos espera sentado, aunque en cuento nos divisa se pone de pie para extenderme la mano, la cuál acepto.

-Ledger Calhoun.

-Soy el entrevistador. Larry Kettleman -nos sonríe, para después quedarse centrado en Tate.

-Ella es mi esposa -le digo-, Tate Calhoun.

Larry le tiende la mano, aunque el apretón que le da es más rápido que el mío.

Tate se sienta en una de las sillas junto al escritorio y yo hago lo mismo. Me descuelgo el bolso de Tate y me lo dejo en el regazo. Es hasta ese momento que Tate se da cuenta de que lo he llevado conmigo todo este tiempo y se ríe. De hecho, nos reímos, y cuando recordamos que estamos con alguien más ambos volvemos a ver a Larry, que nos mira sucesivamente antes de centrarse un segundo en el lapicero y el folio que tiene en el escritorio.

Mientras tú me amesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora